Foto: crédito: Prensa Teatro Colón / Máximo Parpignoli
Gustavo Gabriel Otero
Buenos Aires. 08/07/2014. Teatro
Colón. Teatro Colón. Wolfgang Amadeus Mozart: Idomeneo, rè di Creta. Ópera en tres actos. Libreto de Giambattista Varesco,
basado en el texto francés de Antoine Danchet. Jorge Lavelli, dirección
escénica. Ricardo Fernández Cuerda, dispositivo escénico. Francesco Zito,
vestuario. Roberto Traferri y Jorge Lavelli, iluminación. Verónica Cangemi
(Ilia), Richard Croft (Idomeneo), Jurgita Adamonyté (Idamante), Emma Bell
(Elettra), Santiago Ballerini (Arbace),
Iván Maier (Gran Sacerdote de Neptuno), Mario De Salvo (Una Voz), Selene Lara y
Vanesa Mautner (dos jóvenes cretenses), Fermín Prieto y Sebastián Angulegui
(dos troyanos). Orquesta y Coro Estable del Teatro Colón. Director del Coro:
Miguel Martínez. Dirección musical: Ira Levin.
El
Teatro Colón de Buenos Aires presentó una nueva producción escénica de Idomeneo
de Mozart -la cuarta desde el estreno local en 1963- en la que si bien los
aspectos musicales funcionaron de manera adecuada -con la salvedad de la opaca
prestación del protagonista masculino- lo escénico se notó anticuado y tedioso
lo que promedió un espectáculo razonable pero no emocionante. La
solución escénica elegida por el equipo del talentoso y destacado Jorge Lavelli resultó perjudicial para
las voces. Se trabajó con el escenario totalmente abierto. Unos telones blancos
limitan por detrás y en los costados el escenario. Alguno de ellos se mueven
-con bastante ruido- para delimitar algunas pequeñas habitaciones. Por las
extraordinarias dimensiones del escenario del Colón la solución es totalmente
desafortunada para las voces con un dispositivo escénico más adecuado para un
pequeño teatro europeo. La ambientación de Ricardo
Fernández Cuerda no muta demasiado en los primeros dos actos mientras que
en el tercero -quizás el más logrado- los espejos por detrás y las columnas de
tela producen un poco de solaz. El
vestuario de Francesco Zito tuvo
lejanas reminiscencias griegas con una paleta de colores apagada que tendió a
los ocres, grises y marrones. Sólo en el final todo el vestuario tiende al
blanco. Jorge Lavelli movió razonablemente a los
protagonistas tratando de insuflar mayor carnadura dramática a los personajes
pero sin lograrlo acabadamente. Quizás
lo más interesante de la puesta, que pareció evidenciar una estética tributaria
de los años '70 del siglo pasado, fue la creativa iluminación de Roberto Traferri y el propio Lavelli. Los artefactos de luces
estaban a la vista funcionando como techo, en algunos momentos cambiaban de
lugar, y en otros la luz solo provenía de los costados. Con todo, la mayoría de
los momentos se optó por un escenario bastante oscuro. Al
frente de la Orquesta
el maestro Ira Levin supo buscar y
encontrar una sonoridad exacta para esta obra a caballo de la ópera barroca
seria, Gluck y el propio estilo de Mozart, utilizando una orquesta sin tintes
historicistas. Un buen trabajo del maestro -hoy principal director invitado de la Orquesta Estable-
con tiempos adecuados, buena dinámica y expresividad. Con una más que buena
respuesta de los profesores de la orquesta. En el
protagónico Richard Croft defraudó.
Con dificultades de fraseo, extensión y volumen pareció cantar enfermo. Una
prestación que no se condice con los notables antecedentes del artista. Lo
mejor de la representación fueron las tres damas principales. Así Verónica Cangemi como Ilia fue perfecta
toda la noche. Emma Bell (Elettra)
fue una verdadera revelación por superar todos los escollos de una parte llena
de dificultades. Y Jurgita Adamonyté
(Idamante) demostró por segunda vez en esta temporada su canto de excelente
escuela y su confiabilidad como artista. El
resto del elenco demostró el cuidado y la prolijidad con que se eligen los
comprimarios nacionales y las correctísimas prestaciones que producen. Adecuado
el Coro Estable.