Massimo Viazzo
El Teatro alla Scala de Milán puso en escena la Tosca
de Giacomo Puccini (1858-1924) con la que se inauguró la temporada 2019/2020. La dirección escénica
de Davide Livermore fue respuesta correctamente en esta ocasión por Alessandro
Premoli. De aquella Tosca ya había escrito en estas páginas en su oportunidad, pero hoy se puede tranquilamente confirmar
la muy positiva respuesta que despertó desde entonces este espectáculo creado
por el director italiano, con su equipo formado por Giò Forma
(escenografía), Gianluca Falaschi (vestuario), Antonio Castro
(luces) y D-Wok (vídeo). Livermore le dio un corte cinematográfico a su
puesta en escena utilizando los medios tecnológicos a los que esta habituado
(verdaderamente sugestivos y de gran impacto como la continua elevación y
rotación de los elementos arquitectónicos) sin ocasionar alguna distorsión del
libreto; y en estos tiempos es un gran mérito, de acuerdo a lo visto que sucede
en ciertos escenarios operísticos donde no solo se hacen relecturas sesudas de
la trama, sino que incluso se está poniendo de moda cambiar las palabras del
texto ¡algo que me parece inaceptable!
Livermore es un musico, un tenor para la precisión, y ello se nota
siempre en sus montajes. De hecho, los cantantes son colocados siempre en las
condiciones de poderse expresar de la mejor manera en el escenario, sin rarezas
insensatas como las de hacerlos cantar equilibrándose sobre una cuerda
suspendida o de cabeza. Por lo tanto, bienvenida
es una Tosca hipertecnológica como esta, que mira hacia el cine, pero que
observa sobre todo a la música, respetándola y valorizándola. Así, la célebre
historia de los dos amantes: Tosca y Cavaradossi como del brutal y lujurioso
Scarpia, que se desarrolla en Roma el 17 de junio de 1800, tres días después de
la victoria de Marengo (Piamonte) de las tropas de Napoleón contra el ejército
austriaco de Melas (¡y el júbilo de Cavaradossi «Vittoria! Vittoria!» durante
su interrogatorio en el segundo acto, un gesto retador hacia Scarpia, se
refiere justo a ese evento), transcurrió fluida y comprensible, cautivando y convenciendo.
Mientras que la puesta de Livermore
nuevamente ocupó el centro, la conducción de Michele Gamba sufrió de
cierta carencia de tensión narrativa. Su manera de llevarla, algo aburrida
(sobre todo en el primer acto), un tejido orquestal que a veces era un poco
tenue, y cierto desapego entre el foso y el escenario, no permitieron una
representación teatral completamente eficaz. De debe mencionar también que
Gamba utilizó la nueva edición crítica de la ópera (Parker) que hace referencia
a la primera representación de la obra que tuvo lugar en el Teatro Costanzi de Roma,
el 14 de enero de 1900, edición que ya utilizó Riccardo Chailly en el
2019, donde recuperó páginas eliminadas por Giacomo Puccini después de aquella première.
Además, fue posible escuchar una frase adicional en el dueto del primer acto
entre Mario y Tosca, como también un brevísimo dialogo a due al termino
de Vissi d’Arte, una una parte a capella en él Te Deum, así como algunos
compases de más en el final de la ópera.
En el papel de la protagonista Elena Stikhina gustó por la incisividad en su canto. La suya fue
una Tosca de carácter fuerte, pero la dicción por momentos poco clara y un
canto a menudo de fuerza, privado de flexibilidad y suavidad, le impidieron
delinear un personaje refinado. Como también su acento pareció un poco
monocorde con dinámicas tendientes con frecuencia al forte. Por tanto, su Vissi d’arte lució un poco
anónimo. No muy polifacético estuvo tampoco el Mario Cavaradossi de Fabio
Sartori, que sin embargo es un tenor que en escena no se guarda nada, aunque
su línea de canto no parece ser muy variada. De cualquier manera, su prueba fue
in crescendo, culminada con un conmovedor E luceven le stelle que
mereció el aplauso más largo de la velada. ¡Un verdadero matador! fue Amartuvshin
Enkhbat, considerado hoy uno de los mejores barítonos en la escena
internacional. Su Scarpia gustó por su timbre redondo, su muy cuidada dicción y
movilidad en el fraseo. Enkhbat ofreció un retrato del barón Scarpia de gran
intensidad dramática, inteligente, melifluo, lascivo y despiadado. Del barítono
mongol llamó la atención, la solidez de la emisión, la suntuosa proyección
vocal, la belleza tímbrica y su capacidad para refinar las frases. En resumen,
¡es un triunfador! Carlo Bosi es un maestro en los papeles secundarios
para tenor, y su Spoleta estuvo casi perfecto; como también el Sacristán de Marco
Filippo Romano. Estos dos artistas hacen de la técnica vocal y de la
dicción clara un atout vencedor logrando darles un justo relieve a dos
papeles tan importantes y frecuentemente un poco descuidados. Convincentes estuvieron también Huanhong Li en el
papel de Angelotti, Costantino Finucci en el de Sciarrone, Xhiedo
Hyseni (de la Accademia del Teatro alla Scala) como el carcelero y Valentina
Díaz (del Coro de voces blancas del Teatro alla Scala) como el joven pastor;
y como siempre, el confiable Coro del Teatro alla Scala que dirige Alberto
Malazzi.