Sunday, December 27, 2020

Cavalleria Rusticana en Chicago

Foto: (c) Todd Rosenberg

Ramón Jacques

Chicago Symphony Hall. Ya convertida en una tradición de muchos años y en la actualidad una de las fechas más esperados de cada temporada de la Orquesta Sinfónica de Chicago, es la inclusión de un titulo operístico.  Con la llegada de Riccardo Muti a la titularidad de la agrupación, la elección natural ha sido la de obras del repertorio italiano, que incluye ya memorables ejecuciones de óperas como: Otello, Aida, Turandot y el Réquiem de Verdi, por mencionar solo algunas de las que se han escuchado en la sala de conciertos sede de la orquesta, como también de gira, especialmente en el Carnegie Hall, donde la orquesta tiene una cita todos los años.  Con motivo del decimo aniversario del celebre director napolitano al frente de la orquesta, el eligió dirigir Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni. A priori parecía que un concierto de una hora quince minutos, sin intermedio, seria muy poco para la ocasión, pero Muti y su orquesta demostraron lo contrario, ofreciendo una velada de emocionantes pasajes orquestales y corales. Cavalleria Rusticana es una obra que se presta para el lucimiento de la orquesta, como aquí quedó demostrado. La homogeneidad y el sonido que emergió de la sección de cuerdas y metales de la orquesta fue brillante, conmovedor y apasionante, por la amplia gama de colores y matices que Muti le imprimió con su autoritaria y segura mano, aunado a su maestría al concertar un repertorio que le pertenece ejecuta con la dinámica y la precisión de un motor muy bien aceitado.  Sobresaliente estuvo también el coro de la Sinfónica de Chicago en su desempeño, sus elementos que se ubicaron detrás de los músicos además de ocupar todas las butacas traseras de la sala de conciertos cuya forma es circular, cantaron con ímpetu e intensidad en cada una de sus intervenciones. El elenco vocal, con nombres de primer nivel, como en todas las óperas ejecutadas por la orquesta, cumplió su cometido de manera satisfactoria. Como Santuzza, la mezzosoprano Anita Rachvelishvili desplegó sensualidad y maestría con su opulento instrumento, cargado de intensidad y dramatismo. Por su parte el tenor Piero Pretti dejó una grata impresión por la calidez y brillantez de su timbre, ofreciendo un Turridu febril y creible. No corrió con la misma suerte el barítono Luca Salsi cantando a Alfio, quien tuvo altibajos cantando por momentos con desmedida fuerza y en otros con cierta pasividad, como si el papel le quedara justo o incómodo. Un lujo fue escuchar a la mezzosoprano Sasha Cooke, quien sobresalió en el breve papel de Lola, por su insólita y refinada elegancia vocal y un timbre de nítidos visos y matices La mezzosoprano Ronita Miller confirió autoridad al personaje de la mama Lucia, con su voz oscura y vigorosa y voluminosa.

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