Renzo Bellardone
El director de escena Damiano Michieletto actualizó conceptualmente la historia de Cio Cio San al punto de hacer olvidar sus ¡106 años de existencia! Se abre la escena en la caótica calle de una desarrollada ciudad del este asiático, con coloridos y luminosos carteles en ingles, chino y tailandés ubicados al fondo de la “casa”, que aquí era el lugar donde ofrecían sus cuerpos las mujeres que se encontraban mas allá de los vitrales, para después convertirse – en la continuación de la narración- en la casa de Butterfly y en el lugar del suicidio. Pinkerton, el americano en busca de una efervescente aventura erótica, y en espera de una “verdadera mujer americana” fue interpretado aquí por un buen tenor Andrea Carè quien llegó en un auto jaguar (absolutamente creíble y puntual), acompañado del Goro de Gregory Bonfatti, bien acoplado al papel, con lentes obscuros, cola de caballo, con mas expresión de traficante que de agente matrimonial, y que se convirtió en un personaje malo, al punto de ofrecer “caramelos” sospechosos a los niños. La protagonista Raffaela Angeletti, quien entró a escena en un trolebús fucsia del que extrajo sus pertenencias, fue una valida y fascinante interprete quien sin prestarse a ocurrencias fuera de lugar y pasadas de moda, ofreció una sobria interpretación, mas participativa y envuelta en el personaje con el que le dio realce, aun dentro de una visión moderna del mismo. La música fue dirigida apropiadamente por Pinchas Steinberg, en perfecta sintonía con lo que sucedía sobre la escena, de manera puntual y precisa, sin ser enfática, pero delineando los momentos mas escabrosos y sufridos de la obra. Se trató de una dirección orquestal muy apreciada que condujo a los músicos a ofrecer más que solo una bella pagina musical. Las ideas escénicas fueron en verdad muchas, y más allá de las ya mencionadas, valdría la pena hablar del tema de la “diversidad” que fue representada en la escena en la que el niño de ojos azules es agredido por otros niños de rasgos orientales.
El momento de cambio de temporada, Michieletto lo entendió como un juego entre Cio Cio San y Suzuki, este último papel fue interpretado por la convincente Damiana Pinti, en el que ambas pintaron flores con las manos sobre los vidrios de la casa, en lo que fue una imagen poética, sugestiva y conmovedora. Pero la conmoción tuvo obviamente su momento de mayor exaltación el final de la historia cuando se ve al hijo meciéndose en un columpio mientras en el interior de la casa ocurre una tragedia. Butterfly conciente del abandono de Pinkerton decide encargarle su hijo a Kate Pinkerton- interpretado por Ivana Cravero, “la verdadera mujer americana” y con una pistola en la sien derecha se dispara y cae muerta al momento de la ultima nota pucciniana, para marcar el final de la función. Al final los aplausos fueron para la apreciable música, bien dirigida e interpretada, así como para el coro dirigido por Claudio Fenoglio, a Paolo Fantin por la escenografía, a Carla Teti por los vestuarios y a Marco Filibeck por la iluminación. Domenico Balzani interpretó un Sharpless muy humano y verdaderamente dispuesto a ayudar a Butterfly; el príncipe Yamadori fue Paolo Maria Orecchia, el del tío bonzo por Riccardo Ferrari y el del comisario por John Paul Huckle, todos ellos bien en la parte vocal y en la actoral. La producción escénica fue de buena manufactura, aunque quizás fue “demasiado innovadora” para los nostálgicos de las puestas clásicas, pero no faltó nada, y se ha enriqueció y se actualizó a la obra y al libreto, revalorizándolo. ‘Un bel di vedremo’ no fue el resultado de la culminación de la obra, si no una pagina de música que poéticamente dio forma a uno de los temas de la opera, el de la “espera”
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