Foto: Brescia e Amisano
Massimo Viazzo
Cuatro años después vuelve a la escena scaligera la aclamada Elektra de Patrice Chéreau, el último espectáculo firmado por el director
francés antes de morir, ya convertido en clásico, y que fue creado para
Aix-en-Provence en el 2013 y estrenado en Milán al año siguiente. Como ya se ha escrito en diversas columnas,
esta Elektra muestra toda la peculiaridad distintiva del conocido director del
otro lado de los Alpes, sobre todo la de llevar el mito al mundo real, un mundo
angustiante y atormentado en el que la visión psicoanalítica es
preponderante. Las tres mujeres
protagonistas de la obra maestra de Strauss habitan en un ambiente
claustrofóbico, en un palacio-prisión limitado por altas paredes grises
cerradas en el fondo por una especie de ábside.
Dentro de este ambiente atemporal y sofocante se consuman las hirientes
pasiones y la estimulante histeria que permite la trama. En esta ocasión, el montaje fue repuesto por
gran y minucioso cuidado por Peter Mc
Clintock. La dirección orquestal le fue confiada al experto Markus Stenz
(quien sustituyó de ultimo minuto al indispuesto Christoph von Dohnànyi) quien
condujo a la óptima orquesta del Teatro alla Scala con un modo muy analítico y
lucido. El elenco con las tres protagonistas femeninas fue de alto nivel, Ricarda Merbeth (Elektra), Waltraud Meier ((Klytämnestra) y Regine Hangler (Chrysothemis), quienes
electrizaron al publico en sus formidables duetos, siempre determinadas,
precisas, como también matizadas en la búsqueda de las emociones mas
recónditas, y cantando siempre sin guardarse nada. Gran carisma escénico y
vocal tuvo el Oreste de Michael Volle, mientras
que no más que correcto estuvo el Egisto de Roberto Saccà. Un indiscutido éxito para la Scala en este cierre de
temporada.
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