Fotos: Cory Weaver
Ramón Jacques
La reposición de Otello, ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi, espléndido título,
pero muy temible para los tenores, sobre el escenario de la Ópera de Los
Ángeles fue la última producción escenificada de la temporada, que a falta de
un concierto con la célebre soprano Renée Fleming a realizarse en las próximas
semanas, dará por concluidas todas sus actividades de este año. Es literalmente
una reposición, ya que en escena se utilizó el mismo montaje del 2008, última
vez que se vio aquí la obra, también con la conducción de James Conlon, quien en aquel año acababa de asumir la dirección musical. Lamentablemente el esperado título satisfizo
parcialmente, si se incluye al público, que es parte integral del espectáculo, además
de un valido termómetro indicador del éxito o no del espectáculo. Esta vez el
público local no mostró el habitual entusiasmo que aquí se acostumbra al final
de la velada. Primero el marco escénico, coproducción de los Ángeles con los
teatros de Monte Carlo y Regio de Parma, firmado por John Cox no logró maravillar ni por diseño ni por apariencia, ya
que consistió en una enorme plataforma convexa sobre el escenario, que al
inicio de la ópera asemejaba la cubierta de un barco, pero con el transcurrir
de las escenas se mantuvo fija y rígida, y lo único diferencia la marcaban las trasmisiones
realizadas al fondo del escenario o los elementos de utilería, mesas, sillas,
tronos, incluso un pequeño jardín en un cuadro. Las inclinaciones en ambos
lados del escenario, además de lucir peligrosas, redujeron y limitaron el
espacio cuando aparecían en escena el extenso coro y los solistas. En términos
generales se trató de un montaje poco lucidor y obsoleto. Su diseño corresponde a Johan Engels, quien también se encargó de los elegantes y coloridos
vestuarios, y la iluminación de Jason
Hand ayudó a crear ese ambiente lúgubre y de zozobra que impera durante la
trama valiéndose de brillantes rojos, negros y claroscuros. Tampoco logro convencer completamente la
prestación vocal y actoral del tenor Russell
Thomas, en el papel principal. Su
voz careció del cuerpo y el peso necesarios para sobresalir sobre la densa
orquestación que Verdi dispuso para el personaje. Por momentos se le notó
agobiado por la música, desfasado. lo que le creó dificultades para manejar el
fiato, penalizando su proyección y el color de su voz que es robusta y musical.
El tenor estadounidense ha entrado a un repertorio pesado que a futuro le
depara retos como más: Otellos, Calaf en Turandot y Parsifal en Houston, donde
espero que pueda desplegar sus cualidades con mayor fortuna. En contraparte, y en su debut local, la
soprano Rachel Willis-Sorensen bordó
una frágil y vulnerable Desdemona, escénicamente comprometida con su personaje
y con un buen desempeño vocal con el que regaló una vibrante ejecución del aria
“Salce, salce..” Por su parte el barítono Igor Golovatenko personificó a un arrogante y malévolo Iago, con
algunos chispazos de sobreactuación, pero seguro en lo vocal. El estudio de jóvenes artistas de este teatro
ha producido ya dos interesantes artistas de muy buen calibre como lo son los
tenores Anthony Ciaramitaro notable
en lo vocal en el papel de Cassio, y Anthony
León como el malintencionado Roderigo. El bajo Morris Robinson desplegó su potencial vocal como Lodovico y bien
estuvieron Alan Williams como
Montano y Ryan Wolfe como el
heraldo. Una mención para la mezzosoprano Sarah
Saturnino, quien le dio un relieve poco visto al personaje de Emilia con un
canto suntuoso y trascendental actuación.
Muy bien estuvo el coro del teatro en sus intervenciones llenas de brío
y carácter, bajo la conducción de Jeremy
Frank, y una mención para el coro de niños Los Angeles Children’s Chorus,
que dirige el maestro Fernando
Malvar-Ruiz. En el podio estuvo James Conlon, quien dirigió con
entusiasmo y maestría, manejando muy bien los timbres y las dinámicas, aunque
quizás pudo haber modulado y calibrado mejor la fuerza orquestal, a favor del
tenor. Como siempre los músicos de la LA
Opera Orchestra mostraron uniformidad y enjundia.
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