Fotos:
Cauê Diniz/Mozarteum BrasileiroFabiana Crepaldi
El
pasado 27 de junio, como parte de la la temporada 2023 del Mozarteum
Brasileiro, la mezzosoprano norteamericana Isabel
Leonard subió por primera vez al escenario de la Sala São Paulo. La tarea
de Leonard no era simple: reemplazar a la superestrella y campeona mundial de cancelaciones
Elina Garanča. Esto quiere decir que el público que estaba allí había comprado
entradas para ver a una rubia exuberante, de voz y ojos penetrantes y un
carisma innato. A la hora de comprar las entradas, al público poco le importó que
Garanča repitiera exactamente el mismo programa que ya había presentado en
2018, con una segunda parte dedicada exclusivamente a la zarzuela. Además,
Leonard estuvo acompañado por la siempre problemática Orquestra Acadêmica do
Mozarteum Brasileiro: una agrupación sin un trabajo continuo, formada para
eventos específicos, mezclando estudiantes y músicos profesionales, que en el
concierto estuvo dirigido por el director estadounidense Constantine Orbelian. Una orquesta sin cohesión, sin dinámica y con
problemas de afinación. Es cierto que, en el 2018, Garanča también enfrentó
este problema y lo habría enfrentado nuevamente ahora. Discreta, elegante, muy
buena técnicamente y con buena voz, Isabel Leonard trazó un panorama de su
carrera. Comenzó con Rossini y Mozart, dos compositores que van bien con su voz
y cuyas obras ha interpretado varias veces en el Metropolitan Opera desde su
debut, en el 2007, en el famoso escenario de Nueva York. De Rossini, la elegida
fue Una voce poco fa, del El barbero
de Sevilla. Este, tal vez, haya sido el número más problemático de la noche.
Cantando mal, Leonard no cantó. Porque, en primer lugar, no es una cantante que
tenga la capacidad de hacer la coloratura con naturalidad. Cierto es que en
este grupo hay muy pocas cantantes: entre las inmortales e insuperables
menciono a Lucia Terrani y Teresa Berganza; y entre las actuales, Cecilia
Bartoli y Karine Deshayes. Confieso que no soy rossiniana, por lo que mi lista
se restringe a lo esencial, sin embargo, la habilidad de hacer una coloratura
no es algo que sea común, ni siquiera la superestrella Garanča la tiene.
Entonces, si ese fuera el único problema, Leonard estaría bien, incluso porque
se volteó, como hacen todos los buenos cantantes. Aun así, optó por una
interpretación un tanto caricaturesca y cuestionable. Todo, por supuesto, con
una voz bien colocada y unos agudos precisos: quien busque los defectos de
Isabel Leonard en su técnica de canto estará buscando en el lugar equivocado –
si quiero ser muy minucioso, puedo elegir una acentuación al principio del
aria, “unA voce…”, pero nada más. En Mozart, Leonard lo hizo mucho mejor. Como
Cherubino, de Las bodas de Fígaro, además de su sólida técnica, utilizó su
favor su elegancia, me refiero a su elegancia de cantante. Aun así, durante las
conversaciones en el intervalo algunas personas la consideraban fría; otros
pensaron que como era un concierto y no una ópera, estaba bien. ¿Qué significa
ser frío? ¿Qué hay detrás de esta magia de involucrar al público en una
interpretación, aunque sea un concierto? ¿Podría ser algo tan subjetivo? Creo
que la respuesta está en un tema que, como una obsesión, siempre toco en mis
textos: la construcción del personaje, la atención al texto, la relación entre el
texto y la música. Ya he defendido a cantantes que, aun sin tener una voz muy
adecuada para un papel determinado, son cuidadosos y lo manejan tan bien que
acaban destacándose. El ejemplo reciente que me viene a la mente es Elisabeth
de Marlis Petersen en Tannhäuser, en Salzburgo (por cierto, donde Venus debería
haber sido Elina Garanča, pero, por supuesto, ¡ella canceló!). Petersen domina
tan bien a sus personajes que todo lo demás pasa a un segundo plano. El caso de
Leonard es el contrario: tiene una gran voz para Mozart, lo canta todo muy
bien, pero no parece darle mucha importancia al sentido del texto. Un ejemplo
para dejar la idea más clara: en Voi che sapete, cuando canta “sospiro e gemo”,
no la sentimos suspirar ni gemir, canta como si el texto fuera “caminando por
la calle”, o cualquier otra banalidad. Hice un punto de enfatizar que me
refería al significado del texto, porque la dicción de Leonard es excelente, el
texto se escucha muy bien. Insisto: el problema no está en la técnica. Para no
correr el riesgo de cometer una injusticia, cabe señalar que la incapacidad de
la orquesta para bajar el volumen, para tocar un piano, ciertamente entorpeció
a la mezzo, limitando su dinámica, especialmente en Non so più. Si hasta
entonces Leonard había presentado dos papeles que cantó sobre el escenario,
cerró la primera parte con cinco de las Siete Canciones Populares Españolas, de
Manuel de Falla, que grabó dos veces: en 2015 y en 2017. De ascendencia
argentina por parte de su madre, era bastante perceptible el dominio que tiene
sobre este repertorio. La segunda parte del concierto estuvo marcada por la
ópera francesa: el aria de las cartas, de Werther de Massenet; Habanera y la
Seguidilha de Carmen, de Bizet. Isabel Leonard tiene un francés precioso o,
como dirían los franceses, un francés presque parfait (y eso, para ellos, es un
enorme cumplido para un extranjero). A esto se suma su excelente dicción. Su
Charlotte ya había cobrado vida en el escenario, tanto en el Met como en la
Royal Opera House. Como Carmen, si no me equivoco, nunca pasaba de las arias en
los conciertos**. Y esa diferencia fue clara. Su Carmen es demasiado elegante y
poco seductora. Su Charlotte fue, para mí, el mejor número de la noche, aunque
no derrama el alma al repasar las cartas de Werther como, por ejemplo, Sophie
Koch, la gran Charlotte de hoy, a quien tuve el inmenso e inolvidable placer de
ver en ese papel, en el Met, cubriendo una de las cancelaciones de… ¡Elina
Garanča! Reconozco que soy imparcial: Werther está entre mis óperas favoritas.
Con un resfriado, fui al concierto con una mascarilla debidamente ajustada y
con la intención de irme durante el intermedio. Sin embargo, Charlotte me
detuvo: no podía irme sabiendo que, justo después del descanso, vendría el aria
de las cartas. ¡Y como me había quedado, tampoco me iría sin escuchar las dos
arias de Carmen! Sin embargo, cuando sonó la última nota de la Seguidilha eran
pasadas las 22.40 horas, y el concierto, con los bises, terminaria pasadas las
23 horas. Considerando que el siguiente número de Leonard sería Granada de
Agustín Lara, me retiré a descansar y dejé que los ecos de las arias francesas
me quitaran el resfriado. Y estos ecos fueron una buena medicina. Es muy
importante la iniciativa del Mozarteum de traer los nombres que pueblan los
elencos de los grandes teatros de ópera. Independientemente de que sean los
mejores, los más carismáticos, los más destacados, siempre es bueno que el
público brasileño tenga la oportunidad de conocerlos. Brasil está lejos del
circuito de la ópera, pocos cantantes de renombre internacional pasan por aquí todos
los años, y es en vivo donde realmente se conoce a un cantante. También es
encomiable la formación de una orquesta que acompañe a estos cantantes,
especialmente en las arias de ópera. Lo que, extrañado, sin embargo, en las
temporadas del Mozarteum es un recital más refinado, instrumentalmente mejor
cuidado: un recital de Lieder, por ejemplo. Si no me equivoco, el última del
Mozarteum fue de Jonas Kaufmann, en 2016. Han pasado siete años. La impresión
que tengo es que el Mozarteum valora el refinamiento musical en los conciertos
instrumentales, ya sean sinfónicos o de cámara, pero no le da la misma
importancia cuando el solista es cantante. ¿Sería algún prejuicio en relación
al público lírico, que solo quiere escuchar notas altas y no le importa la
música? Por favor, no me incluyan en ese estereotipo.
Nota:
**Tras la publicación
de este artículo, Isabel Leonard informó en redes sociales que ya interpretó a
Carmen en el escenario.
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