José Noé Mercado
Apreciar la esencia humana que puede transmitir una interpretación musical suele ser un gozo que trasciende y da sentido y sensibilidad a una actividad artística. En otras ocasiones, acaso igual de excepcionales, el estatus vital puede condicionar aspectos técnicos de la ejecución y, de hecho, convocar sensaciones de asombro y pena involuntaria. Esto último ocurrió los pasados 4 y 5 de noviembre en la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli, cuando la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM), como parte de su Tercera Temporada 2023 (que se realiza entre el 10 de septiembre y el 10 de diciembre), interpretó la Sinfonía No. 9 en re menor, Op. 125, Coral, de Ludwig van Beethoven (1770-1827). El programa contó con las participaciones invitadas de la soprano Angélica Alejandre, la mezzosoprano Cassandra Zoé Velasco, el tenor Rodrigo Petate, el bajo-barítono Rodrigo Urrutia, el Coro Filarmónico Universitario bajo la dirección de José Luis Sosa, así como la batuta del maestro estadounidense Michael Gilbert. Justamente, la presencia en el podio del concertador nacido en Memphis, Tennessee, condicionó de principio a fin el resultado musical de la obra. Su avanzada edad, en combinación con una temblorina constante —acaso producto de alguna enfermedad— generó una lectura musical sucia, con indicaciones confusas e imprecisas que permearon en el sonido producido por las diferentes secciones de la orquesta. Los instrumentistas hicieron su esfuerzo para brindar una imagen sonora en conjunto, pero los fraseos en destiempo y sobre todo una suerte de barullo no logró evitarse, en los contornos y en los respiros de las notas y sus ataques. El punto más penoso, y conmovedor al mismo tiempo, fue cuando el director giró a dirigir al público, en un pasaje que no era ni siquiera coral. Esos lapsus se presentaron de igual manera en el proceso de ensayos, cuando el también director musical de Eroica Ensamble y Music Masters Course Japan, volteaba a dirigir las butacas vacías. En la semblanza musical de Gilbert se consignan actuaciones como concertino o violinista bajo batutas legendarias como la de Herbert von Karajan, Leonard Bernstein, Leopold Stokowski, Pierre Boulez, Zubin Mehta, Kurt Masur, Erich Leinsdorf o Claudio Abbado. Esa carrera, sin duda destacada —y ahí ese lado humano señalado arriba, que incluye la vejez, la pérdida de facultades o la enfermedad—, contrastó con lo que el público, los integrantes de la OFCM y los intérpretes invitados pudieron constatar en este par de conciertos. Aunque ni el coro ni los solistas eludieron del todo las consecuencias de una dirección farragosa como la descrita, esta sinfonía de Beethoven contiene la suficiente belleza y fuerza musical para disfrutar, mal que mal, de numerosos pasajes, sea como sea. No por nada se trata de una de las obras emblemáticas de la música sinfónica, lírica y universal. Las voces de Angélica Alejandre (brillante, segura en el registro agudo) y Cassandra Zoé Velasco (resonante, madura, con un atractivo color) atravesaron con experiencia y buen gusto sus retos particulares. Ambos Rodrigos, Petate y Urrutia, debieron encontrar primero las ventanas sinfónicas (en volumen, articulación estilística y comodidad de sus emisiones), para integrar sus instrumentos al conjunto y sumarse en un cuarteto mexicano de tintes operísticos, de matices casi verdianos, igual recompensado con tres llamados al escenario una vez concluida la obra, por los intensos aplausos del público asistente, que agotó las localidades en ambas fechas. Los integrantes de la OFCM solicitaron a su dirección artística, encabezada por el maestro Scott Yoo, que fuera la última vez que la agrupación contara con la batuta invitada de Gilbert, ante lo complicado de trabajar en las condiciones que acarrea su presencia. En todo caso, se trató de una Novena de Beethoven única: rara. Acaso por ello no memorable, pero sí anecdótica. Muy humana.
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