Fotos: Fabio Parenzan / Teatro Verdi di Trieste
Rossana Poletti
En Anna Bolena de Gaetano
Donizetti, en el escenario del Teatro Lirico Giuseppe Verdi de Trieste, destacó
la calidad del reparto. Un grupo de cantantes extraordinarios, que contribuyen
significativamente al éxito de la función. Con la excepción de una pequeña
incertidumbre, casi imperceptible, en el primer acto, la actuación de las dos
mujeres Salomé Jicia (Anna Bolena) y
Laura Verrecchia (Jane Seymour) fue
excelente para representar los sentimientos, dudas y sentimientos de culpa que
la trágica historia impone. El libreto de Felice Romani transmite la ambigüedad
de las elecciones que ambas hacen, Bolena se casó con el rey sin amor por el
deseo de reinar, y Seymour traicionó a la reina por el mismo deseo. Ambas
marcadas por un destino que Enrique VIII destinó a todas sus esposas. El
espectador lo sabe y este pensamiento no puede dejar de condicionar lo que se
escucha. Salomé Jicia sobresalió en el final cuando la locura se había
apoderado de ella debido a la incipiente sentencia de muerte y mientras a su alrededor
reinaba el estruendo de la celebración de la boda del rey con Seymour entona
«... Cielo: a miei lunghi spasimi concedi
alfin riposo e questi estremi palpiti sian di speranza almen ...» infundiendo
al aire el drama escénico que el momento requiere. El
bajo Riccardo Fassi superó con
equilibrio la prueba del difícil papel que Enrique VIII impone a lo largo de la
ópera. Las notas agudas de Percy (Marco
Ciaponi) mostraron una notable agilidad vocal del tenor que hizo gala de
una excelente dicción. Incluso Veta
Pilipenko en el papel de Smeton en travesti logró transmitir admirablemente
la ingenuidad del personaje que representaba. Nicolò Donini (Rochefort) y Andrea
Schifaudo (Hervey) solo convencieron. El otro punto destacado de este
estreno de Anna Bolena en Trieste fue la interpretación de la Orquesta,
dirigida con rigor y precisión por el maestro Francesco Ivan Ciampa. La dirección escénica apuntó, como en la
anterior producción del 2012, en los efectos visuales, en la imponente puesta
en escena, y sobre los hallazgos eficaces y sobre el vestuario filológicamente
estudiado. Impuso al coro una posición rígida, casi de espectador que sigue los
acontecimientos con dolorosa presencia. El trono y la cama: el choque entre la
ambición y el amor, entre el sexo y el poder en el que se centra el drama. El
sistema escénico se basa en elementos giratorios que se superponen en forma de
cruz. Un simbolismo refinado e impresionante que recorre todo el espectáculo.
Hay escenas que la hacen memorable: el rey y la reina a caballo, ella en uno de
plata y él en uno de oro, antes del viaje de caza al Castillo de Windsor,
cuando se revela el horrible destino de la mujer. El coro vistió de negro,
color que estaba destinado al clero y a los hombres importantes, porque este
color pertenece al campo de la ética del comportamiento y de la representación
de sí misma sobre la escena del mundo. Y esta ética a la que se refiere el coro
en sus apariciones, estando consciente del mal incipiente. Los vestuarios eran
suntuosos, muy ricos, copiados de la iconografía que nos ha dado la historia
del rey y su corte. La puesta en escena se realizará en la Arena de Verona,
igual que en 2012, con algunas mejoras técnicas en los cambios de escenario. La
dirección de Graham Vick, fallecido
hace un par de años, la asumió aquí Stefano
Trespidi quien afirmó que: «... La teatralidad destacaría con mucha fuerza
en el vestuario. ¿La época? La que está prevista en el libreto, pero interpretada
en un estilo muy teatral. No se
puede hacer un Enrique VIII nazi".
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