Ramón Jacques
Aunque
Madama Butterfly la ópera en tres
actos de Giacomo Puccini (1858-1924) con libreto de Luigi Illica y Giuseppe
Giacosa no fue bien recibida por el público el día de su estreno 17 de febrero
de 1904 en la Scala de Milán –al que algunos textos han llegado a calificar
como un estreno desastroso- y el compositor debió realizar hasta cinco
revisiones, tanto en la parte orquestal como en la vocal, que incluso la ópera
pasó de contener dos actos a tres que es la versión final de 1907, la más
conocida y ejecutada en la actualidad y que se ha convertido no solo en una
ópera de repertorio que no falta que sea
escenificada por muchos teatros a nivel mundial, ocupando, al menos en el conteo
solamente entre los teatros estadounidense uno 10 títulos más representados
anualmente, sino que además es una de las obras más gustadas. La versión original de su estreno en la Scala
–de dos actos- se convirtió en tal rareza que el director Riccardo Chailly
decidió rescatarla y revivirla en diciembre del 2016 para la apertura de la
temporada de ese año del célebre teatro milanés. La Houston Grand Opera, que la ha escenificado
en varias ocasiones desde la temporada 1955-1956 decidió incluirla en su cartelera
de este año coincidiendo con el 100 aniversario de la muerte del reconocido
compositor, porque se trata de una ópera muy popular, indudablemente un imán de
taquilla, y por qué al menos en este escenario había permanecido ausente desde la
temporada 2014-2015. Habiendo visto y
reseñado varias producciones de un mismo título, alguna vez me han preguntado
¿Por qué ver de nueva cuenta una ópera ya vista y escuchada en el pasado? La respuesta es que cada producción es única
y diferente, que ofrece una nueva posibilidad de ver propuestas e ideas
escénicas distintas, ver ángulos o detalles quizás antes apreciados, diferentes
estilos de conducción musical, y la posibilidad de escuchar voces nuevas. Por
ello, en esta ocasión resaltaría la elección del teatro de elegir a Aylin Pérez, quien cantó y actuó el
papel de Cio Cio San de manera sobresaliente. La célebre soprano
México-estadounidense regaló una caracterización convincente entendiendo que el
papel que representaba es el de una jovencita con la cual se identificó y
resaltó por su inocencia, con delicados y pausados movimientos de una joven
ingenua, afable, tierna, pero a la vez enérgica de convicciones y acciones,
como la escena final que estuvo cargada de intensidad, ímpetu y escalofriante
violencia con la que se quitó la vida. Vocalmente, destacó rompiendo con el
mito de que las intérpretes del papel requieren de amplias voces, o cantar forte.
Ella cantó plena de matices, colores en su timbre, seguridad en los
agudos, y por momentos un canto ligero, casi susurrado que aunado a su
desempeño escénico se apuntó una indiscutible conquista que fue premiada con largos
aplausos y ovaciones del público, que en esta función llenó las butacas del
Wortham Center y siguió con interés la historia de la función. Ya que la historia contiene elementos
estadounidenses la hace atrayente para los espectadores, y cada vez que se
presenta la obra en algún teatro de este país, al concluir la representación se
suele escuchar una combinación de aplausos, chiflidos y abucheos, que se
entienden como una manera de desaprobación por el comportamiento de Pinkerton
en la trama, y no un menosprecio hacia el intérprete, que en esta ocasión fue
el tenor chino Yongzhao Yu, cantante
de voz robusta y buena presencia escénica, al que sin embargo le faltan más
tablas, maduración y experiencia escénica para hacerle justicia al papel. El bajo-barítono Michael Sumuel se paró con autoridad sobre el escenario y confirió
dignidad al personaje de Sharpless, su voz es robusta, profunda dándole sentido
y sentimiento a cada palabra que emitió.
Buen trabajo hizo también la mezzosoprano Sun-Ly Pierce como Suzuki con penetrante tonalidad oscura y
proyeccion, apta para el papel, que actuó de manera correcta y los movimientos
adecuados. El bajo William Guanbo fue un malicioso y pícaro Bonzo, y cumplieron con
sus partes el resto de los cantantes como el experimentado tenor Rodell Rossell como Goro, el bajo
barítono André Courville en el papel
de Yamadori, Erin Wagner como Kate
Pinkerton, el bajo Cory McGee como el comisionado imperial, estos últimos
miembros del estudio del teatro que ha producido cantantes de importantes
trayectorias, algunos se han convertido en estrellas, a lo largo de los
años. La producción tripartita entre los
teatros de Ginebra, Lyric Opera de Chicago, y Houston; es la misma ya vista
aquí en el 2015, con escenografías y elegantes vestuarios ideados por Christopher Oram. Los diseños
orientales son minimalistas, y la iluminación de Neil Austin aquí fue trascendental. La dirección escénica fue de Michael Grandage, quien se apegó al
libreto sin ocurrencias o sobreactuación que incidiera sobre la historia, como en
su controversial trilogía Mozart-Da Ponte, vista en San Francisco y que ahora
ira a otros escenarios. El coro que
dirige hábilmente su titular Richard
Bado, tuvo una participación decisiva en esta ocasión, homogéneo, seguro, y
su ejecución del Coro a boca cerrada,
se conjugó con uno de los momentos estéticamente más atractivos de la función
en el que Cio Cio San, su hijo dolor y Susuki, giraban en la oscuridad de la
noche sobre una plataforma circular, quedando de espalda frente al público
mientras amanecía. Dirigió con entusiasmo
y maestría el maestro titular de la orquesta Patrick Summers, quien parece alejarse paulatinamente del podio,
pero cuya orquesta tiene un sello particular en el sonido que emiten de
uniforme por cada una de sus líneas y resaltando los momentos más
sobresalientes de la orquestación que plasma debidamente los diferentes estados
de ánimo y tensión por la que atraviesan los personajes.
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