Ramón Jacques
El Festival Verdi, que se lleva a
cabo en el segundo semestre de cada año, es sin duda el evento más importante en
el Teatro Regio de Parma, que durante el primer semestre ofrece una nutrida cartelera
nutrida de eventos musicales, conciertos, recitales y una temporada lírica, al menos
de tres títulos esta temporada, de conocidos
óperas del repertorio italiano como: El Barbero de Sevilla, Tosca y El Elixir
de Amor, que parecería poco para el exigente y muy operístico publico
parmesano. Con la intención de ofrecer
nuevas visiones y alternativas escénicas al público local, este Elixir de Amor,
se montó en nueva producción del teatro, coproducción con el Teatro Regio de
Turín donde será llevada próximamente, ideada por el director Daniele
Menghini, quien aquí realizó un trabajo muy plausible e interesante ya que
logró alejarse de las ideas y clichés tan vistos y repetitivos que se asocian repetidamente
a la escenificación de esta ópera. Si
bien Gaetano Donizetti (1797-1848), compositor que estrenó esta obra el
12 de mayo de 1832 en el Teatro della Canobbiana de Milán, la concibió como un melodramma
giocoso u opera buffa, Menghini buscó ahondar en argumentos mas
profundos que se pueden desprender de la historia. Aquí, Nemorino no es el tonto, ingenuo del
pueblo que se mueve, a veces sin sentido, sobre el escenario, si no que es el protagonista
de la historia en la cual los demás personajes giran en torno a él, y es en
realidad un personaje verdadero o verista desde este punto de vista
dramatúrgico. Nemorino, que hace su
entrada por los pasillos entre público, es un artesano que en su taller crea
marionetas. Es cuando se va a dormir que
en sus sueños donde aparecen los demás personajes como Adina, Gianneta y el
coro, caracterizados y vestidos como marionetas y títeres, con un buen trabajo
en el diseño de los simpáticos vestuarios de Nika Campisi, y la simples pero
efectivas escenográficas con una larga mesa con sus diseños y tarimas de madera
al fondo, donde se colocó el coro, algunos de los cuales se movían como títeres
con las cuerdas que colgaban de lo alto del escenario. La iluminación fue de Gianni Bertoli,
y en escena hubo algunos bailarines haciendo precisas coreografías, así como el
grupo I Burattini dei Ferrari, especializas en marionetas que mostraban y
conduciarn réplicas de los personajes en escena. Para Menghini, Nemorino es un
hombre solo, triste, una especie de Gepetto, que para alcanzar lo imposible,
incluso creyendo en la magia con la que crea a Pinocho, está dispuesto a todo y
es víctima de Dulcamara. En el planteamiento
escénico, y a lo largo de la historia, el personaje muestra una evolución, ya Nemorino
toma la decisión de abandonar su vida para comenzar una nueva, tomando
elecciones para sí mismo, aunque en su camino aparece Adina. La puesta hace pensar
cómo es que un drama gioccoso, pueda contener una aria tan melancólica como la
furtiva lagrima, alejada de la comicidad, y que su personaje tenga conciencia
de lo que quiere, para el mismo y cómo afrontar la vida que son ideas que vive
la gente en la actualidad. En la segunda
parte, Nemorino parece haber entrado a ese mundo mágico e imaginario, el
también una es marioneta, y en ese mundo es donde descubre y se interesa por
Adina. La deserción inesperada unos días
antes por parte de John Osborn, trajo como sustituto al destacado tenor Francesco
Meli en el papel de Nemorino, quien después de una ausencia de trece años de
este teatro, donde se le había escuchado en papeles de óperas de Verdi, dio
catedra de canto, desmitificando de cierta forma que papeles como Nemorino
están reservados para quien están especializados en belcanto. Meli demostró lo que saber cantar bien y
adaptarse al papel. Con una voz amplia, musical, plena de matices y buena
proyección. Se escuchó la solidez y
experiencia de un notable cantante, y su interpretación de “Una furtiva
lagrima” causó tal conmoción entre el entusiasta público que de manera
espontánea aceptó bisar. Su desempeño actoral fue acorde a la idea de la puesta
escénica. El papel de Adina fue bien interpretado
por la soprano Nina Minasyan, quien posee una voz ágil y colorida en su
timbre y segura en los agudos, pero carente de cierto espesor que no le
permitió proyectar bien en ciertos pasajes.
Roberto De Candia, hizo una notable caracterización del Doctor
Dulcamara, simpático, embaucador, de voz profunda, profunda pero tersa en la
tonalidad. El joven barítono Lodovico
Filippo Ravizza exhibió inmediatamente las cualidades vocales que debe tener
un cantante que llega a temprana edad a escenarios de este tipo, y su actitud
fanfarrona y arrogante redondearon su buen desempeño. La soprano Yulia Tkachenko le dio
juventud y frescura al papel de Giannetta y entendió bien su actuación y
movimientos de marioneta. El coro del
teatro tuvo su aporte, en la detallada puesta en escena y cumpliendo con su
cometido en sus intervenciones cantadas con uniformidad. En el foso estuvo como invitada la Orquesta
del Teatro Comunale de Bolonia, mostro su oficio, a pesar de ciertos desajustes
y desfases con el escenario de la conducción de Sesto Quatrini, en una
partitura que, sin embargo, no deja a nadie descontento o insatisfecho al
escucharla.
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