Massimo Viazzo
En este año pucciniano La
Rondine volvió a la Scala después de una ausencia de treinta años (en 1994 fue
dirigida por Gianandrea Gavazzeni). De
hecho, esta ópera nunca ha estado entre las preferidas de los apasionados,
quizás porque por tener un libreto que no cautiva, y que se mezcla con
historias bien conocidas como la de Violetta (Traviata) y Mimì (Bohème). Hubo
muchos detractores que la definían como una ópera perdida, una ópera que
parecía una opereta, o una opereta que hubiese querido ser ópera, y que era una
ópera que en definitiva no era ni carne ni pescado. Pero también hubo importantes defensores de
la sofisticada partitura. El gran director de orquesta Victor de Sabata sostenía, por ejemplo, que “La Rondine es la
partitura más elegante y refinada de Puccini” La responsabilidad artística de
reponer este título en el Teatro alla Scala le fue encomendada al director
musical del propio teatro, Riccardo
Chailly, profundo conocedor de la producción del compositor de Lucca y
siempre interesado en la recuperación filológica de sus partituras. De hecho, en esta ocasión se escuchó una
Rodine con algunas novedades ya que se basa en la edición crítica del 2023
realizada por Ditlev Rindom,
preparada por tener a su disposición un precioso autógrafo (que se creía
perdido) anterior al estreno ocurrido en Montecarlo en 1917, y que presenta
cientos de compases de mas, como también algunas diferencias en la
orquestación. Y Chailly no podía más que ser el triunfador de esta
producción. El cincelado fue su máxima
interpretativa más evidente: con ligereza, precios timbres y suavidad,
espontanea tendencia rítmica, una narración viva y fluida, y una gran pericia
para dosificar los pesos orquestales.
¡De verdad fue una conducción convincente! Como también lo fue el elenco
encabezado por Mariangela Sicilia
quien prestó su voz lirica a Magda, con un fraseo elegante y una emisión bien
sostenida, haciendo creíble las emociones de la protagonista. La soprano
calabresa la trazó como una mujer libre y emancipada con buscada de musicalidad
y acento. El amado Ruggero fue interpretado por Matteo Lippi, tenor genovés que mostró grata dicción, un timbre
cálido y pastoso, así como seguridad en el registro más agudo de su voz, además
de hacer muy bien estuvo las medias voces.
La camarera Lisette de Rosalía
Cid agradó por su facilidad, agilidad y pureza tímbrica; mientras que Giovanni Sala personificó un simpático
(como también cínico) poeta Prunier con extroversión y una cierta seguridad
vocal. Pietro Spagnoli, en el papel
de Rambaldo, personaje solo esbozado por Puccini, evidenció sus indudables
capacidades de dicción y acento en el canto
di conversazione típico de su personaje.
También el resto de los papeles de acompañamiento como el Coro del
Teatro alla Scala, dirigido por Alberto
Malazzi, contribuyeron a un confiable logró musical. Al final, llegamos a la parte escénica del
espectáculo, al que Irina Brook le
dio al propio montaje una visión meta teatral, del teatro en el teatro, poniendo
sobre la escena el personaje inventado de una directora-coreógrafa, un alter
ego de sí misma, que preparaba la puesta escénica de la ópera. Brook sostiene
que está más interesada en sondear la mágica del teatro y las relaciones entre
personajes reales y ficticios, más que adentrarse solamente en la historia del
libreto. Estas palabras suenan muy
bonitas, pero al final el espectáculo pareció inocuo, apuntado hacia cosas ya
vistas y vueltas a ver, con una interacción entre el personaje de la directora
de escena y los personajes de la ópera bastante minimizada, de manera un poco
banal, sin impulso o ideas originales. En particular, citando un ejemplo, en el
primer acto se realizaba en escena el ensayo general de La Rondine, con muchos
vestuaristas, utileros, en una brillante ambientación que recordaba los
clásicos musicales de Hollywood. “Estamos en un elegante pabellón estivo como
se construían en los muelles de las playas atlánticas de las costas ingles a
finales del siglo XIX” recordaba Brook, quien continuó afirmando “en el segundo acto en el lugar del salón de
baile de Chez Bullier encontramos la casa de la directora de escena quien se
despierta de una pesadilla en la que el ensayo no había salido bien y no
funcionaba nada.” La técnica del
teatro en el teatro, de la que hoy se está abusando, en esta producción no
convenció. Si bien es verdad que el
espectáculo es reluciente, colorido y lleno de lentejuelas, al final los
posibles planos de cambios y reciprocidad entre la realidad y la imaginación,
entre la verdad y la ficción fueron apenas referidos, careciendo de ideas
teatralmente eficaces y psicológicamente estratificadas.
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