Ramón Jacques
Por los retos escénicos, vocales,
musicales, así como financieros, considerando el contexto actual por el que
atraviesa la lírica, el montaje escénico de Parsifal en la Houston Grand Opera
debe considerarse como uno de los eventos operísticos más relevantes de la
temporada operística estadounidense. A
pesar de su magnificencia este festival escénico sacro en tres actos, o Bühnenweihfestspiel, como lo definió su
propio compositor Richard Wagner, y que tuvo su estreno en 1882 en Festspielhaus
de Bayreuth, continúa siendo es una obra poco representada en los escenarios
estadounidenses. Haciendo un rápido recuento de las recientes escenificaciones
de la obra en los teatros más importantes del país encontramos que en Houston
se presentó por única ocasión en la temporada 1991-1992, la Ópera de San
Francisco la escenificó por última vez en el año 2000, la Ópera de Los Ángeles
en el 2005, el Metropolitan de Nueva York en los años 2013 y 2018, y en la
Lyric Opera de Chicago en noviembre del 2013, que es de donde proviene la
producción escénica vista en esta ocasión, con escenografías y vestuarios ideados por Johan Engels, la brillante iluminación de Duane Schuler y la dirección del director escénico inglés John Caird, mejor conocido por su
trabajo en el musical Les Misérables, quien
tiene una cercanía especial con este teatro por su reciente montaje de Tosca, y
por la elaboración del libreto de óperas The
Phoenix (2019) de Tarik O’Reagan y Brief
Encounter (2009) de André Previn cuyo estreno mundial de ambas de llevo a
cabo en este escenario. En su dirección
escénica Caird intentó apegarse a los preceptos fundamentales de Wagner sobre
la espiritualidad y el simbolismo cristiano, comenzando con una acción algo
estática que fue desarrollando durante el transcurso de la función, pero ya que
la historia carece de un melodrama, de héroes o villanos o una historia
romántica, se enfocó en los aspectos contemplativos, psicológicos así como en
los rituales de pecado, sufrimiento, y compasión por los que atraviesan los
personajes, pero su lectura resulto ser algo intrusiva y por momentos
hipnótica. El montaje escénico de Engels ofreció algunas imágenes
sorprendentes, cargadas de simbolismos, de estilo minimalista ya que gran parte
de la acción se desarrolla en un gran circulo inclinado, algo vacío, salvo
algunas columnas en forma de árboles que representan el bosque de Monsalvat,
entre otros. La elaborada escena ofrece
una explosión de contrastantes colores vibrantes y compactos, y lo que
definitivamente falta en esta producción es la iconografía cristiana inherente
a la obra que fue reemplazada por demasiada simbología e imágenes inusuales,
como el cisne que mata Parsifal en la escena inicial, que aquí representado por
una figura humana con alas, o el enorme trono dorado donde el anciano Titurel
que cantaba desde fuera del escenario, con un actor estático en el escenario
que no canta, sentada en una enorme mano dorada. En resumen, la parte escénica agradó
visualmente, pero pareció ir en una acción opuesta a lo que indica la historia.
No hay queja contra las producciones modernas, siempre y cuando respeten una
lógica con la trama. La parte vocal del
espectáculo tuvo algunos altibajos como el confiar el papel principal a Russel Thomas, un artista inteligente
con una voz robusta que cuya elección de repertorio, y su paso al repertorio de
Heldentenor parece un algo desacertada. El
tenor estadounidense tuvo una presencia dramática sólida y aportó dignidad al
personaje, y aunque supo administrar su voz a lo largo de la función, su
emisión sonó gutural y de insuficiente potencia, situación que se había
evidenciado la temporada anterior en Los Ángeles cuando cantó el papel de
Otello, algunos estallidos aislados en los agudos y la parte alta de la
tesitura parecieron lucieron tensos y fuera de sus capacidades. Por su parte la soprano rusa Elena Panktratova, quien tomó el lugar
de la originalmente anunciada Christine Goerke, tuvo un desempeño sobresaliente
en el papel de Kundry, exhibiendo una voz amplia, robusta y de grata coloración
metálica, adecuada para este repertorio, que manejó con naturalidad y tablas, y evidente conocimiento
de un un rol que no le es ajeno. Gurnemanz es un papel que le pertecene a Kwangchul Youn el veterano bajo surcoreano quien
desplegó una de las mejores voces y canto de la noche. Al poseer un instrumento
excelente y sonoro de tono bruñido, Youn hizo un Gurnemanz más efusivo,
dramático y cargado de vitalidad, que el habitual viejo monje benévolo. El bajo italiano Andrea Silvestrelli personificó al villano Klingsor, teniendo que
lidiar con algunas de las presunciones de la puesta en escena, que lo
personificaban como un fiero y monstruoso personaje. Su voz parece haber perdido la potencia y
profundidad que poseía en el pasado, pero supo sacar adelante su papel más con
su amplia experiencia. El bajo-barítono Ryan McKinny cantó con claridad y un
tono refinado el papel de Amfortas, un cantante que brindó una interesante
caracterización, profunda y con adhesión al papel. Por su parte el
bajo-barítono André Courville fue un
correcto Titurel, pero sin los aspectos y profundidad oscura que requiere el
personaje. De la extensa lista de
cantantes en papeles menores, que dieron vida a los personajes de los
caballeros, escuderos y doncellas flores, se mostraron como un conjunto bien
amalgamado conformado de artistas provenientes del estudio, algunos
interpretando dobles papeles de caballeros y damas de flores como el bajo Cory McGee y Merryl Domínguez; las sopranos Renée Richardson, Emily Louise Robinson y Kaitlyn Stavinoha como las doncellas flores. Sin olvidar mencionar a la mezzosoprano Erin Wagner, que cantando el doble
papel de la voz del mas allá y dama de flores, despunta por sus cualidades y es
una de las grandes apuestas del teatro para hacer una carrera destacada
próximamente. Como primero y segundo
escudero estuvieron adecuados la mezzosoprano Ani Kushyan de buen desempeño, y como el tercero y cuarto los
tenores Demetrious Sampson Jr y Michael Mcdermoot. Cada personaje de la
obra tiene su aporte que sería injusto no mencionar. El Coro de la Ópera de Houston que dirige
desde hace más de 25 años el maestro Richard
Bado demostró un nivel sólido y alto en esta producción. Las voces
masculinas cantaron con impulso y el coro de caballeros y de mujeres ubicados
afuera del escenario le dieron un toque de luminosidad y dignidad en las
escenas, como en la del ritual en el primer acto. La música de Wagner va envolviendo lentamente
al espectador hasta llenarlo de júbilo, como quedó demostrado una vez, por lo
que la explosión de júbilo y aplausos al concluir la función estuvo más que
justificaba. La conducción orquestal le
correspondió a la maestra Eun Sun Kim,
en su doble función de directora invitada principal de este teatro, y a la vez
directora titular de la orquesta de la Ópera de San Francisco, quien tuvo una
lectura correcta de la partitura, salvo la elección de algunos tiempos
soporíferos en el primer acto, su lectura en el resto de la función transcurrió
con naturalidad y fluidez gracias a la orquesta que se comportó a la altura,
regalando un sonido envolvente, entusiasta, pasional y pleno homogeneidad en
sus líneas. ¡La orquestación de Wagner
no deja nunca a nadie indiferente! Como
es costumbre, una ópera de este calibre atrojó muchos fanáticos de otras
ciudades incluso de otros países, aunque no dejo de mencionar, siendo un tema
que no correspondería a quien reseña un espectáculo, la cantidad de gente que
se retiró dirigiéndose a la salida durante los intermedios. Insisto, no es un
tema de mi competencia, pero si un termómetro para que el teatro se plantee
otro tipo de medidas en cuanto a la elección de títulos y elencos de cara al
futuro.
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