Fotos: Ennevi Foto para la Fondazione Arena di Verona - Teatro Filarmonico
Athos Tromboni
Así fue como por primera vez se representó en
el Teatro Filarmónico de Verona Il Campiello de Ermanno Wolf-Ferrari, y en el
"estreno" la obra fue recibida por un numeroso público con muchos
minutos de aplausos al final de la función y con verdaderas ovaciones para
algunos de los protagonistas de esta comedia musical. Quién sabe si las
noticias del futuro, hablando del buen trabajo de Wolf-Ferrari, incluirán citas
similares a ésta como testimonio de un éxito previsto, pero (quizás) no
imaginado hasta este punto. Este cronista no es propenso al entusiasmo, pero al
final de la función la satisfacción no fue menor al entusiasmo mismo.
Finalmente, hubo una dirección que respetó las indicaciones del libreto
(versificador Mario Ghisalberti en 1936, del homónimo Campiello de Carlo
Goldoni) y una interpretación que fluyó rápidamente con sus momentos de euforia
y pomposidad popular; como también momentos (raros, introducidos por la música)
de un sentimiento conmovedor confiado a la melodía. En este hermoso montaje del
Teatro Filarmónico hubo dos niveles narrativos: en el frente il campiello como se puede deducir y
adaptar de los bocetos de las representaciones de mediados del siglo XX, por lo
tanto, fieles a las indicaciones escenográficas del libretista. En el fondo,
sin embargo, se encontraba otro nivel narrativo: detrás de las cortinas que se
movían horizontal y verticalmente, abriéndose una ventana sobre el muro para
mostrar el más allá, aparecía una Venecia poco a poco transformada por el
tiempo donde primero pasaban barcos y góndolas, evocando imágenes y trajes del
siglo XVIII (con máscaras incluidas), luego llegaban barcos de vapor (uno con
la bandera tricolor italiana de la conexión con Italia); poco después, otro
barco con figurantes vestidas de esmoquin y crinolina bailando el vals de la belle-époque; luego los mamparos de
moisés que se alzaban para proteger la ciudad de las subidas del agua;
finalmente - en la última escena - el monstruoso crucero para testimoniar que
sí, Venecia también se había convertido en eso, un lugar de desembarco que se
podía ver mientras se tomaba una copa y se charlaba en la cubierta, al tiempo
que el monstruoso barco transitaba por el Gran Canal. Si realmente se quería
ver algo “moderno” y alejado del libreto, es ese segundo nivel narrativo el que
nos lo cuenta. Pero se trata de una modernización casi bajada de tono, para
nada inquietante, simplemente evocadora; y sobre todo colocada en un telón de
fondo que aparecía de vez en cuando, en el momento que se abría la ventana
mostrando el más allá de los muros del campiello (y el más allá de la
actualidad del tiempo). La verdadera función (el verdadero campiello, no el
supuesto por las "transustanciaciones" para filosóficas que anuncian
la sociedad que será comparada con la sociedad que fue) se desarrolla en un
primer plano y es eso lo que capta la atención, no hay más. Tiene razón el
director de escena Federico Bertolani
cuando escribió en sus notas del programa: “...
al final, en la triste despedida de la protagonista Gasparina al campiello, nos
damos cuenta de que este lugar suspendido en el tiempo y el espacio es parte de
una realidad mucho más grande donde el tiempo transcurre rápido e
inexorablemente, donde la historia, la de la S mayúscula, sigue su curso sin
que nuestros personajes, absortos en sus rituales y fuertes en la sabiduría
antigua, se den cuenta.” Contribuyeron activamente al exitoso resultado
de la puesta en escena Giulio Magnetto
(escenografías), Manuel Pedretti
(vestuarios) y Claudio Schmid (iluminación).
Pero sobretodo, contribuyó (incluso sobre mis expectativas, un poco
prejuiciosas) la concertación del veneciano -pero veronés por adopción- Francesco Ommassini en el podio de la
Orchestra della Fondazione Arena.
Ommassini guío la función, las partes instrumentales y el canto, con
mano segura, realzando los agraciados colores de la música de Wolf-Ferrari, que
es embriagadora en las notas del vals y conmovedora en los momentos de
melancolía y emoción mostrados por el joven 'tose' (Gnese, Lucieta y Gasparina)
en espera de sus respectivos matrimonios y por unos instantes también en medio
del lánguido pero remediable sufrimiento debido a los celos. Muy buena fue la
caracterización de Gasparina interpretada por la soprano Bianca Tognocchi, una chica snob que redescubre el vínculo con su campiello natal cuando tiene que partir hacia
Nápoles, siguiendo a su prometido el Cavalier Astolfi; y fueron también dignas
de apreciar todas las demás caracterizaciones: la del Cavalier Astolfi, un
noble napolitano decadente y amante de los placeres, interpretado por el
barítono Biagio Pizzuti; las parejas
de jóvenes amantes, puestas a prueba por los celos y los malos entendidos,
compuestas por Sara Cortolezzis
(Lucieta) y Gabriele Sagona
(Anzoleto); y por Lara Lagni (Gnese)
y Matteo Roma (Zorzeto). El
personaje de Fabrizio dei Ritorti, el brusco tío de Gasparina, le fue confiado
a Guido Loconsolo; y las tres
ancianas del campiello fueron llevadas a escena por los tenores Leonardo Cortellazzi (Dona Cate
Panciana, madre de Lucieta) y Saverio
Fiore (Dona Pasqua Polegana, madre de Gnese) y por la mezzosoprano Paola Gardina (Orsola, la fritolera,
madre de Zorzeto) y Matteo Roma
(Zorzeto). Todos tuvieron buen desempeño, vocalmente bien dotados y muy
“dentro” de sus respectivas partes como actores. La intervención del Coro della Fondazione
Arena que está prevista solo en la escena final, se hizo valer gracias a la
maestría del maestro Roberto Gabbiani
que lo dirige. Aplausos impactantes para todos y ovaciones, cuando apareció en
escena el maestro Ommassini.
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