Eduardo Andaluz
Aunque representa diversos retos: en la
parte vocal, por la conformación de un extenso elenco con buenos solistas
principales y en especial con una
mezzosoprano que convenza en el papel principal; un reto musical para la orquesta
y el coro; un reto escénico por mostrar sobre el escenario una ambientación y
una narración coherente que se apegue a la historia de la protagonista, la mujer
libre y seductora, evitando caer en las clichés tan vistos y conocidos asociados
a este título, que tan fácilmente pueden desvirtuar una producción; y
especialmente un reto económico y financiero para los teatros que programan Carmen de Georges Bizet, esta seguirá siendo siempre una
de las óperas más queridas por el publico y sin dudas un imán de taquilla. Lo
anterior quedo de manifiesto con el último título de la temporada de la Opera
de Austin. El teatro The Long Center de
Austin – a cuantas ciudades les gustaría poder tener un teatro como este- lució
a rebosar como pocas veces de público, y de todas las edades. Lo que me hace
pensar y mencionar las consideraciones anteriormente, más allá del hecho de que
personalmente disfruto y agradezco poder presencia de nuevo esta ópera, fue el
anuncio que se hizo antes de la función en el sentido que esta Carmen, que consistió
en apenas tres funciones, superó todo récord de ventas de entradas para la compañía
de Austin. Me pregunto si ¿La satisfacción y el éxito artístico y musical superará
ampliamente y compensará el esfuerzo económico que hacen los teatros cuando se
enfrentan a estos títulos? ¿Será una obligación y una responsabilidad de cada
teatro abordar enfrentarse a estos títulos sin alejarse del repertorio más
popular? Resumiendo lo anterior,
considero que poder ver una ópera como Carmen en los tiempos que corren debe
considerarse un privilegio, además de un reconocimiento para los teatros que no
le huyen a su razón de existir. Alejada
de los reflectores que tienen los grandes teatros de este país y de los nombres
de cantantes reconocidos, sin ir muy lejos de las compañías de ópera vecinas y
cercanas a Austin, como las de Houston y Dallas, esta Carmen, conformada por valiosos
y experimentados cantantes estadounidenses tuvo en la mezzosoprano Cecelia
Hall a una creíble y seductora interprete del papel estelar, que supo cómo añadirle
el toque de seducción y tentación que requiere el personaje, y vocalmente
satisfizo en sus mas conocidas arias, con una tonalidad vocal oscura, sombría pero
bien enfocada. El tenor Samuel Levine
fue un correcto Don José que mostró buenos medios vocales, aunque a mi
parecer, actoralmente no logró meterse completamente dentro de la piel del
papel, luciendo algo superfluo y desconectado por momentos de la escena. El barítono Seth Carico, hizo un Escamillo
vocalmente adecuado con su robusta expresividad vocal, aunque no estuvo exento
de cierta sobreactuación y sutilezas con las que se desplazaría un torero. Agradó mucho, a decir por la evidente reacción
del público, la soprano Raquel González por su canto diamantino, firme y
cautivador en sus arias de Micaela, y por la recreación que hizo de una joven
ingenua, cándida pero sincera. Muy bien estuvieron el resto de los personajes
que conformaron el elenco. El montaje
llevado a cabo por la directora Rebecca Herman se mantuvo dentro de los parámetros
que indica el libreto y se apegó a la historia lo mas posible. Nunca falta un
director que no quiera dejar su sello, con ciertos movimientos que parecían por
momentos recrear un musical, personajes que se quedaban literalmente congelados
en escena mientras las protagonista se desplazaba a sus anchas por el escenario
o las trabajadoras cigarreras que descendían unas escaleras fumando hacia los intérpretes
masculinos que las esperaban en el centro del escenario o una escena final, un
asesinato que luce más gráfico, visual a lo que se espera redondean un trabajo
actoral satisfactorio. De igual manera
los vestuarios de Susan Memmot Allred, las creaciones escenográficas de R. Keith
Brumbley, iluminadas con colores intensos y reforzando la tensión y el
sentido del drama, por parte de Marcella Barbeau, cumplieron su cometido.
Bien estuvo el coro cada vez que fue
requerido y la concertación de Timothy Myers, que tuvo altibajos, subiendo
con fuerza e intensidad o siendo suave y harmónica en ciertos pasajes, fue
adecuada, algunas ligeras pifias en las entradas de los cantantes y alguno que
otro desfase son situaciones que ocurren inexorablemente en una función en vivo,
y no restan ningún mérito, si no que dan cuenta de que no todo puede ser perfecto
en la vida real, como no lo es la ópera, como no lo puede ser siempre un proyecto
que involucra a tantas personas, como no
lo es Carmen, y como no lo es la vida misma.
Mención para los músicos de la orquesta por su arduo trabajo, como parte
indispensable del espectáculo.
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