Massimo Viazzo
La Messa da Réquiem de Giuseppe Verdi
(1813-1901), compuesta en 1874, representa una de las obras sacras más
profundamente dramáticas del repertorio musical. Compuesta en memoria de
Alessandro Manzoni, (autor de “I promessi sposi” la más célebre novela italiana
del siglo 19), escritor, poeta y dramaturgo que Verdi veneraba
profundamente. La obra conjuga la
solemnidad de la liturgia católica con el anhelo teatral tan peculiar del
compositor. La composición se articula en siete sesiones que corresponden
principalmente al detalle litúrgico. La rica orquestación y un uso teatral de
la vocalidad transforman el texto litúrgico en una experiencia dramática, casi operística,
capaz de transmitir terror, esperanza y redención. La primera ejecución de Réquiem de Verdi tuvo
lugar el 22 de mayo de 1874 en la iglesia de San Marco en Milán, dirigida por
el compositor, obteniendo inmediatamente un notable éxito. Hoy, el Réquiem de Verdi es universalmente
reconocido como una obra maestra absoluta, representando un puente entre la
música sacra y el teatro musical, y una de las más profundas reflexiones
artísticas del hombre frente a la muerte. El Réquiem, una meditación laica
sobre la muerte, nació de una exigencia interior profunda como demuestran las
temáticas similares presentes en sus melodramas, y no fue necesariamente
pensado para un contexto litúrgico. La obra maestra verdiana permanece indisolublemente
ligado a la ciudad de Milán. La
Orchestra Sinfonica di Milano, en particular, la ha hecho una parte integral de
su propio repertorio, elevándolo a un símbolo de identidad de la misma
orquesta, después de haberlo interpretado por primera vez en el 2001, bajo la
conducción de Riccardo Chailly, en el ámbito de las celebraciones por el
centenario de la muerte del compositor.
El director musical de la compañía milanesa Emmanuel Tjeknavorian, a
cargo desde hace una temporada, no podía faltar a la cita con este hito de la
música. Para Tjeknavorian, la misa de réquiem representa una obra maestra, no
solo por su estructura musical, la potencia expresiva y el manejo magistral de
las voces y de los instrumentos por parte del compositor, sino que también por
la profunda exploración del ánimo humano.
El director ofreció una lectura dramática y teatral, rica de contrastes
y de gran fuerza interior. El terror y las dudas que caracterizan la religiosidad
laica de Verdi emergieron con claridad, entre destellos de luz, acentos de
amarga dulzura, oscura desolación, y momentos de impresionante potencia sonora,
estos últimos, siempre al servicio de la música. Una interpretación para
recordar. Entre las voces del cuarteto vocal de distinguieron las femeninas,
como la de la soprano Chiara Isotton, quien cantó con intensidad y
presencia dramática en una prestación in crescendo que culminó con una
emocionante interpretación del Libera me, en la que exhibió un acento vibrante,
un timbre rotundo y un legato impecable. La mezzosoprano Szilvia Vörös
se presentó con seguridad haciéndose apreciar por el vigor de su canto, la
precisión de la entonación, mostrando un color bruñido, y cantando con
determinación. El tenor Raffaele
Abete mostró un cierto enfoque interpretativo, aunque su línea de canto no
resultara ser del todo refinada y algunos sonidos se escucharan aperti. El bajo
Manuel Fuentes evidenció un instrumento vocal de bello timbre oscuro,
solidez y confiabilidad, pero su fraseo pareció no ser siempre envolvente. Al final, fue optima la prueba del Coro
Sinfónico de Milán, que fue compacto, homogéneo y dinámico, dirigido con la
mano firme y competente de Massimo Fiocchi Malaspina. Finalmente, cabe mencionar que el concierto
de esta velada fue dedicado a Viviana Mologni, histórica timpanista de la
orquesta, reciente y prematuramente fallecida.

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