Tuesday, November 25, 2025

Réquiem de Verdi en Milán

Foto: Orchestra Sinfonica di Milano

Massimo Viazzo 

La Messa da Réquiem de Giuseppe Verdi (1813-1901), compuesta en 1874, representa una de las obras sacras más profundamente dramáticas del repertorio musical. Compuesta en memoria de Alessandro Manzoni, (autor de “I promessi sposi” la más célebre novela italiana del siglo 19), escritor, poeta y dramaturgo que Verdi veneraba profundamente.  La obra conjuga la solemnidad de la liturgia católica con el anhelo teatral tan peculiar del compositor. La composición se articula en siete sesiones que corresponden principalmente al detalle litúrgico. La rica orquestación y un uso teatral de la vocalidad transforman el texto litúrgico en una experiencia dramática, casi operística, capaz de transmitir terror, esperanza y redención.  La primera ejecución de Réquiem de Verdi tuvo lugar el 22 de mayo de 1874 en la iglesia de San Marco en Milán, dirigida por el compositor, obteniendo inmediatamente un notable éxito.  Hoy, el Réquiem de Verdi es universalmente reconocido como una obra maestra absoluta, representando un puente entre la música sacra y el teatro musical, y una de las más profundas reflexiones artísticas del hombre frente a la muerte. El Réquiem, una meditación laica sobre la muerte, nació de una exigencia interior profunda como demuestran las temáticas similares presentes en sus melodramas, y no fue necesariamente pensado para un contexto litúrgico. La obra maestra verdiana permanece indisolublemente ligado a la ciudad de Milán.  La Orchestra Sinfonica di Milano, en particular, la ha hecho una parte integral de su propio repertorio, elevándolo a un símbolo de identidad de la misma orquesta, después de haberlo interpretado por primera vez en el 2001, bajo la conducción de Riccardo Chailly, en el ámbito de las celebraciones por el centenario de la muerte del compositor.  El director musical de la compañía milanesa Emmanuel Tjeknavorian, a cargo desde hace una temporada, no podía faltar a la cita con este hito de la música. Para Tjeknavorian, la misa de réquiem representa una obra maestra, no solo por su estructura musical, la potencia expresiva y el manejo magistral de las voces y de los instrumentos por parte del compositor, sino que también por la profunda exploración del ánimo humano.  El director ofreció una lectura dramática y teatral, rica de contrastes y de gran fuerza interior. El terror y las dudas que caracterizan la religiosidad laica de Verdi emergieron con claridad, entre destellos de luz, acentos de amarga dulzura, oscura desolación, y momentos de impresionante potencia sonora, estos últimos, siempre al servicio de la música. Una interpretación para recordar. Entre las voces del cuarteto vocal de distinguieron las femeninas, como la de la soprano Chiara Isotton, quien cantó con intensidad y presencia dramática en una prestación in crescendo que culminó con una emocionante interpretación del Libera me, en la que exhibió un acento vibrante, un timbre rotundo y un legato impecable. La mezzosoprano Szilvia Vörös se presentó con seguridad haciéndose apreciar por el vigor de su canto, la precisión de la entonación, mostrando un color bruñido, y cantando con determinación.  El tenor Raffaele Abete mostró un cierto enfoque interpretativo, aunque su línea de canto no resultara ser del todo refinada y algunos sonidos se escucharan aperti. El bajo Manuel Fuentes evidenció un instrumento vocal de bello timbre oscuro, solidez y confiabilidad, pero su fraseo pareció no ser siempre envolvente.  Al final, fue optima la prueba del Coro Sinfónico de Milán, que fue compacto, homogéneo y dinámico, dirigido con la mano firme y competente de Massimo Fiocchi Malaspina.  Finalmente, cabe mencionar que el concierto de esta velada fue dedicado a Viviana Mologni, histórica timpanista de la orquesta, reciente y prematuramente fallecida.

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