Massimo Viazzo
En el
ámbito del probado proyecto de montar en escena cada año una ópera barroca, el
Teatro alla Scala vuelve al siglo XVII proponiendo uno de los títulos más
importantes y representados en su época. L’Orontea de Antonio Cesti
(1623-1669), cuyo estreno tuvo lugar en Innsbruck en febrero de 1656. L’Orontea
a diferencia de muchas otras obras contemporáneas de aquel periodo, nacidas con
una finalidad alegórica y celebrativa para magnificar o enaltecer a príncipes o
monarcas (es un poco complicado recuperar hoy el contexto por el que fueron
pensadas) es puro entretenimiento, puro ocio, como también diversión, con un
libreto novelesco, que es por momentos licencioso, en que la seducción y el
amor son los verdaderos protagonistas. Es por ello por lo que, abandonando los
esquemas encomiásticos de muchas otras obras del siglo diecisiete, y mostrando
en cambio esa verve, aquel dinamismo, aquella vena dramático-teatral que
logran hacerla tan actual, L’Orontea permanece siendo hoy un titulo del todo
apetecible. En la Scala, precisamente en la Piccola Scala, se había ya representado
en 1961 con la conducción de Bruno Bartoletti y Teresa Berganza
como la protagonista. En la ultima parte
de la temporada scaligera 2023/24 Robert Carsen, como el director de escena
genial que es, no le huyó a la ocasión de montarla en escena revistiéndola
naturalmente con un nuevo vestido. En el
libreto de Giacinto Andrea Cicognini, revisado por Giovanni Fillippo Apolloni,
Orontea es la reina de Egipto, una mujer fuerte y libre que declara su intolerancia
hacia los dolores del amor. Ella rechaza
todo tipo de pretendientes, solo para ser víctima de un inesperado golpe de suerte,
que la hará perder completamente la cabeza por el humilde pintor Alidoro, una
especie de Don Giovanni pero un poco despistado, un poco aburrido, a cuya fascinación
ninguna parece resistirse, y que al final, para gran satisfacción de todos a
través de una inevitable escena de reconocimiento, se descubriría su noble
origen. Las historias amorosas se
entrelazan a una velocidad vertiginosa entre cambios de personsa, giros
improvistos, disfraces, enamoramientos inesperados, todo aderezado de alegría e
ironía, en un clima de puro divertissement, sin embargo, cubierta de un
sutil velo de melancolía. Todo esto se
encuentra perfectamente en la inteligente y espumeante espectáculo firmado por
Carsen. El director de escena canadiense actualizó la historia del libreto ambientándolo
en el Milán de hoy, en una prestigiosa galería de arte moderna, cuya
propietaria, capaz y ambiciosa, es Orontea.
El espectáculo fue muy disfrutable y las tres horas y media de duración
se pasaron volando con emocionante ligereza. Es el mérito de una gran labor de
equipo entre el director de escena, el director de orquesta y los cantantes,
todos preparados y óptimamente insertados en el dispositivo perfecto de este
montaje. La actuación fue precisa, y la
interacción entre los personajes fue espontánea y creíble, pero, sobre todo, la
comprensión del texto de parte de los intérpretes y su consecuente ejecución en
el escenario mostró un dinamismo e un dinamismo y una vitalidad muy teatral, por
el resto, hay cosas que pertenecen a muchas obras de aquel período histórico, que
es un verdadero cofre del tesoro que valdría la pena abrir más a menudo. Giovanni
Antonini dirigiendo con gran cuidado y precisión a la Orquesta del Teatro
alla Scala (que tocó con instrumentos
históricos) creó un tejido instrumental ideal para valorizar de la mejor manera
los matices, fraseos, ritmos, pero sin mostrarse nunca predominante y
autorreferencial. Se podría afirmar que Antonini se puso al servicio de la
partitura manteniendo el canto con intención y el transporto sin sobrecargarlo
con inútiles folclorismos filológicos (presuntos como tales) que
desafortunadamente se escuchan en las ocasiones en las que se encuentra uno con
este repertorio. Con mucha frecuencia había
tal concentración y atracción por lo que sucedía en el escenario que la orquesta paso casi desaparecía porque
estaba tan compenetrada con lo que ocurría sobre la escena. Fue por tanto una
delicia para los ojos y para los oídos, y la compañía de canto respondió de la
mejor manera a las exigencias del director de escena y el conductor. Stéphanie
d’Oustrac fue una Orontea altiva pero también frágil, dotada de un
importante instrumento vocal, quizás no muy dúctil, sin embargo, con un timbre bruñido
y bastante cautivador. Carlo Vistoli personificó un Alidoro con voz
plena y bien timbrada, dando al personaje vigor y pasión, sabiendo también
tocas las cuerdas de la ternura con un canto mórbido y espontaneo. Francesca
Pia Vitale interpretó a Silandra con un toque de coquetería, pero también
de suavidad. Gustó la pureza de su timbre y su capacidad de llevar las frases
con naturaleza y comunicación. Convicente estuvo Hugh Cutting, un
Corindo muy musical de color vocal agradable y homogéneo en toda la gama. Fue en verdad una grata sorpresa. Luca Tittoto con vocalidad potente,
rotunda y profunda se desempeñó con extroversión dibujando un Gelone,
intrusivo, descarado y también muy divertido. Brillante y muy atractiva en
escena estuvo Sara Blanch en el papel de Tibrino, como luminosa y persuasiva
estuvo el canto de Maria Nazarova en el papel de Giacinta, mientras que
resulto la Aristea de Marcela Rahal fue con razón vivaz evitando caer en lo
caricaturesco. Al final, estuvo
confiable el experto Mirco Palazzi en el papel del austero Creonte. Al final,
resultó ser ¡un éxito para todos!
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