Fotos: Paul Cressey
Ramón
Jacques
Después
de dos temporadas itinerantes, debido a
las renovaciones que se le realizaron a su sala de conciertos -ahora
rebautizada como Jacobs Music Center- con considerables mejoras al escenario, nuevas butacas y una
notable mejoría en la acústica, pero respetando
su esencia y diseño de estilo gótico con el que cuenta desde que fue inaugurada
en1929, la orquesta San Diego Symphony eligió
para inaugurar esta temporada la grandiosa
Sinfonía 2 en do menor de Gustav Mahler (1860-1911) mejor conocida como
“La Resurrección” La elección de esta pieza
tiene, en esta ocasión, tiene un significado especial para la orquesta, ya que
no solo por la inauguración de la sala, sino
que también como un resurgimiento
de las adversidades que ha debido atravesar la agrupación en su pasado reciente
que incluyen una quiebra financiera, que gracias a la considerable suma aportada
por un filántropo local evitó su desaparición, además de la cancelación de un
sinnúmero de conciertos a causa de la pandemia, y la falta de una sede fija los
años posteriores. La orquesta, quizás la
menos publicitada pero las más antigua de California, y una de las más antiguas
de Estados Unidos, ubicándose en el nivel 1 del ranking de las orquestas de
este país. El actual director titular de
la orquesta, el maestro venezolano Rafael Payaré inició su gestión en el
2019 con la Sinfonía n. 5 del propio Mahler, y ha dirigido también sus
sinfónicas 1 y 4, es por ello que la elección de esta pieza significativa fue
la adecuada, además de que hoy fue posible gracias al palco para coro que se construyó en la parte trasera del
escenario. Las Sinfonía 2 de Mahler
suele describirse con adjetivos como gigante, colosal, heroica, porque así se
compone cada uno de sus lienzos musicales, en una partitura que estira a la
orquesta, no solo en cantidad de músicos que requiere, si no hasta alcanzar
increíbles niveles de brío y de espiritualidad. Curioso que esta sinfonía es también
considerada como heredera de la gran declaración sinfónica que es la Novena de
Beethoven, estrenada 70 años antes. La
ejecución de esta pieza por la orquesta de San Diego mostró esa amplitud de
giros y sonoridades oscuras, religiosas, neuróticas, románticas, marciales,
liricas y esperanzadoras que desprenden de la partitura. La conducción de Payaré fue segura y
detallada, atenta a todas las fuerzas musicales en escena, y a pesar de su excesivo
histrionismo, y algunos desfases en las
entradas y en la dinámica que frenaba a la orquesta y tornaba el sonido un poco
pesado, pero que al final no inciden en el resultado final de la ejecución, con
unos músicos entusiastas y uniformes en su desempeño. Bueno fue el desempeño del coro San Diego
Symphony Festival Chorus, sobre todo en el cierre de la sinfonía que es uno de
los momentos más intensos e inquietantes en la música clásica. Un lujo fue contar con la presencia de dos
buenas solistas, como la contralto sueca Anna Larson, quien ha cantado
en esta pieza en mas de 200 ocasiones, y quien expresó la ascensión deseada en
el poema popular “Ulricht” pidiéndole a Dios una pequeña luz para iluminar la
vida hacia la vida eterna y dichosa. Larson cantó con sentimiento, adecuación
al texto, imprimiéndole una tonalidad oscura y profunda a su voz. A su lado estuvo también la soprano Angela
Meade, quien prestó una voz amplia y colorida en sus intervenciones, así
como en su canto al lado de la contralto los coros, y las fanfarrias que se
escuchaban de la parte alta de la sala o fuera del escenario, que es donde de
acuerdo con Mahler se gesta la idea de
la vida inmortal y resurrección el punto más álgido y emotivo de la obra. En la primera parte del concierto se escuchó
la obra Time (tiempo) tres movimientos para orquesta, que la propia orquesta
encargó al compositor austriaco Thomas
Larcher (1963), una pieza moderna en su concepción, con un tenue movimiento
central, relajadas y nostálgicas melodías, y suavidad expresada por los vientos
y el alma.
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