Ramón Jacques
Como
ha ocurrido en temporadas recientes, con el estreno absoluto de Anthony and
Cleopatra de John Adams (1947) y los estrenos locales de The (R)evolution of
Steve Jobs de Mason Bates (1977) e Innocence de Kaija Saariaho (1952-2023) la Ópera de San Francisco continúa ofreciendo títulos
contemporáneos, esta vez con las primeras representaciones en este escenario de
The Handmaid’s Tale ópera en un prólogo y dos actos del compositor danés Poul
Ruders (1949), que tuvo su estreno mundial en la Real Ópera Danesa el 6 de
marzo del 2000, con título en danes Tjenerindens Fortaelling. Posteriormente el libreto fue traducido al inglés,
y se escuchó por primera vez en esa versión el 10 de mayo del 2003 en la Ópera de Minnesota, para después recorrer
diversos teatros, principalmente de países angloparlantes, hasta llegar en
el 2024 a San Francisco, un título reprogramado
de la temporada 2020 que debió ser cancelada.
El libreto en inglés es de Paul Bentley, y se trata de una adaptación de la exitosa novela homónima, editada en 1985,
de la escritora Margaret Atwood, ya que ha inspirado diversas
adaptaciones para el cine, la televisión el ballet y la lírica. La acción de la ópera se sitúa en un futuro
distopico, en el año 2030, donde el lugar de los Estados Unidos es tomado por
la Republica de Gilead un rígido régimen teocrático, extremista y misógino del que es imposible escapar, y donde
debido a la baja en la natalidad, las mujeres fértiles son detenidas,
encerradas, vigiladas, son forzadas a servir y ser violadas para procrear hijos.
El personaje principal de la sirvienta Offred (cuyo nombre proviene de Of Fred
o de Fred) el comandante, interpretado con rigor y profundo canto por el bajo John
Relyea, y por su esposa Serena Joy, -personificada por la mezzosoprano Linsday
Ammann, con mucha presencia escénica, calidad en su timbre y su expresión- a
quienes les pertenece y para quienes su misión es darles hijos. La historia de
la ópera consiste en una secuencia, no cronológica, de treinta diferentes
escenas, en las que se muestra la vida pasada de Offred, gozando de libertad al
lado de su marido Luke y su hija; con la recurrente escena de su recuerdo
cuando fue detenida y encarcelada por el régimen al tratar de escapar Gilead, y
otras memorias de su vida, así como la determinación para reencontrarse con su
hija. Offred debe soportar, al lado de otras mujeres detenidas, las
barbaridades, las atrocidades, el abuso y el control de un grupo de mujeres conocidas como
las tías, que se encargan de hacer cumplir las normas de esa sociedad. En escena hubo dos personajes de Offred, la
protagonista interpretada de manera sobresaliente por la mezzosoprano Irene
Roberts, en un tour de forcé
vocal y escénico, ya que aparece prácticamente en todas las escenas, y además
de ser el foco de la atención soportando, vejaciones, maltratos, con diversos cambios
de vestimenta en escena, incluidos desnudos y violaciones en escena, fue la
estrella de la función. Roberts mostró intensidad vocal, con una oscura y
robusta voz con la que sacó adelante su exigente parte, además de un desempeño
actoral notable mostrandose como una interprete valerosa, vulnerable, sensible
y capaz. Por su parte personaje de la joven y libre Offred, fue interpretado
por la mezzosoprano Simone McIntosh, de características vocales y
apariencia similares a las de Roberts, pero con un canto más dulce, apacible y
melodioso; sin dejar de destacar el encuentro entre ambas Offred en el segundo
acto, donde cantan un conmovedor dueto expresando recuerdos y sentimientos de
rabia, evocación y añoranza, y preguntándose dónde se encontrará su hija. La
obra es impactante, potente, y por
momentos insoportable y aterradora, porque crea angustia, ansiedad y zozobra,
que indudablemente hacen pensar que, aunque lo que se ve en escena es ficción, hay
similitudes con el mundo convulsionado de la actualidad. Ruders logró plasmar
hábilmente esa intensidad en su música, que, a pesar de evidenciar algunas
influencias y similitudes con el minimalismo musical, influencias jazzísticas
en otros pasajes, es principalmente atonal, penetrante, osada, dinámica y
enérgica; cualidades que pareció transmitir bien la directora musical Karen
Kemensek, quien obtuvo una buena respuesta de los músicos de la orquesta, reforzada
con una amplia sección de metales, cuerdas, percusiones, y el toque
contemporáneo que le dio la inclusión de un piano digital y teclados
sintetizadores y su amplificación en algunos momentos. Notable fue el aporte del coro, con mas de 50
miembros en escena y fuera de ella, cantando de manera profesional y uniforme bajo
la guía del maestro John Keene.
La puesta en escena contó también con una extensa cantidad de
bailarines, comparsas y sobre todo la extensa
lista de intérpretes vocales, incluidos los ya mencionados, que completaron de
buena manera el elenco vocal, y entre los que se podría resaltar el trabajo de
la soprano Sarah Cambidge como la enérgica tía Lydia, a la soprano Caroline
Corrales como Moira, la soprano Katrina Galka en el doble personaje
de Janine y Ofwarren, o a la soprano Rhoslyn Jones como Ofglen. El
director de escena John Fulljames hizo un cuidado trabajo de actuación,
aprovechando bien el especio del que por momentos era un repleto escenario, y
el montaje se mostró en línea con la perversión contenida en la historia, aunque
quizás algunas escenas demasiado graficas de ejecuciones, linchamientos,
ahorcamientos o violaciones, podría haberlas bajado un poco de tono o hacerlas
de una manera más sutil, no por una cuestión moralista, sino porque francamente
eran innecesarias. La producción escénica vista, coproducción con la Real ópera
danesa, fue austera pero funcional, con muros que encerraban por los lados y la
parte trasera el escenario, y que
simbolizaban la claustrofobia y el encierro vivido en Gilad, con diseños de Chloe
Lamford, contaron con las video proyección de Will Duke, y pocos elementos como
camas de dormitorios, escritorios, sillones, que se movían con rapidez, a la
par de la iluminación de Fabiana Piccoli, para hacer fluido cada cambio
de escena. Al final, fueron vistoso los
vestuarios de Christina Cunningham, en elegantes y brillantes azules,
verdes militares para las tías, o los hábitos rojos y cofias blancas para las sirvientes,
que además son considerados simbólicos ya que han sido utilizados en protestas concernientes
a derechos de las mujeres, en ciudades como Washington DC.
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