Foto: (c) Todd Rosenberg
Ramón Jacques
Chicago Symphony Hall. Ya convertida en una tradición de
muchos años y en la actualidad una de las fechas más esperados de cada
temporada de la Orquesta Sinfónica de Chicago, es la inclusión de un titulo
operístico. Con la llegada de Riccardo
Muti a la titularidad de la agrupación, la elección natural ha sido la de
obras del repertorio italiano, que incluye ya memorables ejecuciones de óperas
como: Otello, Aida, Turandot y el Réquiem de Verdi, por mencionar solo algunas
de las que se han escuchado en la sala de conciertos sede de la orquesta, como
también de gira, especialmente en el Carnegie Hall, donde la orquesta tiene una
cita todos los años. Con motivo del
decimo aniversario del celebre director napolitano al frente de la orquesta, el
eligió dirigir Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni. A priori parecía que un
concierto de una hora quince minutos, sin intermedio, seria muy poco para la
ocasión, pero Muti y su orquesta demostraron lo contrario, ofreciendo una
velada de emocionantes pasajes orquestales y corales. Cavalleria Rusticana es una obra que se
presta para el lucimiento de la orquesta, como aquí quedó demostrado. La homogeneidad
y el sonido que emergió de la sección de cuerdas y metales de la orquesta fue
brillante, conmovedor y apasionante, por la amplia gama de colores y matices
que Muti le imprimió con su autoritaria y segura mano, aunado a su maestría al
concertar un repertorio que le pertenece ejecuta con la dinámica y la precisión
de un motor muy bien aceitado.
Sobresaliente estuvo también el coro de la Sinfónica de Chicago en su desempeño,
sus elementos que se ubicaron detrás de los músicos además de ocupar todas las
butacas traseras de la sala de conciertos cuya forma es circular, cantaron con ímpetu
e intensidad en cada una de sus intervenciones. El elenco vocal, con nombres de
primer nivel, como en todas las óperas ejecutadas por la orquesta, cumplió su
cometido de manera satisfactoria. Como Santuzza, la mezzosoprano Anita
Rachvelishvili desplegó sensualidad y maestría con su opulento instrumento,
cargado de intensidad y dramatismo. Por su parte el tenor Piero Pretti
dejó una grata impresión por la calidez y brillantez de su timbre, ofreciendo
un Turridu febril y creible. No corrió con la misma suerte el barítono Luca
Salsi cantando a Alfio, quien tuvo altibajos cantando por momentos con
desmedida fuerza y en otros con cierta pasividad, como si el papel le quedara
justo o incómodo. Un lujo fue escuchar a la mezzosoprano Sasha Cooke,
quien sobresalió en el breve papel de Lola, por su insólita y refinada
elegancia vocal y un timbre de nítidos visos y matices La mezzosoprano Ronita
Miller confirió autoridad al personaje de la mama Lucia, con su voz oscura
y vigorosa y voluminosa.
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