Monday, August 19, 2024

I Pagliacci en Seattle

Fotos: Philip Newton

Eduardo Andaluz 

Comenzó una nueva temporada de la  Ópera de Seattle (el único teatro estadounidense que inicia sus actividades en el mes de agosto) y lo hizo ofreciendo, en solitario, I Pagliacci, celebre título del compositor napolitano Ruggiero Leoncavallo; en una función que más  allá de que el teatro haya indicado que su escasa hora y treinta minutos de duración es suficiente para transmitir la teatralidad, la magia y la intensidad del verismo italiano, quedó una sensación de insatisfacción y vacío entre los melómanos presentes, de que se ofreció muy poco representarse sin su complemento, Cavalleria Rusticana de  Mascagni.  Hace varios años que asistí por última vez a una función aquí, y desde hace algunas temporadas, imagino como como efecto post-pandemia, uno de los teatros importantes de Estados Unidos, un bastión  de las óperas de Wagner y Strauss en Norteamérica, ha adolecido de interesantes y atractivas elecciones de títulos, y de la ausencia de importantes nombres de cantantes y directores de la lírica, que visitaban esta ciudad frecuentemente.  De esta nueva temporada, me entusiasma especialmente la oferta -aunque en versión concierto – de la poco presentada grand-opera Les Troyens de Berlioz y el anúncio de la llegada el próximo mes, del director de escena James Robinson, quien después de más de quince años al frente del teatro Opera Theatre de Saint Louis, asumirá la dirección artística de Seattle, esperando que pueda devolverle la grandeza de épocas pasadas a este escenario. Enfocándome solo en Payasos, alguna vez leí una definición, con la que concuerdo, que la describía como una mezcla de amor, obsesión, muerte y notable música orquestal en escena. Algunos de esos elementos estuvieron presentes en esta ocasión comenzando con la segura y elocuente conducción del maestro italiano Carlo Montanaro, quien sacó  adelante la función acentuando los momentos de júbilo, tensión, zozobra e inquietud que transmite la orquestación.  Con buen pulso, y dinámica, adecuada para el verismo, extrajo cohesión y conexión de los instrumentas de la orquesta quienes entregaron una óptima interpretación musical desde el foso.  La puesta en escena, situada en Italia alrededor de los años 40 del siglo pasado e ideada por Steven C. Kemp (se complementó  con los adecuados vestuarios de Cynthia Savage e iluminación de Abigail Hoke-Brady) aunque ocupaba más espacio del necesario, conteniendo una enorme escalera que dificultaba  los movimientos de los cantantes, coro, comparsas y figurantes, hizo que surgiera la imaginativa mano del director de escena Dan Wallace Miller quien logró desenmarañó los retos de la puesta y de la trama logrando que no decayera el entusiasmo y la energía de los artistas principales, con un trabajo puntual y cuidado en los momentos más violentos e impulsivos, del personaje de Canio, a quien el tenor mexicano Diego Torre, dotó de profundidad y sentimiento y mesurada pasión. Vocalmente se notó su instrumento con cuerpo, sustancia y seguridad -en su registro agudo- con buena proyección.  Queda como constancia su gustada y aplaudida interpretación del aria “Vesti la giubba”.  Agradó convenció y sedujo la Nedda de la soprano cubanoamericana Maria Conesa, en su debut escénico americano ya que su carrera la ha realizado en Europa.  Se vio una actriz desenvuelta, dentro de su papel, atractiva y deseada en escena, y con exuberante brillo y color en su canto. El barítono Michael Chioldi como Tonio, cantó  voz potente algo destemplada, además  del correcto Beppe del tenor John Marzano y el barítono Michael J. Hawk como Silvio, completaron el grupo de solistas.  Una mención merece el coro de la Ópera de Seattle, que dirige Michaella Calzaretta, muy profesional y notable en su interpretación del coro delle campane (de las campanas).



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