Fotos: © Naza PFJosé
Noé Mercado
«¿Quién es bueno? » Parsifal
Richard Wagner
El Liber Festival 2024 —una alianza
estratégica entre Arte & Cultura del Centro Ricardo B. Salinas Pliego y el
Forum Cultural Guanajuato— delineó el marco para la presentación de Parsifal (1882), última ópera del
compositor alemán Richard Wagner (1813-1883), en la ciudad de León, Guanajuato. Las tres funciones presentadas —18, 20 y 23
de abril— en el Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña que dirige
Jaime Ruiz Lobera, no solo materializó el aguardado estreno en México de este festival
para la consagración en escena en tres actos a más de 140 años de su estreno
original en Bayreuth, sino que cristalizó un proyecto de empeños y resultados
artísticos formidables, que en automático se inscribe como capítulo referente
de la historia lírica de nuestro país. La autoría intelectual y capitanía de esta
producción de Parsifal corrió a cargo
de Sergio Vela Martínez, responsable también de la puesta en escena,
escenografía e iluminación. Su propuesta dramática y visual condensó enseñanzas
e influencias explícitas en su trayectoria creativa —Adolphe Appia, Edward
Gordon Craig, Wieland Wagner, Peter Brook y Robert Wilson—, así como apetencias
estéticas propias que elaboran un discurso expresivo máximo de la obra, a
través de herramientas mínimas de la abstracción y el simbolismo. Abordar una obra con los retos de
profundidad técnica, espiritual e interpretación de Parsifal en la esmeralda ciudad de León —es decir, en el Bajío
mexicano, alejado del centralismo cultural capitalino y su aparente opulencia
federal—, se antojaba como una locura auténtica. Pero precisamente lo que redimió esta
producción de la insensatez o el abierto disparate fue su resultado artístico.
La belleza plástica alcanzada por Vela, con aparente inmovilidad exterior, pero
con claras turbulencias y transformaciones al interior de los personajes, nació
plena del hipnótico entramado musical wagneriano, y transportó al espectador
atento —acaso elegido— desde su butaca en una función operística común a ese
mundo sensorial de percepciones estéticas, dolor, compasión e intuiciones
cósmicas en donde el tiempo se convierte en espacio y el Grial es revelado. Aunque esa visión, que ocurre ante la
mirada de todos, al final es indescriptible e irreseñable, pues no ocurre en
las coordenadas del qué, sino del quién. Es plenamente subjetiva, aun si se relata
la sencilla y fantástica escenografía que recrea parajes de Monsalvat, los
dominios encantados de Klingsor, la mítica sala del Grial o el sendero que les
conecta. Es decir, en esa delicada línea donde encuentran la naturaleza y la
cultura. O si se refiere el hermoso revestimiento de una iluminación detallada
y expresiva, de horizonte o cámara. Poética. En esa aventura atemporal, que desde luego también
incluyó una lectura psicológica de los personajes, lo que brindó coherencia al
montaje, objetividad y validez a la aproximación al argumento —Parsifal es
psicoanalizado por Kundry en su escena del segundo acto, por ejemplo, o
Amfortas es seguido por su pasional lado oscuro—, Vela no estuvo solo. Contó
con cómplices, algunos de ellos con largo historial en los créditos de sus
trabajos artísticos. Al frente de la Orquesta Sinfónica de la
Universidad de Guanajuato, el Coro del Teatro Bicentenario, el Coro Juvenil del
Conservatorio de Celaya y de los Coros del Valle de Señora, el maestro italiano
Guido Maria Guida refrendó en México la capacidad de su batuta concertadora. Más
allá de pensar en versiones canónicas o en inconmensurables ejecuciones de
intérpretes históricos, la imagen sonora conseguida de las agrupaciones participantes
tuvo un decoro wagneriano que no se explica por vía de la casualidad, sino del
trabajo esmerado y la motivación. Pocos directores en nuestro país —y Guida
mantiene desde hace varios años una fructífera conexión musical con México—
pueden emprender una labor que lleve tan lejos el resultado obtenido, respecto
del punto de partida. Guido Maria Guida lo consigue, además, en obras y
repertorios especializados que requieren de una idea clara, conocedora, con
experiencia cercana a la iniciación. Como lo fue esta vez. Una guía como la de
él, con aportación y calidad, siempre será bienvenida. Violeta Rojas se encargó del vestuario y
Ruby Tagle del movimiento y la coreografía. Ambas lograron abstraer con
equilibrio y significado la propuesta del director de escena y sintonizaron con
la sustancia dramática y ritual del compositor que en el caso de Wagner, como
se sabe, siempre es también autor del libreto. Iván Cervantes firmó el diseño
escenotécnico y la coordinación técnica, Ghiju Díaz de León las proyecciones e
Ilka Monforte el maquillaje, con asistencia de dirección escénica de Itzia
Zerón, dirección coral de Jaime Castro Pineda, asistencia musical y preparación
vocal de Rogelio Riojas-Nolasco y correpetición y asistencia musical de Alain
del Real, todo bajo la producción ejecutiva de Juliana Vanscoit. Por lo que respecta al elenco debe
apuntarse gran equilibrio, competencia internacional y plenitud. El Heldentenor
búlgaro Martin Iliev configuró un Parsifal de sólido y potente registro central
—como suele suceder con los tenores especialistas en Wagner, procede de la
tesitura baritonal—, que con nobleza declamatoria y énfasis dramático trazó el
arco de transformación de su personaje, más con la adquisición compasiva de
sabiduría y autoridad, que como un héroe impávido o ambicioso ajeno al entorno
de aflicciones que le rodea. La mezzosoprano australiana Fiona Craig
abordó el complejo rol de Kundry con un timbre mate, de cálida belleza, incluso
en la estridencia de sus carcajadas. Su actuación resultó comprometida con el
trazo y las motivaciones con las que su personaje modifica el rumbo de sus
presencias o reencarnaciones, sin caer en superficiales excesos de sensualidad,
dramatismo o resentimiento, hasta ser humildemente bautizada por el ya
compasivo y liberado Parsifal, que ha dejado atrás la maldición que le lanzó en
otro tiempo. Con gran intención narrativa y musicalidad,
lo que significa sin recargar ni hacer pesada su emisión, el barítono argentino
Hernán Iturralde ofreció un destacado Gurnemanz, cuya empatía con el personaje
propio y con el destino de Parsifal dieron fluidez en el plano sonoro, aun si
la actuación externa es más bien sobria. Esta producción le significó al
cantante sudamericano un inmejorable debut del rol. El barítono mexicano Jorge Lagunes ofreció
un Amfortas lírico en lo vocal, de atractivo color broncíneo, que sintonizó en
buena medida con el resto del elenco, de sonoridad fresca y no de gravedad
extrema. Se trató del personaje con mayor énfasis en su histrionismo, ante su aflicción
creciente y dolorosa que le lleva a arrastrarse ante lo insoportable de su
herida, su punzante sensación de culpa y su imperante necesidad de redención. El personaje de Klingsor fue interpretado
con solvencia, garra y altivez por el bajo-barítono mexicano Óscar Velázquez. En
2013, en Manaos, Brasil, bajo el contexto del Festival Amazonas de Ópera,
Sergio Vela dirigió por primera vez el Parsifal
wagneriano. Velázquez es el único cantante que estuvo también en aquella
producción, por lo que repetir en el elenco de León da fe de su constancia, familiaridad
y crecimiento en el rol y su oscuridad. El bajo mexicano José Luis Reynoso cumplió
satisfactoriamente con el rol de Titurel. Aunque es mucho más breve que el de
los protagonistas, dejó el rastro necesario para apreciar sus intervenciones y
el crecimiento paulatino de su carrera. El elenco se completó con voces también
de origen nacional: el tenor Olymar Salinas y el barítono Daniel Pérez Urquieta
(Caballeros del Grial); la soprano Daniela Rico y la mezzosoprano Alejandra
Gómez (Escuderos, Doncellas-Flores); los tenores Alejandro Yépez y Alfredo Carrillo
(Escuderos); y las sopranos Carolina Herrera, Edna Isabel Valles, Andrea
Arredondo y Sugey Castañeda (Doncellas-Flores). Las seis Doncellas-Flores
tuvieron su vertiente de baile con Ángela Vela, Naomi Arizmendi, Enna Maricchi,
Regina Bossa, Fernanda Figueroa y Salma Islas. En el estreno mexicano de Parsifal, la música y la puesta en
escena fluyeron bienhadadamente como una obra de arte total por más de cuatro
horas de interpretación wagneriana, en la que Sergio Vela y Guido Maria Guida
condujeron hacia buen puerto a su tripulación y al público. Luego de numerosos cuadros y detalles de
sonoridad y concepción encantadora, el final fue emocionante y arrobador. Se
trató de una especie de ascensión a las nubes. De luminosidad conmovedora. Sin
duda, la producción operística más relevante realizada en México en años
recientes, e impensable en otros teatros y mecanismos de trabajo en la
actualidad. Y, tal vez por ello, redentora.
