Ramón Jacques
Comenzó una nueva
temporada de la Los Angeles Opera, que como siempre, incluye una amplia
variedad de títulos de diferentes estilos, compositores y épocas. La ópera
elegida para inaugurar el nuevo ciclo fue Lucia di Lammermoor de Donizetti,
obra que se no se escenificaba en este escenario desde hacía algunas temporadas. Por su cercanía con Hollywood, el público en
este teatro está habituado a ver producciones escénicas de estilo cinematográfico,
modernas, incluso controvertidas, y ocasionalmente se han importado producciones
europeas de regietheater, pero siempre se había mantenido alejado de la
polémica. En una época en la que la
programación de títulos en los teatros esta dictada, principalmente por la moda
que imponen algunos montajes, en esta ocasión Lucia fue escenificada con la
producción vista la temporada anterior en el Metropolitan de Nueva York,
firmada por el director Simon Stone. Aquí la acción se sitúa en la
actualidad alguna ciudad estadounidense, mostrando la decadencia vista en las
zonas marginales, o conocidos como rust belt, y como lo indica el propio
director, su intención es la de mostrar una problemática social, familiar para
cualquier espectador contemporáneo. La propuesta consiste en escenografías
giratorias en el centro del escenario, que en cada uno de sus lados muestran
diferentes ambientes como la casa de Lucia y su hermano, una tienda de licores,
una estación de servicio, una farmacia, un motel, incluso un auto cinema (en el
que se transmitía la película en blanco y negro de 1947, My favorite
Brunette con Bob Hope y Dorothy Lamour. autos viejos, pick ups, cajeros, mucha iluminación, publicidad y letreros
en luz neón, prostitutas, gente en la calle, delincuentes, gente trabajadora y
pobre, que, en efecto, son imágenes que se pueden ver en cualquier ciudad
estadounidense. Creando una escena muy cargada y movida. Lucia conoce a Edgardo, quien la salva de una
violación, y de allí comienza la trama, que bien podría parecerse más a una
versión actual del West Side Story. Las
escenografías fueron ideadas por Lizzie Clachan, y los vestuarios de Blanca
Añón y un buen trabajo de iluminación de James Farncome. Sin
embargo, la propuesta aporta poco al desarrollo de la ópera, y de cierta forma
la desvirtúa, con innecesaria violencia, uso de drogas, alcohol, malos tratos, que
tampoco son ideas nuevas ya vistas en escenarios, Si bien la idea es aportar
nuevos conceptos y combinarlos con la música y la trama, aquí no se cumplió ese
propósito, y si bien no se busca un mensaje moralizador, tampoco pareció
cumplirse el objetivo de entretener.
Cabe mencionar que, en la parte superior del escenario, se colocó una
enorme pantalla en la que además de transmitir los subtítulos se veían
acercamientos o close-ups de la escena de los cantantes, un distractor
adicional. Pero sobre todo loa subtítulos en varias escenas fueron adaptados,
no para hacer entender texto cantado, si no de adecuarse a la escena del montaje. Los dos intermedios para el cambio de
escenografías, y lo cargadas y graficas que fueron algunas escenas, ocasionaron
que la función se alargara a tres horas y media, y además se diera la deserción
de un amplio sector del público. La parte musical del espectáculo tuvo también
algunos altibajos, como la conducción musical de Lina González-Granados,
la joven directora colombiana haciendo su debut como nueva directora residente
de la orquesta, mostró entusiasmo y compenetración con los músicos de los
cuales logró extraer la cadencia y musicalidad de la partitura. Sin embargo,
sus cambios de ritmos en los tiempos en varios momentos de la función, que
tendieron a ser lagarticos y lentos, causaron desfases con los solistas. La
soprano Liv Redpath, una artista de casa, formada en el programa de
jóvenes cantantes del teatro, y actualmente desarrollando una interesante
carrera internacional, tuvo su primera aparición como solista. Sus cualidades vocales son indudables para un
papel de este calibre, mostrando espesor, una variedad de colores en los
registros, brillantes y nítidos agudos. Por su parte el tenor Arturo Chacón
Cruz cantó y actuó con pasión y enjundia al personaje de Edgardo, en el
papel de Enrico, Alexander Birch Elliot, mostró una voz potente y bien
proyectada, pero su actuación se inclinó más hacia la sobre actuación impuesta
por la puesta escénica. Por su parte Eric Owens, se mostró como un
timorato Raimondo, a pesar de su voz profunda y amplia. Buen desempeño el de Anthony
Ciaramitaro, en el papel de Arturo, y Madeleine Lyon en el de
Alisa. El coro se mostró seguro,
uniforme, y participativo.
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