Monday, March 4, 2024

Un Ballo in Maschera en Turín

Foto: Andrea Macchia / Teatro Regio di Torino

Massimo Viazzo

Marzo 3 del 2024 No se puede escribir sobre Un Ballo in Maschera presentado en el Teatro Regio de Turín sin hablar de “el”, de Riccardo Muti, el demiurgo verdiano por excelencia y específicamente en esta nueva producción, extraordinario modelador de frases musicales, incansable labrador de detalles a menudo desconocidos en la búsqueda continua de esa "tinta" (para usar el término utilizado por el propio Verdi) que hace tan única una interpretación tan tensa, toda luces y sombras, teatralmente vívida y constantemente en equilibrio entre el drama y la comedia, lo que es además peculiar de un título de Verdi como este, muy original, a veces esquivo y lleno de perlas musicales. Muti alentó los tempi y aligeró la trama orquestal respecto a otras interpretaciones del mismo título realizadas en el pasado (hay escuchar por ejemplo el final del primer cuadro). ¿Y qué decir de los acompañamientos mozartianos en las intervenciones del paje Oscar? ¡Una verdadera delicia! Por lo tanto, la orquesta del Teatro Regio estuvo al pie del cañón, y hoy, si todavía fuera necesario, se entendió que tan importante es el tejido orquestal para la mejor interpretación de la ópera verdiana. Por otra parte, Muti siempre ha aborrecido a quienes sostienen que para interpretar bien a Verdi solo es suficiente con acompañar a los cantantes. El director escénico Andrea de Rosa, con las escenografías y vestuarios preparados respectivamente por Nicolas Bovey y Ilaria Ariemme, impuso un espectáculo por demás tradicional, ambientado en un palacio del siglo XVIII con inserciones más modernas (que tal vez crearon un poco de confusión), como la definición de la cueva de Ulrica, deliberadamente moderna con la adivina retratada como una verdadera atracción de la fiesta e interpelada como mero entretenimiento de los espectadores. De Rosa se centró mucho sobre el expediente de la "máscara" que llevan prácticamente desde el inicio todos los personajes. Por supuesto, la máscara indica desilusión y disimulo, además como de libreto, pero el efecto del baile final, por ejemplo, pareció un poco debilitado. A la larga, el significado de esta elección del director tendió a desvanecerse. Tampoco convenció plenamente la realización de un Riccardo de Warwick pariente cercano del Duque de Mantua, algo que se intuyó desde el inicio del primer acto. El elenco pareció ser homogéneo y todos contribuyeron a un buen resultado final que fue muy apreciado por el público que abarrotó la sala. Piero Pretti cantó con elegancia y un cierto squillo aunque también le faltó un poco el transporte y la emoción.  Aunque su Riccardo no tocó las fibras más profundas de la pasión lució atento y a veces atrevido. Lidia Fridman esbozó una Amelia de hermoso timbre bruñido y con una voz rica de sonidos armónicos en la zona media baja de la tesitura. Correcta y sólida, aunque en los agudos la voz pareció tener menos cuerpo, pero no por ello fue menos segura y mostró siempre gran precisión para afrontar las líneas musicales más insidiosas. Luca Micheletti prestó su voz a un espontáneo, impulsivo y resuelto Renato, algo forzado en la parte aguda, pero con un timbre rotundo y un acento franco. Después Micheletti, sabe cómo pararse en escena como pocos. Gran impacto vocal tuvo la Ulrica de Alla Pozniak,  aunque su fraseo no fue siempre muy refinado; mientras que Damiana Mizzi interpretó a Oscar con maestría en la agilidad, facilidad y dinamismo.  Óptimos estuvieron los personajes de acompañamiento como: Sergio Vitale (Silvano), Daniel Giulianini y Luca D’Amico (Samuel e Tom). Al final, el Coro del Teatro Regio fue dirigido con rigor estilístico por Ulisse Trabacchin.



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