Fotos: crédito a Juan Diego Castillo / Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo
Ramón Jacques
Continúan los
eventos con motivo de la decimoquinta temporada del Teatro Mayor Julio Mario
Santo Domingo, actualmente el escenario más importante de Colombia, en el que
la lírica siempre ha estado presente en sus ciclos anteriores, y el titulo
elegido fue la conocida y muy representada La Traviata, ópera en tres actos con
música del compositor romántico italiano Giuseppe Verdi (1813-1901) con libreto
en italiano del poeta Francesco Maria
Piave (1810-1876), colaborador, amigo y uno de los libretistas más cercanos al
compositor. En realidad, se trata de la reposición de la puesta escénica original,
estrenada en este recinto en julio del 2024, y que, gracias al éxito y el beneplácito
que suscitó entre el público local, se
decidió reprogramarla como un espectáculo significativo para este aniversario. Por fortuna, se pudo contar con
la presencia de los mismos solistas que formaron parte del elenco del 2024, y
previo a las dos funciones realizadas
este año en Bogotá – esta reseña corresponde a la segunda función- la producción se fue de gira a principios de
agosto al Teatro Municipal de Lima en Perú, donde el público de aquel país la
pudo presenciar en tres ocasiones. Sobraría
reiterar que Traviata es una obra emblemática y popular del repertorio
operístico cuya narrativa se centra en la trágica vida y su final, de la
cortesana Violetta Valery, algo que es ya conocido y repetitivo para cada melómano,
por lo que, a este punto correspondería dar un paso más adelante para preguntarse ¿en qué radica la popularidad del
título?, cuya respuesta más adecuada o quizás más convincente sea, por su atemporalidad, que no la
limita únicamente al periodo que indica el libreto, porque permite hacer una
reflexión sobre emociones que van más allá de su contexto original y aborda temas
siempre presentes y actuales como serian el amor, el sacrificio o incluso la
búsqueda de reconocimiento. ¿vicios o virtudes de los humanos? A ese respecto cada uno puede darle su propia
interpretación. Es precisamente en esa
atemporalidad, en la que Pedro Salazar, director de la compañía de
teatro colombiana La Compañía Estable, director escénico de esta puesta y
creador del concepto, decidió situar la historia y la trama en una época
alrededor de la década de los años veinte o treinta del siglo pasado. El enfoque de Salazar, fue el de resaltar y
excavar la psique de cada personaje, aislándolos por momentos del resto de la
escena, así la función dio inicio con el telón levantándose para encontrarnos con una
Violetta, sentada en una sillón junto a una chimenea, mientras al fondo una
tenue y transparente cortina blanca la separa de la celebración que se lleva a
cabo en su mansión o al final cuando se encuentra sola en su cama, con la misma
cortina separándola del mundo exterior, o Alfredo en un jardín, no dentro del
salón como se acostumbra en la mayoría de las producciones, reflexionando,
porque perdió a Violetta; o la escena final en la que con un resplendente rayo
de luz blanca en un escenario completamente oscuro Alfredo carga el cuerpo de
Violetta, despojado de cualquier exclamación o sobreactuación. Al final el
mérito de Salazar es que su experiencia en teatro le ha ayudado a realizar un
buen trabajo de actuación, dándoles a los personajes un toque de humanidad, y
que ha sabido amalgamar sirviendo al canto y a la música no obstruyéndolos o
entorpeciéndolos. Trasladar la acción a principios del siglo pasado no es
una idea de Traviata completamente novedosa, pero aquí funcionó porque su
originalidad, y gracias a las escenografías ideadas por Julián Hoyos,
cuyas escenografías nos hacían pensar que la obra transcurría como si fuera
dentro de un cuento de imágenes, o de escenas creadas por una secuencia de
cuadros. Buen uso de las proyecciones al
fondo del escenario donde se veían opulentos cuadros, un bosque lluvioso, o en
la escena del tercer acto, que, junto con los brillantes colores rojos y
violetas, la iluminación de Jheison Castillo, situaban la escena de la
fiesta de Flora, en el interior de un cabaret o burdel, con las exóticas y
atrevidas coreografías de las gitanas y los toreros. Los vistosos vestuarios de época fueron ideados
por Sandra Diaz, elegantes los trajes para los hombres y en especial de
buena confección y seda los vestidos en tonalidades claras pastel para
Violetta. El mérito que más destacaría
yo de esta función de Traviata, fue el trabajo de casting que logró encontrar
voces adecuadas para hacerle justicia a cada personaje. En el papel de Violetta destacó la soprano
rusa Julia Muzychenko, quien posee una voz que ante todo se escucha
firme, consistente, de buen cuerpo y
proyección, que supo manejar dándole sentido, sentimiento y admirable
ductilidad en la emisión de gratos y punzantes pero musicales agudos. Escénicamente mostró personalidad, seguridad y
presencia. Por su parte el Fabián
Veloz, sobresalió en su desempeño vocal, con su voz robusta, firme, vigorosa
y musical de barítono apto para este repertorio, aquí como Giorgio Germont. No había escuchado antes cantar en vivo al
barítono argentino, pero con su canto me reafirmó las crónicas que los
describen como un cantante en un óptimo nivel y por la destacada carrera que
está llevando actualmente a nivel internacional. El papel de Alfredo Germont, fue bien
cantado y actuado por el tenor italiano Paolo Fanale, quien cantó con un timbre claro lucido y y viril, elegante
en el fraseo, a pesar de que en ciertos pasajes pareció perder el fuelle y la energía
en su proyección, sobre todo en el último acto, que, sin embargo, no lo
desacredita como un competente y muy capaz tenor. La mezzosoprano venezolana Ana Mora
mostró una voz profusa y oscura como Flora; el barítono mexicano Tomás
Castellanos fue un notable Baron
Dauphol. Completaron el elenco con buenas actuaciones y canto el resto de los cantantes, todo ellos
colombianos, como el tenor Hans Mogollón como Gastón, el barítono Juan
David González como el marqués de Obigny, la soprano comprometida en su
actuación y canto Alejandra Prada como Annina, el bajo Hyalmar
Mitrotti, por la profundidad de su voz y su caracterización de un muy humano
doctor Grenvil, y en sus breves pero meritorias aportaciones; el tenor Luis
Carlos Danilo Jiménez en su breve aparición como Giuseppe, criado de
Violetta, el bajo- barítono Carlos Durán
Rincón y el barítono Julián Usamá Figueroa. El Coro Nacional
de Colombia, que dirige Diana Carolina Cifuentes, se mostró
participativo y activo en escena, cantando con profesionalismo y de manera
uniforme cuando fue requerido. La
Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, regaló una buena ejecución de la partitura
de principio a fin, con momentos emocionantes, y la afilada y refinada conjunción,
como en las oberturas del primero y el tercer acto, que suele emanar de las
orquestas acostumbradas al repertorio sinfónico cuando descienden al foso
operístico. La conducción estuvo a cargo
del director local Johann-Sebastián Guzman, joven pero ya con
experiencia, quien ofreció una lectura atenta a cada detalle orquestal y a la simbiosis con las voces, elegante y
pausado en sus movimientos y seguro en este compromiso.










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