Thursday, September 4, 2025

La Traviata en Bogotá Colombia

Fotos: crédito a Juan Diego Castillo / Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo

 Ramón Jacques

Continúan los eventos con motivo de la decimoquinta temporada del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, actualmente el escenario más importante de Colombia, en el que la lírica siempre ha estado presente en sus ciclos anteriores, y el titulo elegido fue la conocida y muy representada La Traviata, ópera en tres actos con música del compositor romántico italiano Giuseppe Verdi (1813-1901) con libreto en italiano del poeta  Francesco Maria Piave (1810-1876), colaborador, amigo y uno de los libretistas más cercanos al compositor. En realidad, se trata de la reposición de la puesta escénica original, estrenada en este recinto en julio del 2024, y que, gracias al éxito y el beneplácito que suscitó entre el público local, se decidió reprogramarla como un espectáculo significativo para este aniversario. Por fortuna, se pudo contar con la presencia de los mismos solistas que formaron parte del elenco del 2024, y previo a las dos funciones realizadas este año en Bogotá – esta reseña corresponde a la segunda función- la producción se fue de gira a principios de agosto al Teatro Municipal de Lima en Perú, donde el público de aquel país la pudo presenciar en tres ocasiones.  Sobraría reiterar que Traviata es una obra emblemática y popular del repertorio operístico cuya narrativa se centra en la trágica vida y su final, de la cortesana Violetta Valery, algo que es ya conocido y repetitivo para cada melómano, por lo que, a este punto correspondería dar un paso más adelante para  preguntarse ¿en qué radica la popularidad del título?, cuya respuesta más adecuada o quizás más  convincente sea, por su atemporalidad, que no la limita únicamente al periodo que indica el libreto, porque permite hacer una reflexión sobre emociones que van más allá de su contexto original y aborda temas siempre presentes y actuales como serian el amor, el sacrificio o incluso la búsqueda de reconocimiento. ¿vicios o virtudes de los humanos?  A ese respecto cada uno puede darle su propia interpretación.   Es precisamente en esa atemporalidad, en la que Pedro Salazar, director de la compañía de teatro colombiana La Compañía Estable, director escénico de esta puesta y creador del concepto, decidió situar la historia y la trama en una época alrededor de la década de los años veinte o treinta del siglo pasado.  El enfoque de Salazar, fue el de resaltar y excavar la psique de cada personaje, aislándolos por momentos del resto de la escena, así la función dio inicio con el  telón levantándose para encontrarnos con una Violetta, sentada en una sillón junto a una chimenea, mientras al fondo una tenue y transparente cortina blanca la separa de la celebración que se lleva a cabo en su mansión o al final cuando se encuentra sola en su cama, con la misma cortina separándola del mundo exterior, o Alfredo en un jardín, no dentro del salón como se acostumbra en la mayoría de las producciones, reflexionando, porque perdió a Violetta; o la escena final en la que con un resplendente rayo de luz blanca en un escenario completamente oscuro Alfredo carga el cuerpo de Violetta, despojado de cualquier exclamación o sobreactuación. Al final el mérito de Salazar es que su experiencia en teatro le ha ayudado a realizar un buen trabajo de actuación, dándoles a los personajes un toque de humanidad, y que ha sabido amalgamar sirviendo al canto y a la música no obstruyéndolos o entorpeciéndolos. Trasladar la acción a principios del siglo pasado no es una idea de Traviata completamente novedosa, pero aquí funcionó porque su originalidad, y gracias a las escenografías ideadas por Julián Hoyos, cuyas escenografías nos hacían pensar que la obra transcurría como si fuera dentro de un cuento de imágenes, o de escenas creadas por una secuencia de cuadros.  Buen uso de las proyecciones al fondo del escenario donde se veían opulentos cuadros, un bosque lluvioso, o en la escena del tercer acto, que, junto con los brillantes colores rojos y violetas, la iluminación de Jheison Castillo, situaban la escena de la fiesta de Flora, en el interior de un cabaret o burdel, con las exóticas y atrevidas coreografías de las gitanas y los toreros.  Los vistosos vestuarios de época fueron ideados por Sandra Diaz, elegantes los trajes para los hombres y en especial de buena confección y seda los vestidos en tonalidades claras pastel para Violetta.  El mérito que más destacaría yo de esta función de Traviata, fue el trabajo de casting que logró encontrar voces adecuadas para hacerle justicia a cada personaje.  En el papel de Violetta destacó la soprano rusa Julia Muzychenko, quien posee una voz que ante todo se escucha firme, consistente, de buen cuerpo y proyección, que supo manejar dándole sentido, sentimiento y admirable ductilidad en la emisión de gratos y punzantes pero musicales agudos.  Escénicamente mostró personalidad, seguridad y presencia.  Por su parte el Fabián Veloz, sobresalió en su desempeño vocal, con su voz robusta, firme, vigorosa y musical de barítono apto para este repertorio, aquí como Giorgio Germont.  No había escuchado antes cantar en vivo al barítono argentino, pero con su canto me reafirmó las crónicas que los describen como un cantante en un óptimo nivel y por la destacada carrera que está llevando actualmente a nivel internacional.   El papel de Alfredo Germont, fue bien cantado y actuado por el tenor italiano Paolo Fanale, quien cantó con un timbre claro lucido y y viril, elegante en el fraseo, a pesar de que en ciertos pasajes pareció perder el fuelle y la energía en su proyección, sobre todo en el último acto, que, sin embargo, no lo desacredita como un competente y muy capaz tenor. La mezzosoprano venezolana Ana Mora mostró una voz profusa y oscura como Flora; el barítono mexicano Tomás Castellanos fue un notable Baron Dauphol. Completaron el elenco con buenas actuaciones y canto  el resto de los cantantes, todo ellos colombianos, como el tenor Hans Mogollón como Gastón, el barítono Juan David González como el marqués de Obigny, la soprano comprometida en su actuación y canto Alejandra Prada como Annina, el bajo Hyalmar Mitrotti, por la profundidad de su voz y su caracterización de un muy humano doctor Grenvil, y en sus breves pero meritorias aportaciones; el tenor Luis Carlos Danilo Jiménez en su breve aparición como Giuseppe, criado de Violetta, el bajo- barítono Carlos Durán  Rincón y el barítono Julián Usamá Figueroa. El Coro Nacional de Colombia, que dirige Diana Carolina Cifuentes, se mostró participativo y activo en escena, cantando con profesionalismo y de manera uniforme cuando fue requerido.  La Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, regaló una buena ejecución de la partitura de principio a fin, con momentos emocionantes, y la afilada y refinada conjunción, como en las oberturas del primero y el tercer acto, que suele emanar de las orquestas acostumbradas al repertorio sinfónico cuando descienden al foso operístico.  La conducción estuvo a cargo del director local Johann-Sebastián Guzman, joven pero ya con experiencia, quien ofreció una lectura atenta a cada detalle orquestal y a la simbiosis con las voces, elegante y pausado en sus movimientos y seguro en este compromiso.





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