copyright Bellas Artes / Ana Lourdes Herrera
Luis Gutiérrez Ruvalcaba
¿Se
habrá redimido el holandés?
Ciudad
de México, 03/10/2013. Palacio
de Bellas Artes. Richard Wagner: Der fliegende Holländer, ópera en un acto (1843)
con libreto del compositor. Arturo Gama, puesta en escena. Robert Pflanz,
escenografía, vestuario y video. Patricia Gutiérrez, iluminación. Elenco:
Bastiaan Everink (El holandés), Lee Bisset (Senta), Gary Jankowski (Daland),
John Charles Price (Erik), Emilio Pons (El timonel), Ana Caridad Acosta (Mary).
Coro y Orquesta del Teatro de Bellas Artes. Director huésped del Coro: Pablo
Varela. Director musical: Niksa Bareza. Aforo: 1800 localidades. Ocupación: 95%.
El año de los bicentenarios del nacimiento dos de los
más importantes compositores de ópera fue celebrado por Ópera de Bellas Artes,
programando dos de sus obras más populares: Il
trovatore en junio pasado y en este incipiente otoño Der fliegende Holländer, éste en co–producción con el Festival
Internacional Cervantino. La producción se presentó en un acto, lo cual siempre
agradezco pese a que la ópera duró casi dos horas y media. Este formato de un
acto era el deseo del compositor, aunque en su vida siempre se interpretó en
tres lo que, en mi opinión corta innecesariamente el flujo dramático, además de
retrasar la hora de la cena. Uno de los motivos que persiguen a Wagner durante
toda su vida es la necesidad del héroe de redimirse por la fidelidad de una
mujer, más que por su amor. La redención es cuasi–religiosa y siempre es
acompañada por la muerte de la redentora; Senta, Elisabeth, Brünhilde, Isolde y
Kundry mueren y redimen. Detesto lo cuasi–religioso. Dada la inmensa literatura acerca de Wagner,
estoy seguro que alguien debe haber explorado este motivo. La infidelidad de
Wagner con sus amigos a quienes escamoteó sus respectivas esposas puede haber
sido una causa de ello aunque hay que reconocer que Minna, su primer esposa,
acababa de serle infiel poco antes que saliesen de Riga huyendo de sus
acreedores, no pagar fue otra de las constantes en la vida de Wagner. Como siempre ya me fui por la tangente aunque esta
acción es casi inevitable en mi caso, así que me digo: “dedícate a escribir tu
crónica” El holandés fue encarnado por el joven holandés (no
es redundancia) Bastiaan Everink, quien cantó con una hermosa voz de barítono
aún sin traza del prototípico ladrido wagneriano. Su actuación como el
condenado a vivir hasta que el amor de una mujer lo redima fue convincente al
logar transmitir su angustia cuando aparece después de siete años en los que,
obviamente, no encontró una fémina dispuesta a “darlo todo” por él. También
mostró desesperación al creer, erróneamente, que Senta es fiel a Erick, después
que la joven le había ofrecido todas las garantías de su amor puro y redentor. La soprano escocesa Lee Bisset, apellido que me
arranca suspiros de deseo insatisfecho, interpretó a Senta. La señorita Bisset
tiene un hermoso aunque no muy extenso registro medio; cuando lleva la voz a
las notas su voz es calante y exhibe
un vibrato muy exagerado,
especialmente por su juventud. Durante la balada de Senta, “Traft ihr das
Schiff im Meere an”, sus notas altas sonaron algo estridentes mostrando así la
dificultad de su particella. Su
interpretación escénica fue adecuada, especialmente al fundirse con el retrato
del hombre cuya cara es la del holandés, colocado casualmente en el lugar
principal de la casa de Daland. En un nivel vocal inferior estuvieron el bajo Gary
Jankowski como Daland y el tenor John Charles Pierce como Erick, dado que aunque
sus voces bellas y entonadas, fueron totalmente inaudibles al unirse a las del
holandés o Senta, no se diga en los conjuntos mayores. El papel de Daland,
padre de Senta, es abordado en muchas ocasiones como papel cómico al balancear
con su amor a la vida de este mundo y su avaricia, las preocupaciones
metafísicas de su hija y el holandés. El bajo americano exageró, por supuesto
en mi opinión, el deseo de casar “bien” a su hija al grado de parecer que
parecía que “he was pimping her”. El currículo de Pierce menciona que ha
cantado Tristan, lo que para mí es increíble dada la voz que le oí. El timonel fue cantado con belleza y actuado con
solvencia por el tenor ligero mexicano Emilio Pons y la contralto Ana Caridad
Acosta reapareció sobre el foro del Palacio de Bellas Artes dando vida
adecuadamente a Mary, la guardiana de Senta. Armando Gama debutó en México como director de escena
y logró una muy buena producción pese a incluir un cambio importante en el
argumento: Senta no muere físicamente sino sólo espiritualmente.
Esto es todo un tema para un seminario sobre redenciones cuasi –religiosas. En efecto, desde la obertura aparece una actriz personificando la versión vieja de Senta errando como lo hacía el holandés en la música; la actriz reaparecerá después de que Senta se desvanece al desaparecer el holandés al final de la ópera. A mí me gusta la idea de Gama pero creo que el problema es para quienes ben esta ópera por primera y probablemente única vez, pues no sabrán que en realidad Senta muere “de verdad” para redimir “de verdad” al holandés. La escenografía de Robert Pflanz fue sencilla y sirvió adecuadamente al no distraer de la acción escénica. El vestuario fue acorde con la acción, datada al en los 50’s del siglo pasado. Alabo sinceramente el que el mar hubiese estado presente continuamente, aunque tengo que decir que la proyección del video que muestra la masa de agua tenía una inclinación tal que me hizo temer en momentos que el escenario se inundase. Es probable que el plano del mar se vea inclinado desde un buque, pero desde afuera del escenario “tiene” que verse horizontal. La iluminación diseñada por Patricia Gutiérrez fue adecuada, sin ser artística. El Coro del Palacio de Bellas Artes tuvo una ejecución, ¿cómo diría yo?, inestable. A ratos bien, como las mujeres cantando el coro de las hilanderas, pero a ratos no tanto como los hombres cantando el de los marineros, es decir los de Daland, ya que los del otro barco son seres condenados hasta el día del juicio final. Supongo que Gama fue quien supervisó la coreografía del coro dado se carrera previa de bailarín. Creo que tuvo muy poco tiempo para esto pues los zapatazos de los marineros se vieron y oyeron más irregulares que los que dan niños en una clase de karate. En mi opinión el Coro necesita urgentemente un director estable, de lo contrario nunca habrá garantía de que este o aquel director invitado logre en unas semanas de ensayo un resultado suficientemente bueno. La dirección musical de Niksa Bareza fue satisfactoria, pudo haber sido brillante pero sus tempi estuvieron del lado lento. La Orquesta del Teatro de Bellas Artes tuvo una de las mejores actuaciones que le he oído, pese a la fuerte demanda de metales exigida durante la obertura. En resumen, creo que el bicentenario del nacimiento de Wagner fue celebrado con calidad y dignidad, tanta que podría regresar a este Der fliegende Holländer, lo que para un desconfiado de Wagner e irredentamente anti–wagnerita es mucho decir.
Esto es todo un tema para un seminario sobre redenciones cuasi –religiosas. En efecto, desde la obertura aparece una actriz personificando la versión vieja de Senta errando como lo hacía el holandés en la música; la actriz reaparecerá después de que Senta se desvanece al desaparecer el holandés al final de la ópera. A mí me gusta la idea de Gama pero creo que el problema es para quienes ben esta ópera por primera y probablemente única vez, pues no sabrán que en realidad Senta muere “de verdad” para redimir “de verdad” al holandés. La escenografía de Robert Pflanz fue sencilla y sirvió adecuadamente al no distraer de la acción escénica. El vestuario fue acorde con la acción, datada al en los 50’s del siglo pasado. Alabo sinceramente el que el mar hubiese estado presente continuamente, aunque tengo que decir que la proyección del video que muestra la masa de agua tenía una inclinación tal que me hizo temer en momentos que el escenario se inundase. Es probable que el plano del mar se vea inclinado desde un buque, pero desde afuera del escenario “tiene” que verse horizontal. La iluminación diseñada por Patricia Gutiérrez fue adecuada, sin ser artística. El Coro del Palacio de Bellas Artes tuvo una ejecución, ¿cómo diría yo?, inestable. A ratos bien, como las mujeres cantando el coro de las hilanderas, pero a ratos no tanto como los hombres cantando el de los marineros, es decir los de Daland, ya que los del otro barco son seres condenados hasta el día del juicio final. Supongo que Gama fue quien supervisó la coreografía del coro dado se carrera previa de bailarín. Creo que tuvo muy poco tiempo para esto pues los zapatazos de los marineros se vieron y oyeron más irregulares que los que dan niños en una clase de karate. En mi opinión el Coro necesita urgentemente un director estable, de lo contrario nunca habrá garantía de que este o aquel director invitado logre en unas semanas de ensayo un resultado suficientemente bueno. La dirección musical de Niksa Bareza fue satisfactoria, pudo haber sido brillante pero sus tempi estuvieron del lado lento. La Orquesta del Teatro de Bellas Artes tuvo una de las mejores actuaciones que le he oído, pese a la fuerte demanda de metales exigida durante la obertura. En resumen, creo que el bicentenario del nacimiento de Wagner fue celebrado con calidad y dignidad, tanta que podría regresar a este Der fliegende Holländer, lo que para un desconfiado de Wagner e irredentamente anti–wagnerita es mucho decir.
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