Fotos: Dahlia Katz
Giuliana Dal Piaz
THE INDIGO
PROJECT – Temporada 2019-20 de la Tafelmusik Baroque Orchestra. Jeanne Lamon
Hall, Trinity-St.Paul’s Centre (27 de Febrero-1º de Marzo), George Weston
Recital Hall, Meridian Arts Centre (3 de Marzo). Música:
Jean-Baptiste Lully, Purandara Dasa, Arunagirinathar, George Friderick Händel,
Ponniah Pillai, Muthuswamy Dikshitar, Alessandro Stradella, Filippo Cioni,
Arcangelo Corelli, Johann Friedrick Fasch T.A.S. Mani/Suba Sankaran. Idea y
texto: Alison Mackay. Dirección musical: Elisa Citterio. Dirección de coros:
Ivars Taurins y Suba Sankaran. Orquesta: Tafelmusik Baroque Orchestra. Coro:
Coros de las Preparatorias “Earl Haig” y “Unionville”, seis miembros del
Tafelmusik Chamber Choir. Artistas
invitados: Suba
Sankaran, voz y percusiones. Trichy
Sankaran: mridangam (tambor de la música clásica Carnática labrado a mano con
leño del árbol jackwood (Cryptocarya glaucescens), pandereta kanjira, solkattu
(tipo de canto salmódico).
Considerando
la edad promedio del público de Tafelmusik (alrededor de los 65 años), hubiera
apostado que la iglesia anglicana del del Trinity-St. Paul’s Centre estaría
medio vacía en ocasión de este estreno: allí afuera, un viento del norte a más
de 40 kilómetros arrastraba mucha de la nieve que había caído por todo el día. En
cambio, la sala Jeanne Lamon Hall estaba llena como de costumbre, y a rebosar
también el gimnasio en que tenía lugar la acostumbrada charla previa al
concierto. Esta es la
más reciente creación multimedial de Alison Mackay, por cuarenta años
contrabajo de planta en la orquesta barroca Tafelmusik. Retirada el otoño
pasado, se dedica ahora a tiempo completo a sus hermosos proyectos. Como en sus
trabajos anteriores (recordamos, entre ellos, The Galileo Project, The
Leipzig-Damascus Coffee Houses, y Tales of Two Cities), The
Indigo Project combina música, imágenes, narrativa y esta vez hasta un
corto número de danza. Alison reconstruye la historia de la llegada, a la
Europa del siglo XVII, de la indigofera tinctoria, la tinta “índigo” que
le dio el azul, en todas sus varias gradaciones, primero al vestuario de seda y
terciopelo de reyes y nobleza, luego a los uniformes del ejército borbónico, para
terminar, utilizada también para el algodón en la ropa del pueblo, esa tela jeans
que ha llegado hasta nosotros, con pocas alteraciones, a través de los siglos.
Es más, parece que la palabra venga de una deformación del término “genovés”,
puesto que fue Génova la primera ciudad-Estado que se dedicó a la producción de
esa tosca tela de trabajo.
En el ábside
que sirve de escenario a los músicos de Tafelmusik, se había añadido una tarima
central, donde se han sentado los dos Sankaran, el padre Trichy y su hija Suba,
que han colaborado al proyecto de manera relevante. Los dos son renombrados
cultores de las tradiciones musicales de la India Carnática (la parte
meridional de la India) y el papá, Profesor Trichy Sankaran, es famoso en el
mundo por su habilidad de percusionista y por la enseñanza de instrumentos
indianos típicos a varias generaciones de canadienses. Las primeras
imágenes del fascinante viaje ilustran en una gran pantalla cómo se produce el
índigo natural: se maceran en agua, agua de cal y amoniaco las hojas de unas
leguminosas erbáceas, que antaño silvestres, han sido luego cultivadas
intensivamente en la India -de la que saca su nombre-, en China, Japón, Corea, y
ahora también en países de Latinoamérica como Guatemala y Venezuela, tras la importación
en las Antillas coloniales. El índigo se difundió en toda Europa a partir del
siglo XVI, a pesar de que fuera Marco Polo el primero en traerlo de China.
Mientras
pasan en la pantalla las imágenes: de la campiña indiana donde se recollecta el
índigo; de los edificios que hospedaron las afortunadas Compañías de las
Indias, creadas una tras otra en los países europeos para la explotación de los
productos coloniales; de los más importantes personajes de la época, desde el
Rey Luis XIV al navegador Vasco de Gama; de las plantaciones de índigo trabajadas
por esclavos en las Antillas francesas e inglesas; la voz de Suba y el tambor mridangam
de Trichy nos llevan a la India, con un ritmo que alaba la diosa con cabeza de
elefante, Ganesha, nos evoca la creación del hombre, rinde homenaje al divino
Muruga, hijo de Siva. Luego las cuerdas y los alientos de la orquesta
Tafelmusik nos regresan a Europa, con la música de Lully y Haendel, con la
meláncolica balada Ballow my babe, el lamento de las madres pobres que
llevaban a sus bebés, en su mayoría ilegítimos, al orfelinato London
Foundling Hospital. Lo había creado, después de su retiro, el capitán de
navío Thomas Coram, devastado por la cantidad de niños abandonados que morían
en las calles de Londres, y junto con otros inversores afortunados como él
mismo, lo había financiado con las ganancias del comercio del índigo y de la
industria textil. El mismo Haendel ayudó a recolectar fondos con un concierto
en la capilla del Orfelinato todavía sin terminar. Es el evento al que se
inspira la sinfonía “Llegada de la Reina de Saba”, que abre el tercer acto de
la ópera de Haendel Salomón: concluye la primera parte del concierto la
llegada de 50 coristas de las Preparatorias de Toronto “Earl Haig Secondary
School” y “Unionville High School”, entrenados por sus respectivos maestros de
música, por el Mº Ivars Taurins y la propia Suba Sankaran, para interpretar Santhatham
Paahimaam, peculiar pieza del siglo XIX en alabanza de los dioses indúes
pero ¡sobre la tonada del himno inglés “God save the King”! Con ellos, seis
coristas profesionales -tres tenores y tres bajos-, del Coro de Cámara de
Tafelmusik.
La voz y la
presencia que ponen en relación las diferentes piezas musicales es la de
Cynthia Smithers, soprano de cierto renombre en el mundo de la ópera y del
teatro musical canadiense. Llega al escenario en un hermoso vestido negro largo,
del cual las luces de escena sacan por momentos reflejos azulados (toda la
iglesia está sumida en luces azules), llevando en las manos extendidas una
budanfa de seda azul vivo, como símbolo del color que, desde hace siglos,
representa a nuestros ojos la belleza, la pureza y la armonía, pero también la
domesticidad. Largamente
aplaudidos los artistas indianos: la voz de Suba Sankaran es encantadora en sus
variaciones sonoras que evocan paisajes y rituales lejanos; la habilidad y
profesionalidad de Trichy Sankaran son legendarias: resultan casi hipnóticos
tanto el rapidísimo golpear de sus manos a los extremos del tambor como el
ligero movimiento de cabeza y pie con que acompaña el sonido, a su vez
quedamente subrayado por las cuerdas del chelo que Keiran Campbell roza
despacio con el arquillo -peculiar bajo contínuo-.
El violín de
Elisa Citterio guía hábilmente la ejecución, dialoga con el violín de Susannah
Foster en la Sinfonia “La Susana” de Stradella, canta en el Concerto
Grosso de Corelli, mientras que los concertistas ahora avanzan sobre el
escenario, ahora desaparecen en la sombra del fondo, casi deslizándose. Cynthia
Smithers tiene muy buena voz y presencia escénica, como demuestra en las dos
simpáticas piezas de Lully, Les bons vins de Bourgogne e Les armes à
la main, en las que canta fluctuando graciosa, entre el violín de
Christopher Verrette y la mandolina de Lucas Harris que la acompañan-. Resulta
menos hábil como actriz, pues por momentos su dicción no es lo suficientemente
clara para que se entienda el texto. Del todo inoportuna, en cambio, me ha
parecido su llegada en leotardos negros casi al final del espectáculo, cuando
-habiendo trabajado por unos años con el Balet de Opera Atelier del cual
conserva los defectos de coreografía- se exhibe en un corto número de danza que
no es ni de época, ni clásica ni contemporánea, sólo completamente fuera de
lugar en la atmósfera elegante y formal de la velada.
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