Crédito de fotos:Centro Cultural HelénicoPor José Noé Mercado
En un ring de lucha libre, como en la vida,
hay rudos y técnicos. El bando de los científicos no sólo debe
mostrar la limpieza de su arte para derrotar a la esquina de la maldad, sino
que debe librarse de sus inacabables artimañas, de sus actos sin ética y sin
ley. Aunque es claro que los abnegados
superhéroes existen, no siempre pueden soportar el acoso, el martirio o el
sacrificio, el cansancio de bullying
sufrido, si es a costa de terminar con la espalda sobre la lona mientras el referee completa las tres palmadas que
consumen la rendición. Y entonces el técnico se vuelve rudo, si no
es que siempre lo ha sido. Así, en masculino, en macho intimidante, en una
naturaleza que necesita ser hombruna para chingar a gusto, con licencia
sociocultural incluso.Quizá la mayor perversión de una entraña
maligna sea el hacer creer en su bondad, o al menos en su neutralidad e
inocencia, que se victimiza. Y su misión, placer y única puerta para
sobrevivir, es rendir a otros. Quitarle el aire a todo el que se deje,
acaso más como acto defensivo que como ataque, pero en una llave asfixiante y
extrema que acaba con el soplo de vida. La paradoja consiste en que quien le arrebata el aire a los demás también se
desinfla a sí mismo. Se poncha. Se vuelve flácido. Como en el ciclo del
uroboros, los extremos se unen y forman un círculo, como un beso que celebra el
erotismo y apenas si se distingue de una respiración boca a boca que interrumpe,
en el mejor de los casos, el sueño eterno. Todo ello parecería el subtexto de Hombruna, un monodrama escrito y
dirigido por Richard Viqueira e interpretado por la actriz Valentina Garibay, con
el que las puertas del Teatro Helénico de la Ciudad de México vuelven a abrir
tras la Jornada Nacional de Sana Distancia y su respectivo confinamiento. Esta nueva obra del creador de Bozal, Desvenar o Monster Truck,
tuvo su estrenus interruptus el
pasado mes de marzo de este hombruno 2020, pero quedó pausado durante seis
meses de incertidumbre pandémica. En funciones, mal que mal, históricas y
dotadas de medidas sanitarias múltiples que tratan de mantener una asistencia
segura del público al teatro, volvió a la escena el pasado 18 de septiembre y
se mantendrá en cartelera viernes, sábados y domingos hasta el 11 de octubre.
En Hombruna,
Viqueira pone en escena una aproximación rica, compleja, multicapa, a la vida y
obra de Juana Barraza Samperio —la
pinche Juana—, aka La Mataviejitas, célebre estranguladora
de principios del siglo en la Ciudad de México, condenada a 759 años de prisión
por el robo y homicidio de entre 42 y 49 mujeres de la tercera edad. El dramaturgo evita lo simplista de la
condena o la tentación de la apología de su protagonista y, más bien, se
adentra en una exploración física, psicológica y cultural de una mujer
violentada, en una sociedad misógina y abusadora, corrompida, que termina por
violentar, por ser un terror para las mujeres, por corroer su entorno, como
fórmula enfermiza de supervivencia. Con cada uno de sus actos, de sus
magníficas líneas depuradas por un creador de oído social absoluto y afilada
lengua artística, la pinche Juana convierte el acto de respirar en un ritual de
vida o muerte. Y lo hace en medio de una puesta en escena de belleza casi
poética, de ritmo envolvente y trazo implacable. Richard Viqueira lo logra con una
iluminación dramatizada y una utilería minimalista consistente en globos,
alguna muñeca inflable, bombas de aire, instrumentos musicales de aliento y,
sobre todo, a través de una actuación poderosa, que desgrana los matices, el fraseo
y los silencios, de Valentina Garibay.
En el que con alta probabilidad sea el
papel mejor interpretado de su joven trayectoria histriónica, Garibay blande en
el escenario una serie de destrezas físicas, vocales y psicológicas que
permiten un registro colorido del personaje protagonista que encarna, pero que
se desprende de manera casi esquizofrénica para mostrarnos también a su abuela,
a su profesor de lucha libre, a sus rivales de cuadrilátero, a sus abusadores
y, con dolor empático, a las rucas víctimas de una Juana que no sólo es pinche
y alevosa sino demoniacamente humana. El timing
de Valentina Garibay crea la ilusión en el público de ser perfecto para entrar
en confianza con la carismática Mataviejitas,
para escuchar hipnotizado su bitácora de vida —salpicada de abundante y
socarrona ironía— para al final darse cuenta de que sus poderosas garras le
aprietan el pescuezo hasta causarle una ya inevitable asfixia. Viqueira capta con sutileza el ritual
seductor y macabro de Juana, y Garibay lo traduce a la escena cortando el
aliento del espectador con una belleza atmosférica íntima, lírica y, no
obstante, brutal. Ambos lo estrangulan con sus artes. Hombruna es más que una biopic
teatral de una de las asesinas seriales más reconocibles del México contemporáneo.
Es, más bien, un lúcido y estético close-up
al monstruo familiar, social y psicológico que la produjo. Y lo presenta arriba
del ring, para recordarle al asistente que cada una de sus respiraciones es un
acto de lucha libre que puede arrojarlo a la lona, lo mismo si es técnico o
capitán de los rudos.
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