Foto: Todd
Rosenberg
Ramón Jacques
Estas representaciones en
concierto de Un Ballo in Maschera,
que concluyen un ciclo de óperas de Verdi que comenzará en el 2009 con el
Réquiem cuando Riccardo Muti asumió
la dirección musical de la Chicago Symphony Orchestra, serian también los
últimos conciertos que dirigiría el célebre director italiano en su cargo. Sin
embargo, por petición de la administración de la orquesta, que atraviesa por un
periodo de transición en la búsqueda de un nuevo director titular de un calibre
cercano al de Muti, se le pidió extender su vínculo por un año más, situación
que el amablemente aceptó. Lamentablemente, para el director que ha afirmado y
reiterado aquí mismo en Chicago, y seguramente a lo largo de su vida, que: "Verdi es el músico de la vida, y por
supuesto que ha sido el músico de mi vida" su encargó concluirá
finalmente, no con Verdi, si no con Beethoven, dirigiendo su Missa solemnis en
junio del 2023. Es por eso que más allá
del sobresaliente resultado musical y vocal que aquí se presenció, en el último
de tres conciertos, el gran valor anecdótico, curricular e histórico que
adquiere este concierto crece considerablemente, ya que, al haber sido de una
obra de Verdi, este fue de hecho la culminación de un vínculo personal y
afectivo propio del director con la orquesta, no así en el plano laboral o
profesional. Quedan como testimonio y para la posteridad (porque existen
grabaciones en CD, como la de su primer Réquiem que obtuvo un premio Grammy)
ejecuciones memorables del citado Réquiem, interpretado varias veces durante su
gestión, así como conciertos de: Otello, Macbeth, Falstaff y Aida en el
Symphony Center, continuando con la tradición de presentar operas, algo
habitual en la gestion de Sir Giorg Solti.
En realidad, la relación de Muti con la CSO no comenzó en el 2009,
cuando se ofreció la dirección titular, si no en enero de 1973, por lo que
seguramente en el 2023 no habrá una separación definitiva ya que las mejores
agrupaciones requieren siempre tener a los mejores directores. La versión aquí escuchada, fue la que se sitúa
en Boston, y la ejecución musical de la orquesta fue sobresaliente, por momentos
sublime, como la sincronización y precisión de un reloj, en cada una de sus
secciones, como las cuerdas, los metales o las percusiones. Con pocos
movimientos, pero con precisión en su conducción Riccardo Muti demostró
autoridad y conocimiento del repertorio, plasmándolo en cada pasaje extrayendo
lo mejor de los músicos, y con consideración por las voces, esculpiendo una
lectura musicalmente colorida y entusiasmante. Poco más que agregar al ver en acción a un
director y una influyente presencia en la ejecución del repertorio operístico
italiano. Pocas veces se dice, pero los coros que acompañan a estas orquestas están
al mismo nivel de la orquesta, y el Chicago Symphony Chorus no es la excepción.
Colocado en las butacas traseras del escenario y detrás de la orquesta en un
plan superior, se mostró uniforme, participativo y contribuyó al buen resultado
final, bajo la dirección del longevo maestro Donald Palumbo, conocido por su trabajo con el coro del
Metropolitan. El elenco vocal agradó y
satisfizo con la presencia del tenor Francesco
Meli, quien cantó con elegancia, y una voz de timbre cálido y rotundo,
además de buena proyección, que incluso logró conmover en los momentos de
vulnerabilidad e inseguridad por los que atraviesa su personaje como las arias
"Di' tu se fedele" al estilo de una barcarola en el Acto I, o "È
scherzo od è follia" La mezzosoprano rusa Yulia Matochkina, ofreció una escalofriante intervención como
Ulrica, por la densidad vocal que posee pero con la que supo darle un sentido
comunicativo a lo que canta. Sobresaliente estuvo la soprano Damiana Mizzi, dando vida a un
perspicaz y astuto Oscar, al que actuó con gracia y convicción y cantó
mostrando elasticidad, seguridad y brillantez en su vocalidad. El barítono Luca Salsi, mostro garbo escénico y adecuados medios vocales en el
papel de Renato. Por su parte, la
soprano Joyce El-Khoury tuvo un
inicio incierto, un poco inaudible e inseguro, que fue creciendo en intensidad
a lo largo del concierto, hasta llegar al que fue uno de los momentos más altos
con “Morrò, ma prima in grazia” que detuvo el tiempo y causó una explosión de
emotividad en el público. Correctos
estuvieron el resto de los cantantes como los bajo-barítonos Kevin Short (Tom) y Alfred Walker (Samuel) y el barítono
puertorriqueño Ricardo José Rivera
(Silvano). Es evidente que presentar óperas en concierto tiene sus ventajas:
que permiten apreciar y adentrarse en la música y el canto, pero también posee
algunas desventajas que aquí fue la de colocación de los solistas en posiciones
distantes uno del otro, así a diferencia de Riccardo y Oscar, pareció haber una
desconexión y alejamiento entre Riccardo y Amelia, por ejemplo, colocados en
extremos opuestos, que privaron al concierto de cierta teatralidad. Además, en
esta ocasión se extrañaron los supertitulos, ya que, al haberse entregado un
libreto a cada persona del público, que causo una distracción con ruido
ocasionada por el constante cambio de páginas.
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