Massimo Viazzo
Para concluir la primera parte de la temporada,
antes de la pausa estiva, el Teatro alla Scala retiró finalmente la producción
de Rigoletto de Gilbert Deflo, espectáculo visto y revisto en Milán de 1994 al
2019 frecuentemente con Leo Nucci como protagonista. Mario Martone pensó como renovar el enfoque general de la obra
maestra verdiana, sacándola del cliché y estereotipo que sobretodo acá en
Italia es un hueso duro de roer. Por lo tanto, fueron bastante previsibles los
reclamos al director napolitano de parte de un pequeño sector del loggione al
final de la première. Pero el camino
elegido por parte de la dirección artística fue seguramente el adecuado, ya que
estamos fastidiados de ver Rigolettos cojeando y tambaleándose por el
escenario, con enormes jorobas y caras con expresiones torcidas. De hecho,
Martone retrató un Rigoletto monstruoso [Como el monstruo de Vercelli], no
tanto en el aspecto, si no en su naturaleza más profunda, como un déspota de
los barrios bajos, un pérfido secuaz del duque de Mantua, un Rigoletto que vive
en la inmundicia con prostitutas y drogadictos, pero que, gracias al excelente
sistema escénico en dos pisos y giratorio, diseñado por Margherita Palli, se encontraba en un abrir y cerrar de ojos en las
habitaciones doradas del palacio, haciendo favores y recibiéndolos de un duque
que tiene los rasgos de un joven y brillante boss que todo quiere y todo puede. En ese sentido, fueron
apropiados los hermosos vestuarios confeccionados por Ursula Patzak que retratan de la mejor manera, tanto la corte de
los libertinos como la multitud de los desposeídos. Un notable elenco fue
conformado por el teatro. Amartuvshin
Enkhbat impresionó en el papel titular. El barítono mongol mostró un
instrumento vocal muy sólido, amplio, y de extraordinaria proyección vocal,
aunque también refinado y de timbre seductor; un caudal de voz que Enkhbat supo
modular hacia fines expresivos con gran maestría. Nunca como ahora Rigoletto
pareció ser el verdadero alter ego
del duque. También Gilda fue depurada por Mario
Martone de ciertos estereotipos de muñeca, convirtiéndola, a su vez, en una
mujer hecha y derecha, una mujer que vive segregada de su padre en un ambiente
ruinoso y que anhela realizarse plenamente fuera de ese odioso y manchado
lugar. Nadine Sierra fue mucho mejor
de lo que se hubiera podido esperar, y su Gilda convenció por musicalidad, por
la emoción en la manera de llevar la línea musical, y por su timbre luminoso.
Con frecuencia el papel de Gilda se le confía a sopranos ligeras con poca
sustancia emotiva. Aquí, Sierra logró
resolver bien los pasajes de coloratura,
además de que ¡logró emocionar! Nunca como esta vez “Caro nome” pareció ser tan
necesario y autentico. El duque de Piero Pretti mostró audacia y facilidad
de emisión unidos a una refinada dicción y un brillante color. Su duque fue trazado de la mejor manera como
un viveur de nuestros tiempos.
También hay que señalar a Gianluca
Buratto, un Sparafucile de voz oscura, profundad y de esculpida dicción; a
la seductora Maddalena de Marina Viotti con
su timbre bruñido; y al desesperado Monterone de Fabrizio Beggi. Por su parte, Michele
Gamba dirigió con gran atención con relación al escenario, pero sobretodo
con un claro sentido del respeto hacia la partitura verdiana, evitando así
efectos llamados de "tradición" que hoy son absolutamente
censurables. El director milanés condujo con mano segura y paso teatral,
incrustando de la mejor manera el tejido musical de la idea artística a la base
de esta nueva producción. ¡El Coro naturalmente estuvo en la cima! Con éxito creciente de función en función.
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