Foto: Lynn Lane
Ramón
Jacques
La actual temporada de la
Houston Grand Opera continua con la conocida y divertida ópera de perteneciente
a la dupla Mozart-Daponte, Le Nozze di
Figaro, que, a pesar de su popularidad, ha sido representada en contadas
ocasiones en este escenario; la última ocasión fue en la temporada
2015-2016. Para facilitar las cosas, la compañía
optó por reponer la misma producción del director Michael Grandage, coproducción con el Glyndebourne Festival Opera
de Inglaterra, estrenada en aquellos años, que agrada por su elaboración y
estética visual. Los vestuarios y
decorados, de buena manufactura, fueron ideados por Christopher Oram, quien con Grandage, situaron el tiempo de la obra
a finales de la década de los años 60 en la España de Franco dentro de una
detallada casa de campo, de diseño morisco, inspirada en la Alhambra de
Granada, que contiene hermosos y precisos mosaicos dorados, enormes columnas
arcos y muros con ventanas de resplandeciente piedra y farolas de vidrio, una
fuente al centro del escenario; que se
va adaptando a cada acto, hasta concluir con una encantadora escena en el
último acto en un jardín, con un brillante juego de sombras azules. La iluminación que jugó un papel importante
en lograr que esta puesta en escena fuera un deleite fue obra de Paul Constable. Un detalle simpático
fue la entrada al escenario de los Condes Almaviva, después de la obertura, en
un Alfa Romeo convertible. En una obra como esta, la comicidad parece
desprenderse naturalmente de la música y de las situaciones músicas que ocurren
en escena, hoy incluso la diversión del público se puede generar en el texto de
la traducción y los títulos (si se hace
un buen trabajo que sirva a entender lo que sucede en escena, y no adaptarse a
un montaje) por lo que corresponde a la
dirección escénica, hacer que esta fluya libremente, o agregarle detalles y
ocurrencias propias, Grandage optó por la segunda opción, cargando la parte artística
de innecesarias situaciones cómicas, los mismos clichés, movimientos, gestos y
bromas en los que se incurren en prácticamente todas las producciones de
Fígaro, además de la inclusión de algunas partes coreografías. Más allá del marco escénico, que se puede
calificar de admirable y bien hecho, la dirección escénica prácticamente no
aportó más que valga la pena mencionarse.
El elenco vocal dejó satisfacciones, gracias principalmente a dos
artistas, el aquí debutante bajo argentino Nahuel
Di Pierro, quien personifico un creíble y jovial Fígaro, siendo un
intérprete que desarrollo su personaje con naturalidad y animación, cantando
con voz profunda y firme, pero sobretodo haciéndolo con bueno gusto y sentido;
y su contraparte Susanna, fue bien interpretada por la soprano cubana-americana
Elena Villalón, apenas egresada del
estudio de este teatro, y una de las apuestas del teatro a lograr una exitosa
carrera, que ya está comenzando a cosechar frutos en escenarios
internacionales. Elena Villalón, posee
una voz dulce, de grato timbre y coloración, y luce como una artista completa
en escena, por su grata presencia y personalidad. Por su parte el bajo-barítono
checo Adam Plachetka, demostró un
sobresaliente y caudaloso instrumento vocal, pero en apariencia y
caracterización se pareció más a un vulgar cómico, que a un autoritario
noble. Misma situación con la Condesa de
Nicole Heaston, nada que reprocharle
desde el punto de vista vocal, como si de su caracterización que pareció mecánica
y algo limitada en su accionar, atribuible a la dirección, así como carencia de
química entre ambos personajes. La soprano Nicole Heaston lució como un joven y exaltado Cherubino, desplegando buenas condiciones
vocales, pero incurriendo en innecesaria sobreactuación. El bajo-barítono Patrick Carfizzi y la mezzosoprano
francesa Marie Lenormard, dieron
vida a Don Bartolo y a Marcellina de manera adecuada desplegando la experiencia
vocal, actoral y las tablas aprendidas a lo largo de sus valiosas
trayectorias. Otro experimentado
interprete, el tenor Steven Cole,
fue un malicioso Don Basilio; y tanto la soprano Erin Wagner (Barbarina), el tenor Eric Taylor (Don Curzio) como el resto de los cantantes que conformaron
el elenco en los papeles menores cumplieron de manera satisfactoria. Juguetón, participativo y vocalmente uniforme
se escuchó el coro, dirigido por su titular Richard Bado. En su primera
aparición en el podio en lo que va de esta temporada, el maestro Patrick Summers, quien además de
dirigir acompañó los recitativos desde el fortepiano, se desempeñó con pericia,
entusiasmo y atención al detalle, y los músicos de la orquesta respondieron
ofreciendo un buen desempeño musical desde el foso.
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