Fotos: Marcello Orselli / Teatro Carlo Felice
Ramón Jacques
2023 El Teatro Carlo Felice, el principal de la
ciudad portuaria de Génova, y uno de los escenarios más reconocidos en Italia
sobre todo por su cercano vínculo con los compositores belcantistas, y en especial con las obras de Giuseppe Verdi,
inauguró su nueva temporada con un título poco programado A Midsummer Night’s Dream (Sueño de una noche de verano) ópera en
tres actos de Benjamin Britten (1913-1976) con libreto propio, y de Peter
Pears, basada en la comedia de William Shakespeare. En agosto de 1959 Britten
necesitaba componer una ópera para estrenarla menos de un año después con
motivo de la reinauguración de la sala Jubilee Hall en la ciudad inglesa de
Aldenburgh, sede del festival fundado por el compositor en 1948. La atracción que
Britten sentía por la obra de Shakespeare y la necesidad de adaptar rápidamente
el texto teatral a un libreto de ópera fueron los motivos que lo llevaron a
componer esta obra, que apegada lo más posible a la obra original y con mínimas
modificaciones, logró ser estrenada el 11 de junio de 1960, bajo su conducción,
y sin pensar que con el paso del tiempo llegaría a considerarse como una de las
mejores obras de Britten. De la comedia,
el compositor logró explotar el potencial dramático del tema shakesperiano
destacando los tres niveles que la componen, el del reino de las hadas, las
escenas de los jóvenes atenienses enamorados y el grupo de artesanos que aspiran
a ser actores, todos ellos unidos por un componente onírico y fantástico en una
noche de verano. Fue precisamente ese mundo de sueños y magia lo que inspiró al
director de escena ingles Laurence Dale
(en el pasado conocido un tenor lirico y creador en 1981 del personaje de Don
José en La Tragédie de Carmen de
Peter Brook), con escenografías y vestuarios de Gary McCann, la iluminación de John
Bishop, y las coreografías de Carmine
Bishop, a crear uno de los mejores espectáculos escénico-visuales que he
presenciado en mucho tiempo. Se trató del estreno de una producción creada por
el teatro Carlo Felice, en colaboración con la Royal Opera House de Mascate,
Omán; que dentro de un cuadro de luz neón, sitúa la acción dentro un bosque
repleto de árboles, que se mueven durante cada escena, complementándose muy
bien con las transmisiones proyectadas al fondo del escenario, y la oscuridad y
brillantez de los colores creados por el
cambio de las luces con el que transportó al público a ese mundo de
ilusiones que se alterna con un mundo real, cuando los personajes salen del
cuadro y se ubicaban en el pequeño bosque situado entre el proscenio y el
cuadro de luz neón. Los vestuarios de buena manufactura lucían acorde a la
escena. La función tuvo otro componente notable, que fue la conducción musical
del maestro Donato Renzetti quien al
frente de la orquesta del teatro logró resaltar los practicas musicales de
Britten, en una orquestación evocadora, inquietante e inmersiva, que además de
tener tintes melancólicos y angustiosos como también bulliciosos y vivaces parece
encajar a la perfección con la historia, que en su totalidad termina agradando
como espectáculo. Renzetti logró resaltar otros recursos del compositor como la
atención especial a las voces, el uso de coros de niños para las hadas que
encendió desde el inicio la imaginación del oyente. Son evidentes los retos y dificultades
que supone montar esta ópera por el extenso elenco que se requiere, y el que se
logró conformar para esta producción, en su mayoría con angloparlantes, se
mostró uniforme, sobresaliente y comprometido en cada una de sus papeles. El
papel de Puck, un personaje que solo actúa pero que además de volar por todo el
escenario sirvió como un hilo conductor de la historia porque engaña tanto a
humanos como a hadas fue interpretado con gracia por Matteo Anselmi. El papel de
Oberon fue cantado por el contratenor Christopher
Ainslie quien con su actuación dio carácter y garbo al papel. Fue un placer
ver y escuchar a la soprano estadounidense Sydney
Mancasola como Tytania, muy equilibrada y confiada en escena como en la
luminosidad y brillantez en su timbre y su dicción. En contraste a los coloridos personajes del
reino de las hadas, sobresalió la pareja de amantes conformada por el barítono
estadounidense John Chest como
Demetrius y la soprano inglesa Keri Fuge
como Helena; y correcta estuvo la pareja conformada por la mezzosoprano Hagar Sharvit como Hermia y el elegante
Lysander interpretado por el tenor Peter
Kirk, quienes llenaron de energía y sustancia sus escenas. Del resto de los
intérpretes, los artesanos, resaltó la comicidad en cada una de sus partes
especialmente, la del bajo David Shipley,
por su voz rica y penetrante como Bottom, y en su escena con la cabeza de asno;
y en su desempeño actoral y vocal: Seumas
Begg como Flute, Sion Goronwy
como Snug y Robert Burt como Snout,
sin olvidar el aporte de cada uno de los demás cantantes, partiquinos y mimos.
No se debe de olvidar el buen trabajo realizado por el coro de niños de la
Opera Carlo Felice que dirige Gino
Tanasini, como también es de destacar fue la gran cantidad de niños de
escuelas primarias locales quienes fueron invitados a asistir a todas las funciones,
en especial a esta que fue la última, quienes rieron, gritaron, aplaudieron y
se emocionaron con las escenas y los personajes a lo largo de la representación,
en una loable labor del teatro por involucrar a los jóvenes en la lírica.
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