Fotos: Martin Argyroglo / Laurent Guizard
Ramón Jacques
André Campra (1660-1744) fue un
reconocido compositor y director de orquesta francés del periodo barroco. A lo largo de su fructífera carrera compuso diversas
tragédies en musique y óperas-ballet, así como tres libros de
cantatas, además de obras religiosas y un réquiem, que es actualmente su obra más
conocida y representada, especialmente en Francia. A pesar de ser una importante figura en el
ambiente musical, al lado de dos maestros
del estilo francés barroco como Jean-Baptiste Lully (1632-1687) y Jean-Philippe
Rameau (1683-1764), se le considera un vínculo entre ambos compositores, y de
haber sido maître de musique (maestro de música) de la catedral de
Notre-Dame en Paris, sus obras son aún resultan son poco conocidas en la
actualidad lirica internacional. No es así en su país natal, donde la recuperación
del patrimonio musical del pasado, más que una misión, se ha convertido en
obligación, para la cantidad de notables ensambles de música antigua que
surgidos en ese país. Como parte de una extensa gira realizada por diversos
teatros franceses, que tiene previsto abarcar muchas poblaciones, hasta el mes de abril, se incluyeron dos funciones en el moderno
complejo cultural MC2 de la ciudad de Grenoble, situada al suroeste de Francia
en la región de Auvernia-Ródano-Alpes, de
la versión escénica de Le Carnaval de
Venise, ópera-ballet en un prólogo y tres actos de Campra, con libreto de
del poeta Jean-François Regnard (1655-1709), que tuviera su estreno en 1699 en
la Académie Royale de Musique (hoy conocida como la Opéra national de Paris).
Considerada como un emblema de la música francesa de los siglos XVII y XVIII y
de la ópera-ballet, esta obra es también muy original en su manera de resaltar
el valor del ‘teatro en el teatro’, de mezclar el canto italiano con el francés,
además de combinar con delicadeza maravillosas composiciones dramáticas y cómicas. La ópera muestra una variedad de atmósferas
ligadas a la idea misma del espectáculo y la fiesta entorno a una sencilla intriga, en
la que Léonore e Isabelle aman a Léandre, quien a
su vez ama a la segunda. Rodolphe, que
también está enamorado de ella, se une a Léonore para vengarse de quien se
interponga para hacer esto imposible. La acción transcurre, obviamente, en
Venecia durante la época del carnaval, en la Plaza de San Marcos, entre los
canales y bajo los balcones de los palacios. Este es el pretexto para un
prólogo muy moderno en el que comenzó del espectáculo, en la función de
estreno, frente a la mirada del público espectador. La conocida como “mise en abîme” (teatro
dentro del teatro) de la divertida puesta en escena, elaborada por la
reconocida pareja de directores de escena, coreógrafos y escenógrafos franceses
Clédat y Petitpierre, situó la historia dentro de la representación de
un espectáculo que es la historia de
Orfeo, todo ello realizado con elementos propicios para mostrar enredos
amorosos en escena, máscaras y trucos en el carnaval de Venecia. Los semi
círculos de madera colocados sobre el
escenario se utilizaron para representar los canales y puentes de la pintoresca
ciudad italiana, así como el anillo central de un circo o un espacio destinado
para el desarrollo de la trama, donde aparecían los personajes principales y los
extras, con coloridos y magníficos vestuarios de arlequines y mascaras en negro;
además de la presencia de un grupo de
mimos que aparecían siempre en escena rodeando a los protagonistas y observando
la escena, con trajes típicos del
carnaval y mascaras en blanco. Los mismos elementos escénicos se utilizarán
para trasladar la trama y al espectador al infierno, efecto que se logró con
los personajes con vestidos con llamas, ayudada de un buen trabajo de
iluminación. El trazo actoral de la obra fue llevado con ligereza, de manera
vivaz, fluida y divertida. Mencionando las modernas y plásticas coreografías durante
los pasajes de ballet que contiene la partitura. El buen reparto de cantantes estuvo
encabezado por la mezzosoprano Victoire Bunel quien exhibió musicalidad,
calidez y elegancia en su rico paleta de colores vocales, resonancia y notable
adhesión al estilo de canto. En escena
bordó una convincente, noble y perspicaz Isabelle. Por su parte la mezzosoprano, Anna Reinhold,
en su caracterización de Léonore, - y de Euridice- desplegó sus cualidades
vocales, frescura en su canto, a pesar de ligeras incomodidades con la
tesitura. Su presencia agrado a personificar su papel con picardía y juventud. El barítono franco-mexicano Sergio Villegas
Galvain, como Léandre se vio muy activo y desenvuelto en escena, con una
voz matizada y robusta, y el tenor David Tricou exhibió su vena cómica en el breve papel de Orfeo, y
estuvo muy participativo en las partes corales. Finalmente, completo el elenco
el bajo barítono Guilhem Worms en sus múltiples apariciones como el organizador,
Rodolphe y Plutón. En el foso estuvo
presente el Ensamble Il Caravaggio, con un número reducido de instrumentistas, como
en el estreno de la obra en la Académie Royale de Musique, en una partitura que
denota diversos estilos musicales, el de la música italiana, carnavalesca, con
cierto aire renacentista con inspiradas percusiones, castañuelas y panderetas, y
la indiscutible elegancia del estilo barroco francés. En el podio la directora Camille
Delaforge, sacó a relucir los encantos de una partitura plena de ellos. La música es colorida, alegra y palpitante, su
conocimiento de la música es evidente, y sus instrumentistas se mostraron inspirados por la
música, que incluso en el intermedio continuaron tocando entre las escaleras y
el público de la sala, hasta llegar al vestíbulo de la sala de conciertos, acompañados
de los danzantes y cantantes, antes de la pausa, en un ambiente festivo y
celebrativo. El espectáculo demostró fehacientemente que los organizadores y
ensambles musicales franceses entienden a su público y conocen los gustos e
intereses planeando acorde, una escenificación cuyo resultado ha sido un éxito
donde ha sido presentada esta obra en Francia.
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