Tuesday, June 3, 2025

Tríptico Weill en el Teatro alla Scala de Milán

Foto: Brescia & Amisano

Massimo Viazzo

El Tríptico Weill representado en el Teatro alla Scala, supone la evolución natural del Díptico que, en el 2021, durante la pandemia  de Covid-19, fue puesto en escena en el teatro vacío, con solamente la grabación televisa y la transmisión en streaming.  En aquella ocasión se juntaron dos obras de Kurt Weill (1900-1950) el ballet con canto Die sieben Todsünden (Los Siete pecados capitales) (1933) y Mahagonny Songspiel (1927). En esta ocasión, y también con la dirección escénica de Irina Brook (quien curó las escenografías, los vestuarios y el video) se agregó la comedia musical The Songs of Happy End (1933), privándolas de diálogos, para formar un solo espectáculo unitario con textos de Bertold Brecht. Quizás valga la pena recordar que la fructífera asociación entre Weill y Brecht duró solamente seis años, entre 1927 y 1933, pero fueron años de gran empeño, debates y creatividad.  Del espectáculo de la Scala surgió evidentemente una sátira contra una sociedad dedicada al dinero, que es amoral, trivial, y antiambientalista, y que es tan vacua como tristemente actual.  Con ritmos rápidos, canciones pegadizas de cabaret e incluso bailes banales, el compositor alemán le rehúye al realismo, apuntando recto hacia la ironía, el cinismo y la enajenación para obtener una inmediata participación de parte del público. No recurrió a gritos o alaridos expresionistas, si no que utilizó el vehículo de una música falsamente grata, siempre agradable al oído. En este contexto, el espectáculo de Irina Brook fue bastante convincente para lograr involucrar a los actores, a los cantantes y a los bailarines  quienes a través de su arte dan fe, con fuerza, de la voluntad de existir, la voluntad de vivir, a pesar de todo, en un cuadro post apocalíptico de trazos ecologistas, después de haber experimentado las tentaciones del vicio y del pecado en la constante búsqueda de un lugar de ensueño, una ciudad extraordinaria, un fantástico El Dorado, en el que todo es posible, pero que en realidad no existe.  Al final del espectáculo, la inserción del tango-habanera Youkali dejaría en el público con una tenue luz de esperanza. En verdad, el lugar tan añorado por la felicidad, por la paz y por el amor no existe, pero justo por ello es fundamental adquirir sabiduría para vivir el presente a pleno.  “Tuve que concebir una nueva historia que tuviese juntos todos los elementos de modo creíble y lógico” afirmó la directora de escena “y al final imaginé  la historia de una compañía de teatro en el fin del mundo: mientras que ellos se encuentran dentro del teatro, afuera no hay nada”. Una idea interesante, desarrollada con medios limitados, también recurriendo a materiales reciclados, sobre un escenario sustancialmente vacío. Sin embargo, desde el punto de vista teatral, el espectáculo resultó ser monocorde, como también por momentos inconsistente, y sobre todo, en la primera parte, frecuentemente predecible. La segunda parte “Happy End” resultó ser mejor; con los cantantes, todos en vestidos oscuros se mostraron presentando las diversas piezas en una especie de cabaret espectral, más parecido a una pesadilla que a un lugar de placer.  Pero en general se hubiera podido atreverse a más. Si el intento del espectáculo era el de perturbar o escandalizar, el resultado no fue suficientemente eficaz.  Por otra parte, el aspecto musical, se mostró de mayor calidad. Sobre el escenario, un elenco internacional interpretó los múltiples papeles, demostrando una óptima sinergia. Esto permitió apreciar plenamente las exuberantes y extrovertidas canciones de Kurt Weill. Alma Sadé interpretó a Anna I, Bessie y Mary; y Lauren Michelle interpretó a Anna II, a Jessie y a Jane; así como Wallis Giunta quien fue Lilian Holiday y fue la intérprete de Youkali. Por su parte, Markus Werba se vistió como el personaje de Bill Cracker y Elliott Carlton Hines el del Hermano I, el de Bobby y  el de Sam; y Andrew Harris interpretó la Madre (en travesti) y a Jimmy.  Matthäus Schmidlechner fue el Padre, Charlie y un hombre, Michael Smallwood prestó su voz al Hermano II, a Billy y a Hanibal Jackson, y Natascha Petrinsky interpretó a la Mosca y a Geoffrey Carey el actor.  Se debe mencionar especialmente, la actuación desenfadada y expresiva de Alma Sadé, a Lauren Michelle por su timbre aterciopelado y dotada de talento en la danza; al histriónico Bill Cracker interpretado por Markus Werba; a la Madre, sonora y comunicativa, cantada con voz masculina por Andrew Harris.  Wallis Giunta deleitó con una Lilian graciosa pero también intensa, mientras que Elliott Carlton Hines mostró una voz luminosa y extremadamente comunicativa. De cualquier manera, como afirmé anteriormente, el elenco entero se mostró a la altura.  Riccardo Chailly, que en muchas ocasiones ha expresado su por amor por este repertorio, quiso fuertemente que se hiciera esta propuesta. De hecho, dirigió con la justa transparencia, evidenciando precisión y nitidez rítmica, cuidado de los detalles y una extrema atención al justo color tímbrico, pasando con soltura y elegancia de un tango a un blues, y entre un vals y una marcha, en lo que fue ¡Una interpretación magistral!




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