Ramón Jacques
Por tercera ocasión en menos de tres años, la Ópera de Los Ángeles ha escenificado esta ópera verdiana, El hecho como tal no significa nada, ya que se trata de una de las obras mas conocidas del repertorio operístico. Pero analizando con mas detalle la situación, en un teatro que si bien es de los mas grandes en Norteamérica y que hasta esta temporada, que concluye con estas funciones, no hacía más de nueve producciones por temporada, significa que la crisis económica que se vive en esta región operística del mundo, esta teniendo su impacto en las artes, y mas aun sobre la ópera, un género que para su realización requiere de grandes inversiones de dinero.
En suma, la situación económica es la que hoy en día, y al menos en el futuro inmediato, esta dictando la pauta de las óperas que deberán ser programas por los teatros estadounidenses en sus temporadas, a fin de retener a su público, o en el peor de los casos no ahuyentándolo. La perspectiva luce complicada, porque ante la perdida de grandes aportaciones privadas, que representa el principal mecanismo de financiación de estos teatros, la tendencia inmediata ha sido la de reducir las temporadas, cancelando producciones y el número de funciones, contratando artistas poco conocidos, quizás con cachets mas bajos y de inferior calidad vocal, y recurrir a obras populares del repertorio, por lo que, sin menospreciar, se espera ya una cantidad considerable y exagerada de Bohemes, Madame Butterflies, Barberos de Sevilla, Traviatas, etc., en la mayoría de los teatros de este país.
Pero lo que los teatros parecen no tomar en cuenta, aparte de pretender solucionar su propia economía, es que el verdadero problema y su solución no radica en lo anteriormente mencionado, si no en el bolsillo y en las finanzas del público que asiste a las funciones y paga sus entradas, que en Norteamérica no se distinguen por ser tan accesibles en precio. Lo anterior, fue más que evidente la noche de inauguración de la última producción del año en Los Ángeles, en la que la que hubo una cantidad considerable y preocupante de butacas vacías.
Hablando en términos artísticos de la función que nos ocupa, la compañía repuso el drama de la Dama de las camelias, con los vestuarios y el marco escénico concebido por Giovanni Agostinucci, mismo que fue utilizado e inmortalizado en DVD en el estreno de la temporada 2006 con Reneé Fleming, Rolando Villazón y Renato Bruson, con la dirección musical de James Conlon. Las escenografías son opulentas, y visualmente atractivas, particularmente en el primer acto, realizado en el jardín de una mansión, y en el tercero, en un amplio salón rojo con escaleras y dos niveles, en el que se desplazaba con facilidad la amplia compañía artística de solistas, coro, bailarines, toreros y comparsas. Ayudo mucho a resaltar la escena, el brillante juego de iluminación dispuesto por Daniel Ordower. La producción fue realizada entre las compañías de Los Angeles, de Washington, donde fue montada en septiembre del 2008, y la Ópera Real de Wallonie en Bélgica, donde fue creada originalmente.
En suma, la situación económica es la que hoy en día, y al menos en el futuro inmediato, esta dictando la pauta de las óperas que deberán ser programas por los teatros estadounidenses en sus temporadas, a fin de retener a su público, o en el peor de los casos no ahuyentándolo. La perspectiva luce complicada, porque ante la perdida de grandes aportaciones privadas, que representa el principal mecanismo de financiación de estos teatros, la tendencia inmediata ha sido la de reducir las temporadas, cancelando producciones y el número de funciones, contratando artistas poco conocidos, quizás con cachets mas bajos y de inferior calidad vocal, y recurrir a obras populares del repertorio, por lo que, sin menospreciar, se espera ya una cantidad considerable y exagerada de Bohemes, Madame Butterflies, Barberos de Sevilla, Traviatas, etc., en la mayoría de los teatros de este país.
Pero lo que los teatros parecen no tomar en cuenta, aparte de pretender solucionar su propia economía, es que el verdadero problema y su solución no radica en lo anteriormente mencionado, si no en el bolsillo y en las finanzas del público que asiste a las funciones y paga sus entradas, que en Norteamérica no se distinguen por ser tan accesibles en precio. Lo anterior, fue más que evidente la noche de inauguración de la última producción del año en Los Ángeles, en la que la que hubo una cantidad considerable y preocupante de butacas vacías.
Hablando en términos artísticos de la función que nos ocupa, la compañía repuso el drama de la Dama de las camelias, con los vestuarios y el marco escénico concebido por Giovanni Agostinucci, mismo que fue utilizado e inmortalizado en DVD en el estreno de la temporada 2006 con Reneé Fleming, Rolando Villazón y Renato Bruson, con la dirección musical de James Conlon. Las escenografías son opulentas, y visualmente atractivas, particularmente en el primer acto, realizado en el jardín de una mansión, y en el tercero, en un amplio salón rojo con escaleras y dos niveles, en el que se desplazaba con facilidad la amplia compañía artística de solistas, coro, bailarines, toreros y comparsas. Ayudo mucho a resaltar la escena, el brillante juego de iluminación dispuesto por Daniel Ordower. La producción fue realizada entre las compañías de Los Angeles, de Washington, donde fue montada en septiembre del 2008, y la Ópera Real de Wallonie en Bélgica, donde fue creada originalmente.
Siempre que se ha utilizado este montaje, la dirección artística ha estado a cargo de Marta Domingo, quien como ya lo hiciera a finales de la temporada angelina del 2008 en la Rondine de Puccini, demostró una detallada preparación y conocimiento del libreto y de la trama de la ópera, por lo que sus conceptos de actuación fueron directos, y la función transcurrió con claridad y naturalidad. En el papel de Violeta, realizó su debut local la soprano rusa Marina Poplavskaya, con resultados vocalmente óptimos. A pesar de una rara coloración en su timbre, su canto fue seguro y seductor. En sus primeras intervenciones mostró un notable vibrato que una vez que controló fue capaz de emitir agradables notas musicales con un generoso despliegue de las notas más agudas, con armonía y cuerpo lírico. Sin embargo, su desempeño actoral fue en términos generales inexpresivo y rígido, pero aun así fue ampliamente premiada por el publico por su participación.
El papel de Alfredo Germont fue interpretado por el tenor Massimo Giordano, quien hizo alarde de sus generosas cualidades vocales como su colorido timbre y plausible seguridad para frasear y proyectar correctamente. Lamentablemente su prestación escénica estuvo por debajo de su nivel vocal, ya que en escena se mostro carente de temperamento y ardor con una rigidez, que por momentos fue exasperante. Por su parte, el barítono polaco Andrzej Dobber, se mostró como un autoritario Giorgio Germont, y la su interpretación del aria ‘Di Provenza’ fue uno de los momentos mas sobresalientes de la función, por su musicalidad, cadencia y precisión para interpretar. El desempeño del resto del elenco completó la escena de manera satisfactoria en cada una de sus intervenciones.
El eslabón más débil de la cadena, provino en esta ocasión del foso orquestal, ya que Grant Gershon, en su debut como nuevo director musical asociado de la compañía, no tuvo una afortunada transición del mundo sinfónico, pasando por el coro del teatro, a la conducción musical. Su dinámica y tiempos fueron erráticos y desiguales en gran parte de la función. Genero en más de una ocasión, desafinación instrumental, y falta de sincronización en las voces, desconcierto en algunas entradas, y privó a la partitura de la alegría y musicalidad que naturalmente contiene.
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