Foto: Craig
Mathew / LA Opera
Maria
Nockin
La Ópera de
Los Ángeles presentó un interesante programa doble: una obra del barroco del inglés
Henry Purcell y otra del siglo XX, del húngaro Béla Bartók. Como el director de
escena Barrie Kosky quiso usar una gran plataforma giratoria para Bluebeard’s
Castle, la puesta en escena de Dido and Aeneas fue relegada a la parte frontal
del escenario. El concertador Steven Sloane fue una nueva cara en Los Ángeles, ya
que suele trabajar en Europa. Es director musical de la Sinfónica de Bochum en
Alemania y de la Orquesta Stavanger en Noruega. Para Dido, formó un soberbio
ensamble de cuerdas de instrumentos antiguos, incluyendo tiorbas, junto con
flauta, oboe, fagot, percusiones, órgano y clavicémbalo que fue vital para la interpretación
de la obra. Paula Murrihy cantó Dido
con gran lirismo, al igual que su pareja infiel, interpretada por Liam Bonner.
Tres excelentes contratenores, John Holiday, G. Thomas Allen y Darryl Taylor proveyeron
las escenas cómicas como la Hechicera y las Brujas. La crema vocal del elenco
fue la soprano ucraniana Kateryna Kasper, en el rol de Belinda. Murrihy empezó
a cantar su “lamento” con tonos directos, pero hacia el final empezó a suspirar
audiblemente, y así continuó hasta el final de la función, borrando el estado
de ánimo contemplativo que esta obra suele dejar en el espectador. En ambas
óperas los vestuarios fueron contemporáneos, por lo que, en el caso de El
castillo de Barbazul, Kosky quiso convencer al público de que Judith es una
mujer del siglo XXI, que tiene expectativas de igualdad de género. La orquesta bajo
la batuta de Sloane tocó la fascinante música de Bartók con perfección
translúcida. Como Judith, la mezzo alemana Claudia Mahnke cantó con el sonido
dramático de un océano, en tanto que el bajo-barítono británico Robert Hayward
cantó eficazmente con la frialdad característica de su personaje.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.