Foto: Ramella&Giannese - Teatro Regio di Torino
Renzo Bellardone
Renzo Bellardone
Goyescas
es una ópera casi desconocida que meritoriamente el Teatro Regio (siguiendo la filosofía
de proponer obras inéditas o casi) incluyó en su cartelera. Música de sabor sinfónico
con acentos de alegría y un poco de lirismo que al final estuvieron inmersos en
tragedia. La conducción de Donato Renzetti fue apreciable por lograr que
esta novedad estuviese ya en la mente del público, y lo hizo con sobria
elegancia. La efectiva producción de Andrea De Rosa, con colores ámbar y
soleados de la tierra hispánica, con fuerte inspiración de Goya, se valió también
del oscuro color negro, opacado solo por incorrecto uso de luces de linternas. Aunque
la iluminación diseñada por Pasquale Mari exaltó el momento de la
fiesta, como el momento de la muerte. En un largo pasaje de música se insertó un
ballet de matriz española ideado por Michela Luccenti, con vestuarios clásicos
y eficaces de Alessandro Chiammarughi. La protagonista Rosario fue interpretada por
una valiosa Giuseppina Piunti quien con voz oscura de transparente
claridad se insertó bien entre la armonía de la bien timbrada voz del tenor Andeka
Gorrotxategui, en el papel de Fernando, y la profunda y pulida voz de Fabián
Veloz, el barítono que dio vida al rival Paquiro. Anna Maria Chiuri, quien estuvo también
en la segunda ópera, aquí dio voz firme a Pepa la muchacha del pueblo. La insólita combinación entre Goyescas y Sor Angélica
tuvo un denominador común, la mujer y el sufrimiento femenino. En el primer
caso el dolor fue causado por la muerte del amante a manos del rival y en
segundo la expiación de la culpa que en esa época era una vergüenza, tener un
hijo sin estar casada. La primera obra fue ambientada en una especie de cráter
y la segunda en un manicomio, con lo que se puede asegurar que esta realización
se aproximó a la perfección. Sor Angélica tenía la llave de la entrada de una
puerta, que en medio de unas rejas se abría para acceder al jardín de las
plantas que la hermana cuidaba con amor. Detrás de las rejas del manicomio
femenil se movían las “locas” bien interpretadas por mimos capaces. Alli
transitaba la hermana enfermera, la doctora y las demás hermanas. La primera que encantó con su voz, la monja
de la mezzosoprano Silvia Beltrami una voz profundamente relevante y
rica, de buen timbre y preciosos matices. Amarilli Nizza interpretó a la
protagonista con acentos dolorosos y gran pathos, con el que realizó una Suor
Angelica verdaderamente condenada, voz bella, decididamente pertinente para el
papel. Anna Maria Chiuri diseñó con gran credibilidad al papel de la tía
princesa, valiéndose también de la potencia de su voz bruñida y bien modulada. Verdaderamente
numerosa la lista de intérpretes que con bravura contribuyeron a la realización
de una interesante producción. Bella intuición al final de no parir como de costumbre
al niño rubio, soñado y deseado, sino de hacer dar de una enferma mental y Angélica
una marioneta, una muñeca de trapo, que ella, fuera de sí y cercana a la muerte
abrazaba amorosamente entre los brazos. Como es habitual un fuerte aplauso va
al coro del Regio dirigido por Claudio Fenoglio y a todos los maestros
de la orquesta y al staff del teatro. ¡La música venció como siempre!
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