Foto: Rocco Casaluci
Anna
Galletti
Riccardo, gobernador de Boston en plena
campaña política, entra a la escena con la security,
y el lugar en el que aparece es la moderna sede de dicha campaña con
computadoras, smart phones y luces de neón. Desde el primer momento, el riesgo
para el público es dejarse llevar solamente por la dirección de Damiano Michieletto, desconcertante
aunque minimalista, casi gráfica, aunque también segura, inteligente y jamás
contradictoria. Para apreciarla hay que ser admirador incondicional de
Michieletto o tener la capacidad de considerarla simplemente por lo que es:
excepcional. No gustó a todo el público y lo que se puede decir, más allá del
prejuicio que algunos tienen hacia los montajes modernos, es que le puede
faltar magia. Existe el riesgo de salir del teatro con la sensación de haber
recibido un golpe en el estómago en vez de haber sido envuelto en una noche mágica. A esta
sensación contribuye también la falta de una identidad precisa de los personajes.
El bien y el mal, el trágico y el cómico, se mezclan y coexisten en todos los
personajes. Riccardo es un político egocéntrico, narcisista y “sabelotodo”. Goza
aparecer frente a tele cámaras y micrófonos, no obstante le hayan vaticinado la
muerte, busca su humanidad en un amor más
deseado que real, pero el fondo ama y sufre por amor. Renato es un guardaespaldas
fiel hasta la muerte, que cree totalmente en su rol, cuya fidelidad sucumbe frente
a la supuesta traición de su mujer y a la vergüenza que la misma conlleva. Cuando
por primera vez aparece Amelia en el escenario, en la cueva de la maga, se ve
una mujer alta burguesa, algo neurótica, cuyas inquietudes de amor representan
un medio para salir de la cotidianidad y que lucha hasta el último momento para
poner a salvo a su enamorado. Ulrica es una buena representación entre una
moderna santona y una predicadora televisiva. Con pocos ademanes y mucha
altanería logra atraer a las multitudes. Sin embargo, se quedó perturbada por
el destino que ella misma le profetizó a Riccardo. Oscar deja su rol de paje y
se presenta como una mujer algo frívola, responsable de la oficina de prensa de
Riccardo, verosímilmente no indemne a la fascinación por su jefe. Ella es fiel pero
no tanto para resistir a la amenaza de un arma, frente a la que revela el
disfraz de Riccardo condenándolo a muerte. Transversalmente a la opera y a los
personajes, se destaca aún más que en una representación tradicional la ironía,
o la liviandad de la que Verdi impregnó su ópera, y que en esta lectura moderna
tal vez desemboca en claro sarcasmo. Al final de cuentas, este “Ballo” no
permite que se sueñe, sino instiga a la reflexión. Aún así, tiene su magia. No
se encontró solamente en las notas y en las arias de Verdi lo que la Orquesta
del Teatro Comunale devolvió impecablemente bajo la dirección de Michele Mariotti, cuya manifiesta
sintonía con la agrupación es garantía de éxito en lecturas meticulosas y no
necesariamente previsibles; si no que surgió también de la fusión de imágenes y
palabras, lo que exigió al espectador el esfuerzo de ir más allá del sentido
literal del libreto y de “mirar” a la opera con los ojos de su director. Surgió,
poderosa, en la tragedia final, que fue solamente humana, lejos de reflectores
y micrófonos, y dejada con expediente sugestivo en manos de Riccardo quien ya
muerto, le costaba alejarse de su gente. Al término, ovación para Gregory Kunde, quién en otra vida, al
cansarse de ser tenor, estará sin duda en condición de entregarse con igual
éxito a la carrera política. En el teatro, al final, todos los espectadores
fuimos “Kundians” y en esta calidad le pedimos que por favor no lo haga y ¡siga
cantando! Ovación también para Luca
Salsi (Renato) cuya voz redonda y cautivadora sedujo al público. El todavía
joven barítono se encuentra a un paso de llegar a la plena madurez artística,
para la que quizás le falte una cierta intensidad de interpretación. Se dice
con el convencimiento que él, ya excelente cantante, tenga todavía algo más que
dar. Maria José Siri comenzó de
manera que no persuadió totalmente, pero luego creció y ofreció lo mejor en el
dueto en el que Amelia confesó su amor a Riccardo. Elena Manistina interpretó con seguridad y debida altivez el rol de
la moderna maga; Beatriz Díaz se desempeñó
con brillantez vocal en la interpretación de Oscar; positiva fue también la prueba
de Fabrizio Beggi y Samuel Lim, enemigos jurados de
Riccardo.
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