Saturday, January 5, 2019

Corleones latinoamericanos Pájaros de verano


Por José Noé Mercado

Pájaros de verano, dirigido por Cristina Gallego y Ciro Guerra, es un filme colombiano que plasma de manera implacable la incorporación de comunidades ancestrales al moderno capitalismo del tráfico de drogas, como vehículo de relativa bonanza meterial y con la consecuente vulneración de las tradiciones que les dan identidad y honor.

Al seguir a una naciente familia wayuu, de cultura más que enraizada, subirse a la ola marimbera —la de mariguana— de los años 70, los cineastas muestran en escena buena parte de la génesis de progreso sanguinario que el crimen organizado genera en diversos pueblos latinoamericanos abandonados y miserables, y no obstante ambiciosos, con dolorosas consecuencias que incluyen la indignidad, la traición y la venganza: la pérdida de cualquier honorabilidad.


Apabullante mezcla del cine de gángsters y el western, con arrobadora y abismal fotografía digna de Sergio Leone, y deudora en el mejor sentido de El padrino de Francis Ford Coppola y otros títulos de mafiosos, Pájaros de verano logra plasmar no sólo la naturaleza más honda de sus personajes frutos de sus comunidades, sino la profundidad cultural de un entorno que transita en su quehacer cotidiano por ricos y enigmáticos símbolos y rituales de vida y muerte, de fecundidad y de tragedia, horrorosamente determinista, insalvable, donde no llega el poder y beneficio del gobierno y la escasa autoridad es desflorada apenas con unas cuantas monedas. Su ritmo es firme y produce una tensión creciente en el espectador.


Precandidata al Oscar en la categoría de mejor película en lengua no inglesa, esta obra demuestra con rotunda belleza, como lo dice uno de sus personajes, que los sueños son prueba de que el alma existe. Lástima que, de ser así, el alma también puede morir. En rigor, ser asesinada.

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