Por José Noé Mercado
The
house that Jack built es una cínica y provocadora,
pero no original ni renovada, muestra de la amoralidad del arte.
La cinta del amado-odiado realizador danés
Lars von Trier pinta un cuadro gore
extremo: las andanzas y apetencias estéticas, cada vez más sofisticadas, de un
asesino serial capaz de justificar como obra creativa, sin filtro ético, no
sólo sus ventajosos asesinatos, sino, incluso, el diseño del JU-87
"stuka", artillero de la luftwaffe en la Segunda Guerra Mundial, con
su devastadora sirena de ataque en picada o el cambio necesariamente
sanguinario de los dictadores que han marcado la historia universal con su
obra.
Salpicada de innumerables referencias
culturales —de Glenn Gould a David Bowie, de Richard Wagner a Dante Aligheri,
de Eugène Delacroix al mismo Lars von Trier—, el filme sintoniza por momentos
el humor de una divina comedia que no alcanza la comodidad de American psycho, ni la gracia negra de
Patrick Bateman y, en rigor, muestra a Jack como un slasher de credibilidad media de tan todo terreno que es, de tan estúpidas
que cree que son sus víctimas, ya camino descendente a un infierno de origen
artístico en el que también toma decisiones estéticas.
Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, se
encuentran en el elenco, con actuaciones que están más al servicio del concepto
de la obra que en actitudes naturales de acuerdo a las circunstancias que
enfrentan.
Como quedó claro en su estreno en el
Festival de Cannes, cuando un centenar de asistentes se salieron de la sala a
media película, no es apta para naturalezas sensibles o ingenuas —sobre todo
esto último—, pues su mayor horror, su salvajismo, es desear creer que el horror
y lo salvaje no existe. Que todo es, sólo, material para el artista creador.
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