Foto: Pili Palas, Victor Zuniga
Por José Noé Mercado
En su nueva obra, el dramaturgo Richard Viqueira repasa
los momentos más significativos de la historia reciente de México, referida y
recreada a través del género pop. Se trata de una aventura hilvanada por la
música, divertida y a la vez estrujante, que indaga en la identidad nacional.
Palabras más, palabras menos, Ricardo
Piglia sostenía que la diferencia principal entre el arte clásico y la cultura
pop es que el primero suele presentarse con aires de originalidad. Para el escritor argentino, revestir una
obra y su naturaleza con lo impredecible de lo nunca antes visto, de lo
inédito, no es más que una pretensión discursiva con la que seduce a ciertos
públicos ansiosos del genio creativo que surge por generación espontánea. Por el contrario, lo pop es apetecible en
la creación cultural pese a que sus ingredientes son ya conocidos por el grueso
del público. En rigor, es justo el reencuentro con fórmulas y contenidos,
personajes y situaciones, lo que atrae al mundo pop. La delicia masiva del pop
es saber que algo estará ahí. Y está. Que algo ocurrirá y ocurre. En esa suerte de patio común, cableado por incontables
vasos comunicantes, la cultura de masas se recrea. Goza con sus símbolos, con
su lenguaje compartido casi todo el tiempo como si fueran guiños. Así lo demuestra La insoportable levedad del pop, la más reciente pieza teatral del
dramaturgo capitalino Richard Viqueira. Una obra que desde la masividad del
género pop también reflexiona sobre el acontecer político y social mexicano.
Discute. Refleja y deforma, como en una bola disco, incontables fragmentos
recientes de nuestra historia y sus protagonistas.
Como cierre de una trilogía de óperas
urbanas (Monster Truck, 2012; Desvenar, 2017) que excava en la
condición mexicana y su identidad, el estreno de La insoportable levedad del pop se llevó al cabo el pasado 29 de
noviembre en el Teatro Benito Juárez de la Ciudad de México y continuó
funciones de jueves a domingo hasta el 16 de diciembre con las intensas actuaciones,
de gran despliegue físico, de Valentina Garibay, Rocío Damián, Jennifer Sierra
y Ángel Luna, bajo la dirección del propio Viqueira, quien se encarga también del
diseño de iluminación.
En esta nueva obra presentada por Kraken
Teatro —que, por lo escrito, más que nueva da la impresión de que el público
que comparte su ADN la conoce de hace tiempo, de siempre—, Richard Viqueira
sitúa a través de una suerte de concierto standupero
las coordenadas poperas del México de los últimos 40 años: canciones, grupos
musicales, artistas, programas, noticiarios y personalidades de la televisión,
jingles publicitarios, así como usos y costumbres de la farándula cultural, ¿o
es arte farandulesco?, donde nuestro país da y recibe globalidad con el resto
del continente y otras latitudes con las que, pese a las distancias
geográficas, estamos hermanados.
Pero lo que en apariencia es un espectáculo
musical chispeante y superficial —donde abundan el playback, la piel femenina como magneto para las audiencias, las
declaraciones ocurrentes y bobaliconas de las aclamadas estrellas del momento o
la constante intrusión en la vida privada de los morbosos mass-media—, al seguir el curso de la historia reciente de
México se transforma, inevitablemente —como ocurre con la normalidad ante ese mundo
alterno y horroroso en la saga Silent
Hill—, en una frecuencia para sintonizar la corrupción política que ha
forjado nuestras instituciones, mientras el show
continúa, incapaz de detenerse, incluso, ante un magnicidio televisado a ritmo
de La culebra, la sangre cardenalicia
derramada, la narcocultura que convierte en fantasmales muchos territorios o la
barbárica matanza de estudiantes en Tlatelolco, que en un pasaje conmovedor
Viqueira hace acompañar de una doliente versión de “Soldado del amor”. Entre risas provocadas más por el absurdo
de situaciones reales que bien podrían pertenecer al tejido de una historia
ficticia, grotesca, pero sabrosamente entretenida, el público revive aquellos
episodios que conforman o desfiguran nuestra sociedad contemporánea. Son momentos que, como mexicano, conoce
como su vida misma, aunque antes quizá no los hubiese pasado por un proceso de
reflexión significante, crítico, para su quehacer diario. Desde presidentes
prendados de ficheras cinematográficas, productores que arman su clan de
artistas exitosos bajo el cobro del abuso sexual y toda una serie de dichos,
rumores y verdades cuya fuente es la mismísima vox populi; hasta evocar imborrables canciones, personajes y
circunstancias comunes con los que han crecido varias generaciones de
mexicanos.
El ejercicio de name-dropping emprendido por Richard Viqueira en La insoportable levedad del pop es
virtuoso —más aún al ligarlo con los asuntos socio-políticos más trascendentales
de las últimas décadas— y lo mantienen como un cronista atento y sensible del
acontecer nacional.
No obstante, una depuración del anecdotario
y del repertorio abordado podría conseguir no sólo que la pieza sea más breve y
dinámica, sino que fragüe una estructura más sólida, para que más allá del
manejo cronológico no lineal de los diversos pasajes de los que echa mano deje
la impresión de que no es un enumerado producto de la libre acumulación y
ocurrencia, sino fruto de la arquitectura más premeditada. La calidad de la interpretación, de igual
forma, puede incrementarse en la medida de que la preparación musical del
elenco sea más férrea. Por el momento resultó irregular entre los cuatro
integrantes del elenco. Como ocurre en diversas obras de Viqueira, en La insoportable levedad del pop la música y el canto no sólo son
parte inherente de la narrativa o una herramienta más para exponer el discurso,
sino que como en un drama musical, una ópera o una fábula en música, es el
lenguaje mismo que se expresa. Y apretar un poco esas tuercas sonoras, sin
duda, haría brillar todavía más el conjunto. Richard Viqueira es un dramaturgo potente y
telúrico, demoledor, que sacude a los asistentes con sus palabras y con el
riesgo de sus proezas escénicas, concretadas desde la dirección o como actor
(en La insoportable levedad del pop
se le puede apreciar apenas en un pequeño cameo). Pero, en cierto modo, es
tiempo de que se asuma como un compositor. Porque ya lo es. Se lo ha ganado.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.