Foto: Brescia&Amisano
Massimo Viazzo
Con I Masnadieri el Teatro alla Scala continua con su exploración
de óperas verdianas de los llamados “anni di galera’, periodo que va de
1843 a 1850, entre Nabucco y la popular Trilogía. En aquellos años Verdi compuso frenéticamente siguiendo
los cánones estilísticos de la época, sin faltar paginas de notable nivel, como
una anticipación a sus obras maestras de madurez. Estas obras, salvo unas
cuantas, nunca han podido entrar de manera permanente en el repertorio. I Masnadieri, compuesta en Londres en
1847, con un estreno incluso frente a la reina Victoria, tuvo poco reconocimiento.
El libreto de Andrea Maffei fue tomado de un drama de Friedrich Schiller, y es
justo aquí donde partió David McVicar. De hecho, el director ingles ambientó
la opera en el colegio al que asistió el joven Schiller, una academia militar de
ciencias en la que prevalecía un constante clima de conspiración y terror,
justo el clima que existe en I Masnadieri. El propio Schiller, un personaje siempre
mudo en escena, vive la trama escribiéndola mientras que esta se desarrolla en
escena, en una especie de teatro en el teatro que todo sumado no es ya una novedad
en el mundo de las producciones operísticas de estos años. La escenografía fue
estructurada en dos planos y permaneció fija durante el transcurso de la ópera.
Si la idea de poner al escritor en alemán en primer plano parecía ser interesante,
la rigidez de lo que se vio en escena, a la larga, la hizo parecer como una ocasión
perdida. Optimo y homogéneo estuvo el elenco, comenzando por el protagonista
Carlo, interpretado con altivez por Fabio Sartori. El tenor veneto mostró
un registro agudo muy seguro y firme. Su canto, aunque no tiene un fraseo muy
matizado, encendió al público scaligero por la audacia en su acento y un
squillo fuera de lo común. Lisette Oropesa exhibió un timbre
fascinante y una seductora línea de canto. Con su Amelia supo conmover. Alguno
que otro agudo que no estuvo completamente a fuego, no afectó un desempeño de todo
respeto. Massimo Cavalletti personificó
a Francesco con espontaneidad, timbre franco y acento vocal, aunque el peso
vocal del barítono toscano no pareció ser siempre el adecuado para la vileza del
personaje. Finalmente, suave y con acento noble y tierno se escuchó a Michele
Pertusi en el papel de Massimiliano Moor. Entre las partes menores se distinguió
Francesco Pittari (Arminio). Uniforme
y con cohesión estuvo como siempre el Coro del Teatro alla Scala, el mejor del
mundo en este repertorio. Michele
Mariotti mantuvo firmemente en mano al escenario y la orquesta logrando dar
una buena continuidad dramática, apoyando a los cantantes sin sobrepasarlos en ningún
momento. Tiempos perfectos y una constante energía que nunca se transformó en descuidada
o estruendosa fueron el triunfo de una concertación admirable.
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