Luego de que a raíz de la compleja situación social y política surgida en Chile en octubre del año pasado se decidiera suspender las fechas originales de sus funciones programadas para noviembre, a mediados de marzo una nueva producción del inmortal Don Giovanni de Mozart en el Teatro Regional del Maule, en la ciudad de Talca, terminó convirtiéndose no sólo en la ópera que inauguraba la temporada lírica 2020 en ese país, sino además fue probablemente la última presentación de un espectáculo como este en mucho tiempo en escenarios chilenos, pues a raíz del avance del COVID-19, dos días después de su segunda y última función comenzaron a prohibirse las convocatorias de público de cualquier tipo que superaran las 50 personas. Así, por ejemplo, el principal teatro chileno para este tipo de eventos, el Municipal de Santiago, ya anunció que suspenden todas sus actividades, lo que incluye la ópera que abriría en abril su ciclo lírico, La flauta mágica. En ese contexto, el Don Giovanni que pudimos apreciar no sólo tuvo ese carácter especial por el contexto y las circunstancias, sino además fue lo suficientemente valioso por méritos propios, destacando además por contar sólo con artistas locales. Ubicada a tres horas de la capital del país (Santiago), en los 15 años que este 2020 se cumplen desde la inauguración de su Teatro Regional del Maule, en Talca han desarrollado una sostenida programación lírica, presentando producciones propias casi todos los años a lo largo de la última década y posicionándose así como uno de los principales escenarios de ópera en Chile, con títulos populares como Tosca, Carmen, El barbero de Sevilla y La traviata, y en los últimos años Otello (2016), El trovador (2017) y en 2018 La bohème.
En lo musical, la Orquesta Clásica del Maule volvió a ser dirigida por su titular, el maestro Francisco Rettig, en una acertada lectura, de buenos contrastes dinámicos, en la que quizás resaltaron más los elementos cómicos, porque así fue también con la puesta en escena de Rodrigo Navarrete, el cantante que en los últimos años ha estado destacando cada vez más como régisseur, como el año pasado lo confirmaron sus logros en el Pagliacci del Teatro Regional de Rancagua y La italiana en Argel en el Municipal de Santiago. Navarrete guió un montaje atractivo, con buen ritmo, fluido y ágil, sobre todo gracias a la dinámica propuesta de imagen y video de Alvaro Lara y Claudio Rojas, muy bien complementados con el diseño de dispositivo escénico y la iluminación del reconocido diseñador Ramón López. Los tres ya se lucieron en ese Trovador de 2017 en Talca que comentara en estas páginas en ese momento, y ahora nuevamente fueron fundamentales en la ambientación de los distintos espacios que requiere la trama, marcados en esta ocasión por tonalidades más oscuras en lo escenográfico, luciéndose especialmente en la potente escena final del protagonista, que alcanzó un tono cósmico y sideral de gran efectividad, como si fuera el infinito el que se tragara a Don Giovanni. Efectivamente, la propuesta escénica de Navarrete -que contó también con un ecléctico y muy particular vestuario de Loreto Monsalve, que funcionó mejor en algunos personajes que en otros- enfatizó más los elementos jocosos, sin profundizar demasiado en las potenciales complejidades del protagonista y quienes lo rodean. La picardía de los personajes populares como Leporello y Zerlina estuvo mejor desarrollada que las actitudes de los nobles, y las a estas alturas ineludibles connotaciones sexuales inherentes a la historia del seductor empedernido, que se sintieron fuera de lugar en el inicio en la casa del Comendador, pero funcionaron mejor en la última fiesta en casa del protagonista, que tanto en ese momento como en el final del primer acto contaron además con anacrónicos pero juguetones y efectivos movimientos coreográficos creados por Esdras Hernández.
Una de las virtudes de este Don Giovanni fue lo juvenil de su elenco exclusivamente compuesto por intérpretes chilenos, y además es muy meritorio que algunos de los solistas sean cantantes que están desarrollando una auspiciosa carrera en escenarios internacionales. Partiendo por su protagonista, el ascendente barítono Ramiro Maturana, que creció y se formó precisamente en Talca y quien desde 2017 integra la Academia de la Scala de Milán, lo que no sólo le ha permitido cantar en el mítico escenario italiano en montajes para estudiantes y jóvenes de óperas como El elixir de amor, sino además encarnar roles secundarios compartiendo escena con prestigiosos colegas, como con Ambrogio Maestri en Gianni Schicchi -recibiendo indicaciones como régisseur del legendario cineasta Woody Allen- y en una de las últimas actuaciones del septuagenario Leo Nucci antes de retirarse, en Rigoletto. Maturana fue un Don Giovanni convincente y desenvuelto en lo teatral como seductor, y su voz de hermoso color, timbre y adecuado volumen, así como el canto seguro y expresivo, se prestan muy bien para el rol, que por supuesto aún puede seguir trabajando en distintos aspectos -en su vertiginosa agilidad, el siempre tan demandante "Fin ch'han dal vino" lo puso a prueba-, pero en general le permitió lucirse en momentos como una bella entrega de "Deh, vieni alla finestra".
Muy bien estuvo también el bajo-barítono Antonio Espinosa, un simpático y divertido Leporello; desde 2017 el cantante, de atractiva voz y buen desempeño teatral, es miembro del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo del Palau de Les Arts Reina Sofía de Valencia -el mismo que en febrero, a raíz de los acontecimientos del último tiempo, acordó sacar el nombre del tenor-, lo que le ha permitido cantar junto a importantes intérpretes internacionales en óperas como Don Carlos. Las tres sopranos que abordaron los roles femeninos fueron estupendas, partiendo por la excelente Doña Elvira de la fogueada Andrea Aguilar -considerando el buen nivel en el que cantó, fue una verdadera lástima que no interpretara su aria "Mi tradì quell' alma ingrata"- y la Doña Ana de la prometedora Annya Pinto, que también ha estado perfeccionándose en España y cuya bella voz brilló especialmente en la intensidad de "Or sai chi l'onore" y en una sutil y delicada versión de su "Non mi dir". Por su parte, como Zerlina, Tabita Martínez interpretó sus dos arias con la dosis justa de ingenuidad y ternura, conformando una creíble pareja con el logrado Masetto del barítono Nicolás Suazo. Adecuado y de buena proyección fue el bajo Pedro Alarcón como el Comendador, quien en su gran escena con Don Giovanni debió cantar de fuera de escena. Quien no logró entusiasmar mucho fue el tenor Felipe Catalán como Don Octavio: aunque por color y timbre su voz debería haber funcionado bien en el rol, sonó opaco y plano, aunque sorteó lo mejor que pudo los desafíos de "Il mio tesoro"; la no inclusión de su hermosa "Dalla sua pace", sumada a la ya mencionada omisión del aria de Doña Elvira y la reducción del sexteto final, fueron parte de los lamentables cortes que sin mayor explicación tuvo la partitura. Muy bien el coro que dirigió Pablo Ortiz, así como los comparsas y bailarines. En conjunto, un Don Giovanni bastante sólido, no sólo confirmando el buen nivel de las producciones de ópera en Talca, sino además un buen espectáculo, en medio de la incertidumbre de cuánto tiempo pasará antes de que se vuelva a ver una ópera en vivo por esos lados...
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