Massimo Viazzo
El Teatro alla Scala finalmente ha reabierto al público, y casi 800 personas fueron admitidas en la sala para la representación de esta histórica producción de Le nozze de Figaro de W. A. Mozart. Con motivo del centenario del nacimiento de Giorgio Strehler, el célebre director italiano, el teatro le rindió homenaje con la reposición de una de sus creaciones más conocidas y exitosas, 40 años después de su estreno en Milán. Un espectáculo elegante, respetuoso, cuidado, teatralmente efectivo… pero también un poco envejecido. Por otro lado, sabemos: las direcciones de ópera a menudo transmiten su máxima eficacia cuando se llevan inteligentemente al presente. Fue entonces cuando Daniel Harding pensó en hacer que estas Nozze parecieran casi soñadas. La electricidad y el frenesí de la partitura de Mozart fueron muy atenuados por Harding, que eligió tempi mucho más lentos de lo habitual (sin liberar nunca la tensión interna de todos modos), cinceló las frases musicales como es raro de escuchar y mostró una extraordinaria sensibilidad tímbrica. Así que aquí está el sentimiento que mencioné anteriormente, a saber: el de no haber presenciado de manera realista una representación de Le nozze de Figaro, sino de haber soñado con ella… Y, en este sentido, la puesta en escena de Strehler fue la mejor que uno podría haber imaginado. El elenco fue de alto nivel, comenzando por la pareja de sirvientes, Rosa Feola y Luca Micheletti. Feola interpretó a una Susanna astuta y sensual con una voz clara, un timbre exquisito y una dicción absolutamente perfecta. Su interpretación del aria del cuarto acto fue magistral; un momento de verdadera suspensión del tiempo, también gracias a la concertación muy refinada de Harding. Micheletti dio voz a un Figaro simpático, enamorado, y con razón arrogante. Su sonido y su robusta emisión vocal combinados con un gran timbre y comunicación de actor convencieron completamente a la audiencia de la Scala. Simon Keenlyside, aunque mostró cierta incertidumbre vocal, encarnó con experiencia y gran destreza a un Conte siempre creíble, casual, a veces gruñón, pero, al final, después de su excitante perdón de la Contessa, muy humano. Julia Kleiter, con su timbre puro y su preciosa línea de canto, nos permitió captar ese lazo sutil que une a la Contessa de Mozart con la Marschallin de Der Rosenkavalier. El canto de la soprano alemana fue muy elegante pero también melancólico. Audaz y expresivo fue el Cherubino de Svetlina Stoyanova, cantado con emisión firme y timbre juvenil. Un elogio también a Anna Doris Cappitelli (Marcellina), Andrea Concetti (Bartolo), Matteo Falcier (Basilio), muy vivos en el escenario y vocalmente, e impecables en sus arduas arias; y sobre todo a Caterina Sala, una deliciosa Barbarina que ya está «estudiando» el rol de Susanna. Excelente, como siempre, el coro dirigido por Bruno Casoni.
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