Ramón Jacques
La Ópera Nacional de Lorraine, situada en la
ciudad de Nancy en la región noroeste de Francia, y una de las pocas compañías del
país con la distinción de ser considerada como ‘teatro nacional’
concluyó su temporada 2020-2021, a pesar de las dificultades y vicisitudes a
las que han tenido que enfrentarse durante este año todos los teatros en el
mundo. El título elegido fue el de Rigoletto de Verdi, presentado desde
la visión del director Richard Brunel, quien pronto asumirá la dirección
de la Ópera de Lyon, y que aquí concluyó su trilogía de Verdi, comenzada hace
algunas temporadas con Il Trovatore y después con La Traviata. La ingeniosa propuesta del director escénico giró
en torno al ballet, ya que la escena fue situada tanto la parte trasera
del escenario de un teatro, como en los camerinos y salas de ensayo. Rigoletto
en este montaje es un antiguo bailarín, retirado y frustrado por una lesión, y
el Duque el coreógrafo principal de la compañía. El exigente montaje hizo que
además de cantar los artistas mostraran sus dotes de bailarines, con un
resultado satisfactorio y bien realizado. Un elemento escénico que sirvió como
hilo conductor de la narración, por su presencia en la mayor parte de las
escenas, fue el de incluir a Agnès Letestu, bailarina estrella de la
Ópera de París, quien representó el espíritu de la esposa de Rigoletto y madre
Gilda que deambuló de manera discreta y silenciosa por el escenario en una
túnica blanca, y cuyas coreografías estuvieron a tono con la intensidad o la
suavidad de la música orquestal. Su presencia ofreció también efectos
visualmente sugestivos para el público, como ejemplo se podría resaltar, su
delicado baile circular estirando sus alas durante la tormenta mientras un fuerte
rayo de luz la alumbrada desde el fondo del escenario. Teniendo como marco las
bien diseñadas escenografías de Etienne Pluss, como los modernos
vestuarios de Thibault Vancraenenbroeck, sin olvidar la iluminación de Laurent
Castaingt que jugó un papel preponderante en la escena, el trabajo de
Brunel se apagó puntualmente a como esta descrita la trama en el libreto. En el foso Alexander Joel, dirigió con
mano segura a la orquesta de la ópera de Lorraine, aportando intensidad,
dramatismo y emoción a la escena, con tiempos adecuados, permitiendo además
libertad para desenvolverse, tanto a los músicos como a los cantantes. Hubo una
buena elección del elenco que fue encabezado por la Gilda de Rocío Pérez,
joven soprano madrileña que ofreció un canto nítido, brillante, destacando en
los agudos y por su sutil y colorido timbre, así como su juvenil apariencia,
ideal para el personaje. El experimentado barítono Juan Jesús Rodríguez,
plasmó su segura e innegable experiencia escénica y vocal para personificar un atormentado
y afligido, pero muy creíble Rigoletto. El tenor Alexey Tatarintsev mostró
un timbre grato y su actuación no desmereció; y la contralto italiana Francesca
Ascioti sobresalió como Maddalena, aportando seducción y gracia a su
actuación además de cantar con su profunda, oscura y tersa voz. El bajo Őnay
Köse fue un correcto Sparafucile, a pesar de cantar en ocasiones con
excesiva fuerza. Una mención merece
también el bajo-barítono Pablo López, tercer cantante español del
elenco, por su caracterización de Monterone; y buen desempeño tuvieron
el resto de los cantantes, así como el coro en cada una de sus intervenciones.
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