Monday, August 16, 2021

Rigoletto en Nancy Francia

Fotos: Jean-Louis Fernandez

Ramón Jacques

La Ópera Nacional de Lorraine, situada en la ciudad de Nancy en la región noroeste de Francia, y una de las pocas compañías del país con la distinción de ser considerada como ‘teatro nacional’ concluyó su temporada 2020-2021, a pesar de las dificultades y vicisitudes a las que han tenido que enfrentarse durante este año todos los teatros en el mundo. El título elegido fue el de Rigoletto de Verdi, presentado desde la visión del director Richard Brunel, quien pronto asumirá la dirección de la Ópera de Lyon, y que aquí concluyó su trilogía de Verdi, comenzada hace algunas temporadas con Il Trovatore y después con La Traviata.  La ingeniosa propuesta del director escénico giró en torno al ballet, ya que la escena fue situada tanto la parte trasera del escenario de un teatro, como en los camerinos y salas de ensayo. Rigoletto en este montaje es un antiguo bailarín, retirado y frustrado por una lesión, y el Duque el coreógrafo principal de la compañía. El exigente montaje hizo que además de cantar los artistas mostraran sus dotes de bailarines, con un resultado satisfactorio y bien realizado. Un elemento escénico que sirvió como hilo conductor de la narración, por su presencia en la mayor parte de las escenas, fue el de incluir a Agnès Letestu, bailarina estrella de la Ópera de París, quien representó el espíritu de la esposa de Rigoletto y madre Gilda que deambuló de manera discreta y silenciosa por el escenario en una túnica blanca, y cuyas coreografías estuvieron a tono con la intensidad o la suavidad de la música orquestal. Su presencia ofreció también efectos visualmente sugestivos para el público, como ejemplo se podría resaltar, su delicado baile circular estirando sus alas durante la tormenta mientras un fuerte rayo de luz la alumbrada desde el fondo del escenario. Teniendo como marco las bien diseñadas escenografías de Etienne Pluss, como los modernos vestuarios de Thibault Vancraenenbroeck, sin olvidar la iluminación de Laurent Castaingt que jugó un papel preponderante en la escena, el trabajo de Brunel se apagó puntualmente a como esta descrita la trama en el libreto.  En el foso Alexander Joel, dirigió con mano segura a la orquesta de la ópera de Lorraine, aportando intensidad, dramatismo y emoción a la escena, con tiempos adecuados, permitiendo además libertad para desenvolverse, tanto a los músicos como a los cantantes. Hubo una buena elección del elenco que fue encabezado por la Gilda de Rocío Pérez, joven soprano madrileña que ofreció un canto nítido, brillante, destacando en los agudos y por su sutil y colorido timbre, así como su juvenil apariencia, ideal para el personaje. El experimentado barítono Juan Jesús Rodríguez, plasmó su segura e innegable experiencia escénica y vocal para personificar un atormentado y afligido, pero muy creíble Rigoletto. El tenor Alexey Tatarintsev mostró un timbre grato y su actuación no desmereció; y la contralto italiana Francesca Ascioti sobresalió como Maddalena, aportando seducción y gracia a su actuación además de cantar con su profunda, oscura y tersa voz. El bajo Őnay Köse fue un correcto Sparafucile, a pesar de cantar en ocasiones con excesiva fuerza.  Una mención merece también el bajo-barítono Pablo López, tercer cantante español del elenco, por su caracterización de Monterone; y buen desempeño tuvieron el resto de los cantantes, así como el coro en cada una de sus intervenciones.



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