Massimo Viazzo
El concierto inaugural de la temporada
sinfónica de la Orquesta Filarmónica del Teatro alla Scala le fue confiado a la
batuta de Christian Thielemann,
llamado para sustituir al indispuesto Esa
Pekka-Salonen, y que volvió a dirigir a la agrupación de la Scala después
de casi treinta años. Al comienzo del programa, Esa Pekka-Salonenpropuso la maravillosa Vier Lieder op. 27 de Richard Strauss (que no debe confundirse con
el Vier Letzte Lieder planeado
originalmente) y I Lieder op. 27 compuestos
en 1894 en el momento de su compromiso con su futura esposa Pauline, y que más
tarde se convirtió en un regalo de bodas, para ser más tarde orquestados por el
compositor después de su borrador original para voz y piano. Aunque algunos musicólogos los consideran un
verdadero ciclo de lieder concluido como tal, a menudo se han realizado de
forma aislada (basta solo pensar en el más famoso de los cuatro: ¡Morgen!) o en
otras ocasiones, como en esta velada en La Scala, en un lugar diferente
respecto a la edición impresa. Aquí, Camilla
Nylund los interpretó con gran profesionalidad y dedicación. Con una línea
de canto limpia, pero también muy esculpida, la soprano finlandesa, que entre
otras cosas es una excelente conocedora del repertorio straussiano, extrajo con
inmediatez y espontaneidad el significado oculto de estas piezas musicales de conmovedora
belleza, canciones que gracias a la muy refinada y teatral conducción de
Christian Thielemann, nos proyectaron a unas décadas más adelante, es decir a
la era de las grandes páginas operísticas del músico alemán. Pero el punto
fuerte de esta inauguración estuvo representado por la Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms, una obra maestra que encaja
como un guante en la poética interpretativa de Thielemann. El director berlinés
ya desde las famosas líneas con las que inicia el Allegro non troppo, dejó claro que su cuarta sería una cuarta
muy móvil en cuanto al fraseo y a su elección de tiempos. De hecho, nada ha
sonado como descontado o anónimo, y Thielemann, le infundió alma a estas
páginas inmortales, llevando a la Filarmonica della Scala, y plasmando timbre
(fabuloso terciopelo de las cuerdas) y dinámica. Una interpretación siempre
“adelantada” con un Thielemann muy dispuesto en todo momento a evitar la
rutina, incluso a costa de inesperados y excitantes destellos agógicos. El
resultado: un éxito triunfal
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