Friday, May 3, 2024

Madama Butterfly en San Diego

Fotos: Karli Cadel

Ramón Jacques

La Ópera de San Diego concluye su temporada con Madama Butterfly, sin duda una de las obras más populares y queridas de todo el repertorio operístico.  Con su elección el teatro se adhiere al homenaje que han hecho muchos teatros por los doscientos años de la muerte del compositor Giacomo Puccini, ocurrida el 29 de noviembre de 1924 en Bruselas, Bélgica a la edad de 65 años, motivo por el cual su última ópera Turandot quedó inconclusa.  Desde el 2014, cuando se anunció que esta compañía desaparecería, después de largos años de auge cosechando éxitos artísticos y musicales, muchos de los cuales tuve la fortuna de presenciar, y que la colocó dentro del ranking de los diez teatros estadounidenses más importantes, por presupuesto y por el nivel de los artistas invitados -que entre tantos que por aquí pasaron se podría mencionar a: Renée Fleming, Ferruccio Furlanetto, Vivica Genaux, Richard Leech,  Piotr Beczała, Krassimira Stoyanova, Dmitri Hvorostovsky, Sondra Radvanovsky, Carol Vaness -nativa de esta ciudad- Ildebrando D’Arcangelo, Jerry Hadley, Denyce Graves, Barbara Bonney, Jane Eaglen, Placido Domingo, Luciano Pavarotti y Ramón Vargas etc, y notables directores de orquesta y de escena -desde entonces las cosas no volvieron a ser iguales para este teatro en su nueva etapa. Se redujo considerablemente el número de producciones y de funciones, los grandes nombres se alejaron, y aunque se intentó complementar las temporadas con óperas de cámara, conciertos y recitales, esto pareció no ser lo suficientemente interesante para involucrar al público como en el pasado; incluso hace algunos años se habló nuevamente la posibilidad de desaparecer la compañía, que tuvo que cancelar algunas producciones.  No había asistido a este teatro en muchos años, hasta que la temporada pasada presencié una muy digna Tosca, donde constaté que la compañía sigue adelante por su camino a pesar de las dificultades que ha enfrentado. Debo reconocer, que esta Madama Butterfly, superó todas mis expectativas.  El espectáculo inició y concluyó con el escenario abierto, nunca se abrió o se cerró el telón, y sobre el escenario había una casa de madera con sencillos diseños, paredes, paneles y elementos de la cultura japones colocada de manera horizontal, que tenía una tarima hasta el centro del escenario, que es donde se desarrolló gran parte de la acción; al fondo había un puente, por el que ingresaban los artistas, y en una pantalla al fondo se proyectaban el mar y escenas el cielo.  Este montaje -proveniente de los teatros de los Ángeles y del Utah Symphony & opera- concebido por John Gunter, no cambió durante los tres actos, lo que de inicio parecía que sería una puesta muy rígida. Sin embargo, las cosas mejoraron gracias a los detallados y elegantes vestuarios confeccionados por Alice Bristow, de auténticos y coloridos kimonos y sombrillas japonesas, elegantes vestuarios militares de gala para los marineros americanos, y los refinados trajes en tonalidades grises y claras para Sharpless.

El mérito lo tuvo el director de escena argentino José María Condemi, quien aprovechó el espacio escénico, para los movimientos lentos y pausados de los personajes japones, especialmente de Cio Cio San.  Fue evidente la manera como se adentró en la cultura japonesa para representarla de una manera fidedigna en escena. Los lentos y suaves movimientos, los rituales, el comportamiento y la acción de cada personaje lograban que se entendiera la trama de la historia, y detalles simples e imperceptibles, que no se ven en otros montajes de la ópera, y que aquí salieron a relucir.  Pocos directores de escena, como Condemi son capaces de contar y hacer comprensible la trama a partir de la actuación, y de manera respetuosa abordó temas que hoy podrían ser sensibles: como el imperialismo, las invasiones, el choque de culturas y las diferencias religiosas. Aderezó la escena con un juego de colores claros, pastel que se reflejaban sobre el fondo del escenario creando escenas evocadoras, ni que decir de la tupida lluvia de pétalos de flores que cayeron de lo alto del escenario e inundaron la escena; y la brillante y efectiva iluminación de Thomas Hase, en radiantes tonalidades azules, amarillas e intenso rojo que anunciaban la tragedia y la muerte.  Un detalle de buen gusto en el trabajo de Condemi fue que las escenas intimas del primer acto entre Cio Cio San y Pinkerton, así como la muerte de la geisha en la escena final se vieron solamente con sombras reflejadas a contraluz en un panel color amarillo. Notable fue la presencia de la soprano Corinne Winters, que ha hecho una carrera dando vida de manera exitosa a personajes de óperas checas y del repertorio eslavo. Su menuda, esbelta y juvenil apariencia, y su desempeño escénico lucieron ideales para representar a la joven e infantil Cio Cio San, y sus movimientos y expresividad hicieron que su actuación fuera veraz y convincente.  Su voz, es colorida y ágil, y aunque no posee una amplia extensión o demasiado cuerpo, si es capaz de sobrecoger con notas delicadas, ligeras y piannisimos que imprimió a su canto, por momentos casi susurrado, sutil y penetrante.  El papel de Pinkerton le correspondió al tenor Adam Smith, quien sobreactuó la arrogancia del personaje, así como el dramatismo y remordimiento que muestra al final de la obra. Posee buen porte escénico, y a pesar de los desfases en las entradas, agudos estrangulados en el primer acto, su canto fue in crescendo a lo largo de la función. La mezzosoprano Stephanie Doche le dio una valiosa notoriedad vocal y escénica a Susuki, donde se notó la mano de la dirección escénica, cuando es común ver al personaje casi intrascendente, alejado e incluso anónimo en la historia.  Por su parte, el barítono Kidon Choi desplegó una grata, colorida y caudalosa voz de barítono, pero escénicamente por su evidente juventud, no se le vio como Sharpless. Correctos estuvieron los intérpretes que encarnaron al resto de los personajes, actuando en línea con las directrices de Condemi; y que vale la pena mencionar a los que demostraron cualidades en su canto: el barítono Søren Pedersen como el Príncipe Yamadori, el tenor Joel Sorensen como Goro, y el bajo Deandre Simmons como Bonzo. Emotivo y sentimental se escuchó el coro del teatro, en el conocido coro “a bocca chiusa” bajo la conducción de Bruce Stasyna.  En el foso y conduciendo a la San Diego Symphony, que vuelve a colaborar con la compañía, que tenía su propia orquesta, estuvo el maestro canadiense Yves Abel, un director experimentado y con mucho oficio, que realizó un óptimo trabajo resaltando la belleza de la orquestación compuesta por Puccini, con atención a los detalles y consideración por las voces. Se hicieron algunos anuncios antes de iniciar el espectáculo, como el del contrato del maestro Abel, cuyo contrato como director principal del teatro se extendió hasta el año 2027, así como los tres títulos que conforman la próxima temporada, Salomé, La Traviata – que conducirá el propio Abel- y La Bohème.




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