Foto: Gaido Ratti - Teatro Regio di Torino
Massimo Viazzo
Francesca da Rimini, compuesta por Riccardo Zandonai (1883-1944)
en 1914, es su obra mas celebre. La oopera se basa en la tragedia homónima de
Gabriele D’Annunzio, escrita por Eleonora Duse, la mas grande actriz de teatro
de su tiempo, y cuya primera representación ocurrió en 1901. A su vez, esta ultima obra, se inspira en el
los celebres versos dantescos del V canto del infierno de la Divina Comedia,
que se según se dice que probablemente, se basaban en una historia real. Ambientada en la Romagna medieval, narra la
trágica historia de Francesca, esposada con el lisiado Gianciotto Malatesta,
pero a la vez enamorada del hermano Paolo il bello, en una historia de pasión y
muerte que culmina con el asesinato de los dos amantes. La música de Zandonai funde lirismo, con
refinada sonoridad orquestal e intensos momentos dramáticos, reflejando la
influencia del romanticismo tardío centro europeo y del impresionismo,
ofreciendo un retrato emotivamente vivido de los personajes y de su mundo. Se debe resaltar que la ópera tiene un
significativo vinculo con el Teatro Regio de Turín, ya que fue representada en
su estreno absoluto justo en la capital piamontesa el 19 de febrero de 1914,
bajo la conducción de Ettore (Héctor) Panizza. Andrea Bernard montó un espectáculo
pulido, comprensible, simple y linear. La única licencia que se tomó fue la de
crear los dobles infantiles de los protagonistas (Paolo y Francesca chicos),
casi para querer afirmar que esta historia, esta triste historia, quizás había
ya sido completamente esculpida desde la juventud, en su destino. El director de escena ha mencionado que “la
habitación de Francesca representa el núcleo escénico: el refugio seguro que la
protagonista construyó para protegerse del mundo externo, violento y machista” De
hecho, el espectáculo fue completamente ambientado en una habitación con
paredes blancas, casi para definir una ambientación atemporal de la historia,
aunque en presencia de una ambientación general que coloca a la ópera en la
segunda mitad del siglo XIX. En ese sentido, se pudieron admirar los apropiados
vestuarios creados por Elena Beccaro. La habitación de Francesca, bien
ideada por el escenógrafo Alberto Beltrame, asumió casi la función de
una prisión, pero al mismo tiempo le ofrecía protección a la misma Francesca,
la cual vive la historia del libreto dannunziano entre sueño y realidad,
entre memorias y recuerdos, un contexto que roza el psicoanálisis. Se recuerda
el final del primer acto, notablemente logrado, con la primera aparición de
Paolo: en el que el fondo se alzaba para dejar espacio a un exuberante y
encantado jardín, dentro del cual se destacaba su poderosa y hermosa figura,
mientras que el esplendido solo del violonchelo de la orquesta describía el
éxtasis de ese supremo momento. También,
en el final del tercer acto, en escena con los dos amantes y sus dobles,
simbolizaba la sublimación de una unión absoluta, fuera del tiempo, dando otro
momento de fuerte emoción. Andrea Battistoni, nuevo director musical del
Teatro Regio, en su primera inauguración de temporada, encontró justo en estas
refinadas paginas musicales, suspendidas, vaporosas, difusas, multicolores; el
justo equilibrio de timbres y dinamismo. Battistoni demostró además
sensibilidad en el cuidado de las transiciones harmónicas, haciéndolas siempre
ricas de sutilezas y significados. Por otro lado, en la ópera de Zandonai,¡la
orquesta tiene un papel que es más que secundario! Su conducción fue teatral,
dramática e impetuosa, y aunque quizás no siempre estuvo matizada en los forti,
que por momentos parecieron poco llamativos (hasta el final del segundo
acto). Por lo que respecta al elenco,
era evidente que las expectativas estaban concentradas en el desempeño de Roberto
Alagna. A pesar de algunas desentonaciones en los timbres, ofreció una
interpretación de gran espesor. Alagna, a sus anchas en este papel, ha sabido
atrapar cada matiz, delineando un personaje completo, fresco, apasionado y
creíble, interpretando con transporte, pero sin excesos o manierismos. Su
fraseo fue cuidado y musical, y convenció
plenamente, así como por su espontanea capacidad de identificación con
el papel. Desde el punto de vista vocal
la Francesca de Barno Ismatullaeva
convenció por la homogeneidad en su timbre, la fluidez en la emisión y la
facilidad en los passaggi di registro.
También su timbre mostró ser adecuada para el rol. El único aspecto a mejor, de su por demás
convincente interpretación, es una cierta carencia de emoción, pasión y
perturbación, que deben caracterizar al personaje. Siniestro y feroz fue la
representación de parte de George Gadnize como Gianciotto. El barítono
georgiano ofreció sustancialmente una interpretación unidireccional. A su vez,
estuvo sutilmente maligno y perverso el Malatestino de Matteo Mezzaro que
cantó con una voz penetrante y de gran impacto comunicativo. Después, fue un
lujo, la esclava de Smagardi interpretada con voz bruñida por Silvia Beltrami;
y muy affiatate, brillantes y vocalmente atractivas estuvieron las cuatro
damiselas: Valentina Mastrangelo (Biancofiore),
Sofia Koberidze (Donella), Albina Tonkikh (Garsenda) y Martina Myskohlid (Altichiara), estas
dos últimas pertenecientes al Regio Ensemble.
Optima presencia tuvo el Ostasio de David Cecconi, como expresiva
estuvo Valentina Boi en el papel de Samaritana. Francesca da Rimini es una obra coral por lo
tanto el entero elenco en su totalidad desempeña un papel de gran importancia,
y en Turín nadie desilusionó: Enzo Peroni come Ser Toldo, Janusz Nosek como
el juglar, Daniel Umbelino (Regio Ensemble) el ballestero, y Eduardo Martínez (Regio Ensemble) como el habitante
de la torre. El Coro del Teatro Regio, en optima forma, fue dirigido con la
habitual competencia y profesionalismo de Ulisse Trabacchin. Al final,
fue un gran éxito para los protagonistas que fueron ovacionados por el público.

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