Foto: Teatro alla Scala, Milano
Massimo Viazzo
En todos los manuales de la historia
de la ópera el donizettiano Don Pasquale
se reconoce estilísticamente hablando como al antecesor de Falstaff. Pero nunca como
en esta ocasión y con esta bella producción scaligera, habíamos podido captar
la analogía, el avance y las referencias con la obra maestra verdiana. Don Pasquale superó los limites del drama
bufo (como indica el libreto) por aventurarse por caminos muy variados y
claroscuros de la comedia burgués. Bien
ideado estuvo el espectáculo firmado por Davide
Livermore quien trasladó la historia a Roma en los años 50, una Roma en la
que hubo muchas referencias al cine de autor italiano, en blanco y negro, de
aquellos años (con citas del cine de Fellini, De Sica, Pietro Germi…).
Livermore no forzó nunca la mano y los gags no fueron exagerados ni los
movimientos de los personajes, como la de la escena giratoria, que fueron
siempre pensadas con la partitura en la mano. El director italiano conoce bien
el canto (por haber sido el mismo tenor) y a los cantantes, y esta es una
garantía para el éxito del espectáculo. Riccardo Chailly mostró una
concertación, digamos sinfónica, que por momentos pareció fónicamente un poco
desequilibrada; pero con el cuidado en el fraseo y la atención a una rotundidad
y a un cuerpo de sonido orquestal pudo imprimirle espesor y profundidad a la
obra maestra extrema del maestro de Bérgamo.
Por lo tanto, estuvo bien concentrada y profunda la lectura. Equilibrado estuvo el elenco en todos los
papeles, comenzando por el protagonista, Don Pasquale, que fue interpretado, no
por casualidad en esta producción, por uno de los más refinados Falstaff de nuestra época, Ambrogio Maestri. El barítono lombardo cantó su parte, con una
gran comunicación creando un personaje multifacético cargado de
melancolía. Arrogante y vocalmente
sonoro estuvo el Doctor Malatesta de Mattia
Olivieri, con voz sana y robusta. Rosa Feola, ofreció su timbre fresco a
la picante Norina, y en su interpretación no recurrió a las niñerías que
desafortunadamente hoy están en boga en papeles como este. Feola exhibió una notable seguridad en toda
la extensión, y cantó con precisión y claridad.
Rene Barbera personificó un
Ernesto bien fraseado, tierno como también vigoroso. Su voz pareció bien
timbrada y siempre agradable. Optimo
estuvo el Coro del Teatro alla Scala preparado como se debe por Bruno Casoni.
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